04-01-2009.
Se levantó lentamente de la siesta. Hacia calor. Pausadamente se puso sus zapatillas en chancleta y deambuló, arrastrando sus lentos pies por el pasillo.
Yo estaba, semidormido, en el salón y de pronto escuché la suave melodía.
El anciano silbaba, imitando el sonido del viejo canario. ¡Estaba hablando con él!
«¿Cómo va eso?», quería decirle con su agradable y triste silbido. Al llegar a la pequeña terraza, se miraron a los ojos. «¡Seguro que esperas la hoja de lechuga! ¿Verdad?». Del triste silbido, el anciano había pasado a las palabras. Se conocían desde hacía mucho tiempo, y éste no había pasado en balde para los dos.
Con sus dificultades, por la poca visión, el anciano le fue poniendo, a duras penas, la lechuga en la vieja jaula, enganchada con unos coloridos alfileres de plástico, de los de tender la ropa.
El canario se le quedó fijo, mirándolo. No cantaba, porque sus plumas se le estaban cayendo. Con sus uñas largas, se encaramó al palo más alto de la jaula. Parecía que quería estar lo mas cerca posible del anciano ¡para que lo viera mejor!
No hubo más sonidos. Solo un silencio cómplice y después un suave silbido de agradecimiento y de despedida.
¡Ambos enjugaban su soledad a duras penas!
A veces, así es la vida.
Diciembre de 2008.
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