10-12-2008.
Quizá pueda parecer que este artículo va de gramática o de lingüística, de caligrafía o de ortografía. Nada más lejos de la realidad.
El día 5 de diciembre, los de la ETA han asesinado con premeditación y a sangre fría a un trabajador y empresario vasco, Ignacio Uría, de 71 años. Lo han hecho en Azpeitia, su lugar de residencia y donde él trabajaba. Dice el recorte de prensa del diario El País, entre otras cosas, que «Era un hombre del pueblo, muy conocido y bueno. ¿Qué más se puede pedir?».
Esta última pregunta, que queda como colgada al final del recorte, no es sino un símbolo de lo absurdo de la situación que se viene viviendo en el País Vasco desde hace ya bastante tiempo. Parece que la pregunta busca una respuesta redentora: ¿Qué más se puede pedir para que acabe este sufrimiento o esta situación de martirio continuada?
Lo han asesinado en un paseo cercano a la Basílica de Loyola, la casa de otro Ignacio, que fue soldado de Cristo.
Dicen que en Azpeitia se conocen todos. Seguro que estos dos Ignacios habrían hablado en alguna que otra ocasión, pues también a Ignacio de Loyola lo conocen bien en este pueblo.
Pero, ¿por qué han asesinado a Ignacio Uria?
Estos de la ETA siempre buscan alguna que otra excusa, porque ya no saben la que buscar, para justificar su delirio. Y esta vez han encontrado la excusa en la “Y” vasca.
Han asesinado a este viejo empresario porque su empresa está trabajando en el proyecto de la “Y” vasca. Según parece, la repetida “Y” es el proyecto que intenta unir, a través del tren de alta velocidad, el País Vasco con el resto de España.
Mire usted, yo soy maestro de Educación Infantil y, siempre que voy a enseñar a mis alumnos la letra “Y”, lo primero que les digo es que es la «letra extranjera» (por aquello de que es la griega y de que se distingue de la vocal “I”, que es la latina).
Y a continuación hablamos de ella como «la letra que hace amigos». Y jugamos a unir en la amistad diciendo: «José y Antonio, Luis y Pilar». Y jugando y jugando, nos atrevemos a hacer amigos entre los objetos más cercanos: «tiza y pizarra, ventana y puerta, lápiz y goma». Y luego jugamos a hacer amigos entre los miembros de la familia: «papá y mamá, hijo y madre, abuelo y abuela…».
Así, de pronto, la “Y” se convierte en un símbolo de nexo, de unión, de enlace, de vínculo, de amistad.
Y es entonces cuando lo absurdo, lo sin sentido se me hace mas patente en esta pequeña reflexión.
Además y para mas inri, Ignacio Uría no tenía ni una sola “Y” en su nombre. Ni siquiera, si escribimos su nombre en vasco, INAKI URIA, aparece ni una sola “Y” por ninguna parte.
Entonces, ¿por qué?, ¿cómo justificar lo absurdo, lo inexplicable?
«¿Asesinar a un hombre por trabajar en una “Y” vasca. Por una “Y” que busca la amistad, el encuentro, la conexión, el enlace, la cercanía?».
¡Esto no hay quien lo entienda!
Quizás por eso El País titula el artículo así:
(Comentario al artículo de prensa del diario El País, del 7 de diciembre de 2008).
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