Los doce caballeros del Temple, 3

25-12-2008.
Yo subrayaría un doble aspecto de vital importancia para los andujareños: el silencio de nuestros archivos y el clamor de nuestro doble patronazgo sobre las tierras del Santo Reino ‑Eufrasio y La Cabeza‑, exponentes máximos de las leyendas esotéricas, símbolos sacros sostenidos por siglos entre silencios estruendosos y repiques para casquilucios1.

 

Hasta Andújar llegaron Eufrasio “el bien hablado” (que voló en un santiamén hasta Roma), Sisebuto, Abdelazís, Egilona, Fernando el Santo, los templarios, los calatravos, el vidente Juan Alonso, el rey de Armenia, el príncipe converso Muley Xeque, Jorge Manrique, Juan de de la Cruz, Miguel de Cervantes, Sor Lucía Yáñez, Salcedo de Olid, Lucas de Iranzo, Francisco de Paula, Víctor Hugo, el Duque de Angulema con Los cien mil hijos de san Luis, Dupont, La Badoglio y Pepe Botella, amén de los primigenios junteros de la España liberal, la custodia de Mussolini, Santiago Cortés o el Conde de la Quintería, así como cientos de novicias, abadesas, conventinos2 y barraganes3 de toda santidad y estopa, incardinados en el ora et labora de las mínimas4, los carmelitas, las franciscanas, los trinitarios5, los jesuitas, los masones, los matamoros6, los brigadistas7 internacionales, héroes o villanos, ángeles o demonios, según convenga, y que demuestran que Andújar tiene un destino, un tremendo destino: estar abierta de par en par, por los siglos de los siglos, a todos los vientos.
Nuestro escudo, labrado a gubia y cincel sobre los caños de la Fuente Sorda (que el historiador Santiago de Córdoba, en su época de político, desplumó de aquella negra águila jacobina8 y tenante9), tiene una leyenda: NULLA PRESTANTIOR10. Y tal prestancia conlleva un precio: tener, aunque sea entre aguas, las llaves del Sur. Y son estas llaves, es tal prestancia la que me obliga a escribir un capítulo que nunca debió de transcurrir: el Cerro de los héroes (que me perdone Julio de Urrutia); pero como tristemente ocurrió, haremos ética de la historia para que no nos vengan cuatro desinformados con un par de brujillas a tomarnos el pulso de nuestras verdades, que son las verdades de Julio de Urrutia.
Pero, antes de entrar a analizar el libro de Julio de Urrutia, me permito remitirles como epílogo de este capítulo al libro de Juan Rubio Fernández, Arcipreste de Andújar, titulado Santa María la Mayor de Andújar, donde tímidamente y casi de soslayo, en sus páginas 34 y 35 podemos leer estos párrafos que amagan pero no dan en la clave templaria de Andújar. ¿Por qué este gran investigador no se atreve a profundizar en el tema? ¿Será que sigue fiel a uno de sus tres votos, como es el voto de la obediencia? Dice así en la página 34:
«También la Orden del Temple se avino con varios caballeros para sostener el Hospital de Santa María, aunque predominaban los castellanos entre los que se encontraban ‑según refiere Argote de Molina‑, Simón Pérez de Cea, Gonzalo de Saldaña, Diego de Hitero, García Pérez de Vargas, Rui Vélez de Garnica, Pedro González de Priego de Escabias (sic)…».
¿Les suenan a ustedes, queridos lectores algunos de estos apellidos citados anteriormente?
Así mismo, en la página siguiente, n.° 35, el Arcipreste nos dice:
«Nada tiene que ver esta cofradía de Hijosdalgo con la cofradía de la Virgen de la Cabeza, como se ha indicado en algún lugar. La devoción a Santa María, como veremos más adelante, llega con los castellanos».
Parece que Juan Rubio huye de los templarios, le queman; porque decir y afirmar que nada tienen que ver los unos con los otros, es irse, con todos mis respetos, por los cerros de Úbeda”. ¿Acaso tales caballeros no eran capaces de pertenecer a la casta de los hijosdalgos templarios a la vez que promocionar mediante una cofradía el Cerro de la Cabeza?
He ahí una pregunta para la búsqueda. ¿Por qué tengo yo que huir, por qué tenemos que amedrentarnos aquellos que afirmamos que los templarios fueron protagonistas de la Andújar esotérica y milagrera del siglo XIII, cuando el mismísimo y gran experto Vignati Peralta afirma que «el 12 de agosto de 1308, Clemente V ordenó al obispo de Jaén que hiciese inventario de los bienes templarios y fuese leída la carta-relación»? Dicha carta fue leída solamente en Jaén el 24 de mayo de 1310 y el 28 del mismo mes, día de la Ascensión, en la iglesia de Santa María de Andújar.
Nos preguntamos: ¿por qué iban a leer esta carta en Andújar si no había templarios? ¿Quienes eran los dueños de esos bienes templarios? La cuestión es evidente. La luz y la cruz de los caballeros del Temple vuelven a resplandecer sobre la censura impuesta a la historia por quienes acudieron como aves de rapiña al botín y al reparto; entre ellos, sin lugar a dudas, los calatravos. Calatravos que nunca nos dijeron (ignoramos si por celos o por prudencia):
«Que la talla antigua de Nuestra Señora de la Cabeza era de reducido tamaño, apenas 35 centímetros, y que estaba realizada en una madera tan dura y resistente como la del cedro, medidas y material que indican que había sido en origen una imagen portátil, cuya funcionalidad era la de soportar un agitado uso como, por ejemplo, la de ser transportada en campañas guerreras.
Se trataría pues de una virgen “arzonera”, adaptable al fuste de las sillas de combate de las cabalgaduras».
Hasta aquí, las palabras del cronista de Vilches, don Juan Carlos Torres, un cronista que sabe por dónde anda la verdadera historia de nuestra desaparecida imagen y al que felicitamos por habernos descubierto el fortín del Xhándola.
Yo también descubrí una fortaleza tremenda. La encontré, en un maestro templario, en la Arjona nazarí de Juan Eslava, el experto en lápidas templarias.
Yo encontré las llaves del Templo cuando, en una tarde de agosto, subí, por asuntos de amor, hasta Arjona. Luego, a través de mi vida, he vuelto a subir, y seguiría subiendo una y mil veces, por la galanura de sus gentes, empeñadas en que su magia sea blanca y su cultura universal. Pero de eso, para que no me tilden de presuntuoso, no hablaré. Habla más mi silencio, aunque de ese silencio sea notario mi amigo Juan de Dios Mercado, el mensajero mayor del Santo Reino.
Iba, en aquella búsqueda, con la idea de emplazar a un hombrecomo ministro de mi primer y único, hasta ahora, matrimonio. Iba a la búsqueda misteriosa del cura párroco de San Juan, don Manuel Álvarez Tendero. Y allí, en San Juan, lo encontré, mitad guerrero, mitad monje, templario auténtico, ángel encarnado. Allí, en mi plena primavera, ignorante, (porque no me habían dejado profundizar los jesuitas en otras cosas que no fuesen cuevas ignacianas), aprendí lo que luego la vida me ha enseñado sobre lo que es un samaritano.
¡Allí, bajo las piedras viejas y las calles nuevas de San Juan de Arjona, cuna de la luna arrayanada11 de la Granada mora, encontré, a mediados del siglo XX, lo que llevaba buscando durante siete reencarnaciones!

 


 

1 Casquilucio. Casquivano, alegre de cascos, de poco asiento y reflexión. (DRAE).
2 Conventino. Religioso, habitante de un convento. (No está recogido en el DRAE).
3 Barragán. Esforzado, valiente. (DRAE).
4 Mínima. Religiosa de san Francisco de Paula. (DRAE).
5 Trinitario. Religioso de la Orden de la Trinidad. (DRAE).
6 Matamoros. Que se jacta de valiente. (DRAE).
7 Brigadista. Componente de un grupo organizado de personas con ideología afín.
8 Jacobina. Revolucionaria.
9 Tenante. Que sostiene el escudo heráldico.
10 Nulla prestantior. Ninguna más prestante, excelente o de calidad superior entre las de su clase.
11 Arrayanada. Que luce sobre los arrayanes.

 

 

 

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