Los doce caballeros del Temple, 4

11-01-2009.

 

Álvarez Tendero se me mostró como un auténtico ejemplo, para templarios incluso. ¡Quien tenga ojos para ver, que vea; quien tenga oídos para oír, que oiga; quien tenga latidos en el corazón, que estalle!

No vestía túnica blanca sobre sus hombros, ni portaba espada templaria en su diestra. Tampoco llevaba enhebrada la cruz sobre su pecho. En su lugar, una sotana negra y carcomida de caridades; una mirada que imantaba sin asfixiar; y llagas sobre su cuerpo, invisibles llagas, a causa de las batallas, siempre ganadas, por la pobreza, la castidad y la obediencia; obediencia en la que acrisolaba su libertad.
Entré en la casa aledaña, una casa donde el oro era ostensible: el oro de la alquimia del amor. Una cama, con barrotes de hierro calado, gozaba del milagro grande de la maternidad. ¡Allí, en el reino de los cielos, en el reino de los pobres y limpios de corazón, redimía al mundo con su dolor, Luisa, la madre del cura Álvarez Tendero!
El guardián de San Bonoso y San Maximiano, el romero eterno del Cabezo, me marcó de por vida. Aquel hombre era la pura esencia de la caridad y la entrega.
Hoy, cada quince de agosto, sigue ardiendo como lampadario1 eterno, tan resplandeciente como puede flamear en la Arjona del siglo XXI; una Arjona que, a pesar de los siglos, sigue siendo reino y grande.
Don Manuel, nigromante y adivino, acertó las intenciones de mi visita. «¡Cuenta con mi bendición en Santa María de Andújar, pero luego, cuando la pasión se vaya haciendo cenizas, busca entre las piedras!». No comprendí entonces lo de las cenizas, mucho menos lo de las piedras. Hoy, las piedras me empiezan a hablar y las llamas de la pasión, rescoldos son.
Aquella sentencia fue la llave, la clave, la viga maestra de mis extensas derrotas y mis escasas victorias… Dejé de creer en lo que veían mis ojos y aposté por lo que me era inexplicable. Ese es el camino: buscar entre las piedras.
Al poco tiempo ‑sólo había pasado un cuarto de siglo, inmolado en la hoguera de la muerte‑, aquel santo, Álvarez Tendero, volvía a llamarme, después de muerto, por dos veces, cuando un jurado literario, presidido por Juan Eslava, ignorante de mis adicciones o quizás experto en templarios, osaba premiar a este “morisco” con el galardón que en memoria de Álvarez Tenderose celebra en su fiel Arjona.
Aún le faltaba un eslabón a la cadena de mi vida. Y ese eslabón apareció en forma de mujer. Se llamaba Ana Ruiz. Era tan majestuosa como la Vieja Acrópolis2. Y en esa Acrópolis se iniciaban las futuras sacerdotisas de los templos eclécticos de la Andújar ocultista.
Me dijo Ana:
«No tengo otro cetro que darte que estos libros. Tu trabajo en el Álvarez Tendero te traerá hogueras».
Y puso en mis manos la magia de lo nuevo, de lo esotérico, de lo heterodoxo y de la libertad, con una docena de libros inusuales.
Aquellos libros disipaban las nieblas espesas del medioevo y de mi mediocridad. Aquellos textos arrancaban la dura argamasa de mis murallas para que resplandecieran las leyendas ciertas de la noble y leal ciudad de Andújar. Pero, ¡ojo!, que aún faltan muchas vueltas hasta que suenen las trompetas y el estruendo del Apocalipsis3 no deje piedra sobre piedra.
Los repiques de aquellas páginas, las sutilezas de aquellos inciensos, convocándome a caminar contra elmundo de los dogmáticos, me llevaron al riesgo de alzar la mano; mano que, aunque algunos la perciban como un puño, a poco que se aproximen, podrán comprobar que está abierta. Es esa misma mano la que se acaba de alzar en letras, que no en armas, hasta convertirse en este libro por motivos capitales, apuntados ya en el prólogo.
Esos motivos no son otros que intentar reconducir los extravíos documentales de los artífices de Flash Back; quienes, aunque les es legítima la búsqueda de Vírgenes Negrasentre los cadáveres anónimos, no deberían olvidar que los pueblos merecen respeto: un respeto de esfuerzo en la investigación; un esfuerzo que supone desprenderse del plomo de la rentabilidad y de la audiencia, para cargarse de espectadores de la fila cero que viven en silencio, esperando la verdad; ese silencio mágico heredado de cientos de generaciones; esas generaciones que nos han precedido en el Camino Viejo,donde unos ascienden, mientras otros bajan, como ocurre en los escasos gólgotas o tabores que por el mundo emergen. Y el Cerro de la Cabeza, a ver si nos enteramos de una vez, es un Gólgota, o un Tabor, o un Sinaí. ¿Me entenderán mis compañeros de viaje?

 


 

1 Lampadario. Candelabro que se sustenta sobre su pie y está provisto en su parte superior de dos o más brazos con sendas lámparas. (DRAE).
2 Acrópolis. Parte más alta de una ciudad. (DRAE).
3 Apocalipsis. Libro escrito por el apóstol san Juan en el que revela cómo será el fin del mundo.

 

 

 

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