22-11-2008.
¿Caballeros de Montesa? ¿Calatravos? ¿Orden de Santiago? ¿Rosacruces? ¿Masones?
Veamos qué órdenes de monjes-guerreros surgieron por aquellos tiempos. Nos basta y nos sobra con consultar el Larousse para leer esto:
«A imitación de aquellas, nacieron las órdenes españolas de Calatrava (1158), Alcántara (1156) y Santiago (1171), para acabar diciendo esto de la Orden de Montesa: Orden militar creada en 1317 en Aragón. Dado que los Hospitalarios, enemigos encarnizados del Temple, intentaron apoderarse de los bienes de los templarios, en Valencia se creó la orden de Montesa, con la condición de que aceptasen las reglas de la orden de Calatrava».
No merece la pena insistir en el voto de pobreza ni en la rapiña. Cuando el 19 de marzo de 1314 arden en la hoguera de la Isla de los judíos los tres principales templarios, el resto de las órdenes militares, para dar cabal y fiel cumplimiento al voto de pobreza, tienen dos opciones: o abren sus puertas a los templarios huidos o engatusan a los monarcas para que le endosen la herencia. La rapiña llega al paroxismo.
¿Será por eso que en la Andújar del siglo XIII y posteriores, los templarios son condenados al ostracismo y al silencio más impío?
¿Será por eso que en el hasta hoy desconocido o silenciado fortín del Xhándola algún templario apócrifo o cualquier avispado calatravo plantase la talla y el bafometo, al objeto de darle altura física a la imagen y buenos óbolos al lugar?
No nos adelantemos a los acontecimientos con la avidez de los neófitos y la ansiedad de los incrédulos.
Estremece el silencio con el que los historiadores tratan la llegada de los templarios y calatravos a las tierras de Andújar. Hablan y hablan de Úbeda y Baeza, escriben cronicones de Córdoba y Sevilla, y callan o les hacen callar pertinazmente de ellos en Andújar, cuando es aquí donde Fernando III el Santo sitúa el trampolín, reparte encomiendas y sueña en un tedeum, en la festividad de Santa Marina, con no dejar sobre este tierra nuestra a un andalusí con ojos en sus órbitas que mire a La Meca.
Tal poderío alcanzan los calatravos que, cuando Clemente V da el placet para aniquilar a los templarios y arrebatar a estos todos los bienes que poseían, estos bienes, en España, pasan a los calatravos.
Templarios y calatravos convivieron pues en nuestra tierra desde principios del siglo XIII hasta bien entrado el siglo XIV. Es en 1314 cuando Jacques de Molay arde en la hoguera de la traición, la rapiña y la esperanza. En esa fecha, un 19 de marzo de 1314, aupado en un patíbulo, en la fachada de Notre Dame de París, colocaron a Jacobo de Molay, Godofredo de Charney, Hugo de Peraud y Godofredo de Gonneville. Frente a ellos, los purpurados cardenales Arnaldo de Santa Sabina, Nicolás del Santo Eusebio y Arnaldo de Santa Prisca… Jacobo habló para defenderse:
«Non nobis, Domine, sed Nomini tuo da gloriam». (Nunca a nosotros, Señor, nunca a nosotros, sino a tu Nombre, concédele toda la gloria).
Tal fue su contundencia que el rey Felipe IV recurrió a sus consejeros. ¡No hubo piedad! Aquel día, a la hora del ocaso, en un lugarillo cerca del Sena, en la llamada Isla de los judíos,ardieron aquellos capitanes templarios. El pueblo, acobardado y silencioso, se llevó en bolsas sus cenizas.
¿Qué había ocurrido desde 1212 hasta 1314 por Andújar? Lo relataremos en unas pinceladas. Qué más quisiéramos nosotros que abundar científicamente en nuestra historia, lejos de videntes y psicofonías; pero deberíamos comprender que, cuando a un pueblo se le roban sus fueros, sus actas y sus documentos, se les rapiñan sus archivos o se les cierran sus caminos, sólo le quedan leyendas.
¿Es esto bueno o malo? Solo Dios lo sabe. A nosotros únicamente nos queda la fe del pueblo, enhebrada siglo a siglo con la tradición. Solo nos quedan indicios, cenizas y muchas noches en blanco, hurgando en las páginas pálidas de los libros viejos, a la búsqueda de aquello que nos han ocultado por siglos bajo inciensos y tules de siete velos.
Dice el profesor Juan Vicente Córcoles en su libro Estudios de Historia de Andújar,que
«del Archivo Medieval de Andújar, que guardaría importantes documentos de los siglos XIII, XIV y XV, hoy nada queda».
Y los expertos se preguntan:
«¿A qué tanto silencio? ¿Por qué la Sede del Obispo Eufrasio y el ara serrana de Nuestra Señora Santa María han perdido, extraviado, ocultado o quemado sus papeles? ¿Por qué? ¿No habrá ocurrido en Andújar lo mismo que en Eunate, ciudad navarra de recio abolengo templario?».
En Eunate, uno de los argumentos de “los interesados” en ocultar su pasado templario era
«la falta de noticias históricas o documentales».
Pues bien, cuando se disuelve la Orden del Temple, sus posesiones en este lugar navarro se repartieron entre las distintas órdenes e instituciones (en el caso de Eunate, una de esas instituciones fue la Cofradía de la Virgen de Eunate, virgen negra); y es un hecho comprobado que, entre estos nuevos propietarios, fue práctica común la destrucción de toda aquella documentación y distintivos que relacionaran estas posesiones con los templarios. De esta manera, intentaban evitar posibles reclamaciones en el caso, hipotético, de que la Orden del Temple resurgiera.
La cuestión de la desaparición de documentos, tanto en Eunate como en Andújar, tiene las mismas sospechas: ocultar los torcidos caminos con el que muchos se enriquecieron y silenciar a la historia las riquezas heredadas con malas artes; riquezas de propiedad templaria que, por arte del fuego y la tortura, pasaron a otras monacales manos.
Invito a los lectores a que, cuando en cualquier ocasión viajen hasta Navarra, se acerquen hasta Eunate, donde el silencio documental es contestado también con una Virgen Negra, cuyos devotos celebraban su romería en el equinoccio de primavera.
Tan escondidas o quemadas están las pruebas templarias, aquí como allí: que son las leyendas las que prevalecen.
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