05-01-2009.
«Esta noche vienen los Reyes Magos. Vienen de Belén. Uno de ellos es negro, los otros lucen grandes barbas blancas. Cargaditos de juguetes, después de entretener al niño Jesús, ahora se disponen a dejarte alguna cosilla que tú mismo has pedido en la carta. Ya verás cómo entran en casa, mientras duermes. Te traen regalos por haber sido tan buen niño».
Algo así me decía mi madre todos los 5 de enero, hasta que la edad de la fantasía dejó paso a la realidad.
Miguel Ángel Santos, catedrático de Pedagogía y amigo mío, describe este mágico mundo en su colaboración semanal en un periódico malagueño. Merece la pena leerlo y, aunque no es asociado, con esta introducción, según me dijo el presidente, es suficiente para que se publique.
Por Diego Rodríguez Vargas.
diegorv49@terra.es.
diegorv49@terra.es.
EL HADA DE LOS CHUPETES
Por Miguel Ángel Santos Guerra.
La inminencia de la noche mágica de Reyes me lleva a plantear algunas ideas sobre la importancia de la fantasía en la etapa infantil. La magia es el mundo de los niños y de las niñas. Nosotros, los adultos, nos empeñamos a veces, en nombre de una cruel pedagogía, en que no entren en él o de que salgan del mismo cuanto antes a puntapiés. Abogo por alimentar ese mundo de fantasía que se nutre de los cuentos, de las leyendas, de los personajes fantásticos y de algunas hermosas costumbres.
Me gusta la noche de Reyes. Aún recuerdo con emoción la apresurada vuelta a la casa cuando, desde el tejado del convento de las Hermanas Carmelitas de mi pueblo leonés, un hombre con un farol, que indicaba el camino a Sus Majestades, decía que ya se avistaba la caravana real. Recuerdo la emoción de los preparativos de los zapatos expuestos ante el balcón, de las generosas vituallas que se dejaban sobre la mesa para que los Reyes repusieran fuerzas y, sobre todo, del sobresaltado despertar que conducía a los regalos previamente solicitados mediante la inevitable carta.
Me gustan los personajes que reparten ilusión y regalos: Papá Noel, que dirige un trineo tirado por renos; o Santa Claus, que deja todo tipo de presentes en las casas de los niños y de las niñas. Algo parecido se puede decir de la caída de los dientes y de las generosas aportaciones del ratoncito Pérez, ese simpático y avispado personaje que habrá almacenado montañas de dientes infantiles. ¿Por qué matar en los niños esas hermosas y divertidas historias de ficción? ¿Por qué eliminar tantos personajes fantásticos que pueblan el universo infantil y lo llenan de magia?
La pena es que haya zonas del mundo instaladas en la pobreza, cuyos niños no pueden permitirse esos lujos. La pena es que, en otras zonas más desarrolladas, existan esas diferencias abismales que hacen que unos niños tengan exceso de juguetes y otros sólo la noticia de la sobreabundancia de sus semejantes.
Ya sé que todas esas fantasías acabarán desvaneciéndose, a medida que vaya avanzando la fuerza de la razón o la contundencia de la realidad. Ya sé que algún niño realizará un doloroso y prematuro aterrizaje en el suelo de la vida, cuando un compañero de colegio destroce sus sueños:
—Los Reyes son los padres.
Pero, bueno; habrán vivido una etapa llena de fantasías y de increíbles historias. Tiempo habrá de descubrir que muchos de esos personajes sólo estaban en nuestra imaginación. Tiempo habrá de explicar que muchas de esas amorosas mentiras sólo tenían la finalidad de hacerles más felices.
Nosotros hemos querido incrementar ese mundo mágico en la vida de nuestra pequeña Carla. En el verano pasado había llegado el momento de que se desprendiera del chupete. La pediatra, excelente profesional, mujer pragmática y contundente, nos había dicho que no había que hacerse problemas.
—Llegado el momento, yo tiré el chupete de mi hijo al cubo de la basura. Y sanseacabó.
Pensamos que podía haber otro medio más hermoso, más elaborado y también más fantástico. E inventamos un personaje: el Hada de los Chupetes. Le dijimos a Carla que el Hada vendría a buscar su chupete, porque ya era una niña mayor que había cumplido tres años. Ella comenzó a preguntar por el Hada. «Cuando venga a buscar tu chupete ‑le dijimos‑, te va a dejar un importante regalo, escondido en la casa». El sueño de la niña era, por entonces, tener un patinete que había visto y que pedía con insistencia. Pues bien, el Hada se lo traería.
Un buen día del verano, en el que, por cierto, contábamos en la casa con nuestros fantásticos amigos Paco Abril, Ana y su hijo Manuel, hinchamos con helio varios globos en el jardín y atamos a los terminales de las cuerdas el chupete de Carla. Una vecina, que vio los preparativos de la fiesta, quiso estar presente e incrementó los testimonios de la mágica ceremonia. Carla sostenía las cuerdas, emocionada. Y, al clásico «Preparados, listos, ya», abrió su mano y soltó los globos. Los chupetes subieron al cielo y desaparecieron para siempre, porque el Hada de los Chupetes se los había llevado.
Luego entramos en la casa. Carla nos precedía en la emocionante búsqueda. «¿Habrá dejado el Hada el prometido patinete? ¿Dónde lo habrá dejado?». El salón, la cocina, la terraza… Por fin, apareció el patinete sobre su cama. Con los nervios del momento, deshizo el embalaje y comenzó a recorrer pasillos y dependencias de la casa.
Por la noche pidió su chupete. Entendió muy rápidamente la respuesta. El Hada se lo había llevado. Otro día, volvió a preguntar por él. Ni una vez más. Ella entendió muy bien que el Hada se había llevado sus chupetes y que ya era una niña mayor que no los necesitaba.
Todavía hoy, cuando alguien le pregunta quién le ha regalado el patinete, ella responde con seriedad: «El Hada de los Chupetes».
Paco Abril, querido y habilísimo cuentacuentos, tuvo la gentileza de contar esta historia en La oreja verde, famoso suplemento infantil de la Nueva España, el 27 de septiembre de 2008. El emotivo reportaje se titula Carla y el Hada de los Chupetes.
Un compañero de Facultad me dijo, al ver el reportaje de La oreja verde:
—Ojalá mis padres hubieran ideado una experiencia similar. Porque tiraron mi chupete a las gallinas. Y cuando vi cómo lo destruían, a picotazos, lloré lo indecible. Y seguí llorando cada vez que lo recordaba. La retirada del chupete fue un trauma para mí.
Brindo hoy esta iniciativa a los papás y a los educadores que se encuentren en la tesitura de retirar el chupete de sus hijos o de sus educandos. ¿Por qué no llenar de fantasía la vida de los niños? ¿Por qué no hacer emocionante aquello que puede resultar traumático? Si la idea de esta Hada se generalizase, podríamos decir, al ver un manojo de globos elevarse al cielo:
—Mira, otro niño (u otra niña) que ha llamado al Hada de los Chupetes.
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