12-11-2008.
Un día, con dieciséis años, descubrí que, imitando la voz de otra persona, las palabras fluían con facilidad. Coincidió que en Navidad, un grupo de jóvenes preparaba en mi pueblo una obra de teatro. Me pidieron participar y con un pánico terrible decidí dar tan decisivo paso, siguiendo los consejos de mi profesor de Psicología de no esconderme nunca, de huir siempre hacia adelante.
El escenario fue la solución a mis problemas: me dio seguridad, me elevó la autoestima, me hizo soñar y me aportó una visión de la vida mucho más positiva. Desde entonces, el teatro estuvo presente en mi vida y, cuando ha sido experiencia educativa, he tenido siempre en cuenta los siguientes criterios:
Participación de la totalidad del grupo.
Creación de un espíritu colectivo de cooperación.
Colaboración de las familias en la puesta en escena (vestuario, maquillaje…).
Con una concepción muy diferente a las formas clásicas, el teatro escolar ha sido uno de mis recursos favoritos como terapia de grupo, como refuerzo en la autoestima personal, como parte de la metodología en la enseñanza de otras áreas y como estrategia en la integración. Lo mejor que hay en ti, Yo viví la Revolución Francesa, El Jorobado de Notre Dame, Una cosa te quiero decir… han sido algunas de las obras que hemos representado en nuestro colegio y en otros escenarios de Málaga (Teatro Cánovas, Teatro Falla, Centro Cultural Provincial).
La directora de una prestigiosa academia internacional de idiomas me explicó, en una entrevista, los motivos del fracaso generalizado de la enseñanza del inglés en España. Después de los estudios de Primaria y Secundaria, pocos alumnos hablaban con un mínimo nivel la lengua inglesa. Decía que los programas estaban demasiado cargados de gramática y de expresiones escritas, olvidando el proceso natural del aprendizaje de cualquier lengua, es decir, aprender hablando igual que lo hace un bebé desde sus primeros días de balbuceo. Pero esto no se consigue con clases magistrales y duros exámenes, sino trabajando con una dinámica de grupos que ayude a escalar poco a poco los niveles que el ritmo de cada uno permita.
La escuela de hoy, como la de cualquier época, es un reflejo de los problemas sociales: violencia doméstica, sociedad competitiva, consumo material dependiente de la publicidad, falta de interés por los contenidos y, sobre todo, por la forma en que los ofrece… Por eso, la motivación debe ser un recurso profesional contrario a la filosofía del éxito o fracaso que nuestro sistema competitivo nos impone.
¿Cómo se justifica que una gran parte del profesorado de Educación Secundaria Obligatoria evalúe utilizando controles (exámenes parciales) en los que se exige a todos igual?
Las calificaciones, sean numéricas o conceptuales, producen reacciones comparativas entre el alumnado y favorecen la competitividad. Nunca fueron eficaces para provocar el deseo de aprender, que no es lo mismo que el deseo de aprobar. Del cero al diez, del insuficiente al sobresaliente, del necesita mejorar al progresa adecuadamente son el veredicto final de un itinerario en el que no se tienen en cuenta las diferencias.
La evaluación, como cualquier elemento del currículo, debe ser coherente con los principios en los que fundamentamos nuestra acción educativa. Las notas no son necesarias para que un grupo de personas aprenda a cooperar, a construir, a descubrir… La adquisición de estrategias cognitivas y sociales es la garantía para aprender a pensar, razonar y analizar el conocimiento. Como dice Jaume Carbonell, director de Cuadernos de Pedagogía, «se trata de un proceso de enseñanza y aprendizaje en el que los objetivos y los valores diferenciales se funden con el método y la planificación».
DEL AZUL DE MÁGINA AL AZUL DEL MAR
El mundo evoluciona muy deprisa y la escuela ha de adaptarse a los tiempos. Cada día es diferente, cada grupo de alumnos también, y cada experiencia ha de tener en cuenta el nuevo contexto en el que se desarrolla.
En una de las reuniones trimestrales con las familias de mis alumnos y alumnas, un padre me preguntó si era eficaz estudiar sin el temor al examen. Mi respuesta fue: «Depende de nuestra capacidad para convencer. La cuestión es que tenga sentido lo que trabajamos. Cualquier contenido tiene una razón de estar en el programa. Si no es así, deberíamos eliminarlo. Pero aún más importante es la forma como lo trabajamos. Si la metodología es atractiva, no necesitaremos amenazar con exámenes y el aprendizaje se producirá con placer, que no es incompatible con el esfuerzo».
Bryan, el niño ecuatoriano, necesita ayuda para superar esta difícil etapa de transición entre dos culturas tan distantes y cercanas al mismo tiempo. Su interés por aprender estaba demasiado condicionado por las notas; pero, en poco tiempo, se ha adaptado a nuestra forma de entender el sentido del trabajo escolar.
Aunque su capacidad interpretativa y comunicadora le facilitó la integración en la obra de teatro que, sobre la convivencia, preparábamos cuando llegó, su sonrisa permanente y su mirada soñadora encubren, tal vez, nostalgias del mundo que dejó. Ha pasado de un modelo autoritario y reproductivo a otro más constructivo y democrático; de la escuela homogeneizante a la cultura de la diversidad. Cuando le preguntaron qué pensaba de nosotros, su respuesta significó la diferencia entre los dos modelos de escuela. Valoró las estrategias de descubrimiento, el trabajo en equipo y la cooperación entre sus nuevos compañeros y compañeras.
Otros, como él, enriquecieron mi vida profesional, ayudándome a descubrir el camino de la renovación. Recuerdo con cariño a Juanfra Garrido, de Linares, ejemplo de sencillez y constancia, que llegó a ser jugador de baloncesto en la ACB; a Rafael Cano, de raza gitana, que nos dio lecciones de humildad; a Rubén, Ricardo, Ana y Naiara, que con sus parálisis cerebrales me obligaban a planificar estrategias de solidaridad; a Ramón, Manolo y Alexandra, con síndromes de Down, que nos enseñaron a ser más afectivos; a Michael, del Reino Unido, que nos transmitió sinceridad por encima de todo; a Marcos, de China, que nos contagió de ideales revolucionarios; a Lena, de Alemania, entusiasta de cuantas experiencias hacíamos… y muchos más que convirtieron nuestra escuela en un lugar de encuentro donde todos y todas han sido un valor, contribuyendo a la verdadera cultura de la diversidad.
La escuela es, hoy, proyecto de centro, planes anuales, finalidades educativas, actividades complementarias, extraescolares, asociación de padres y madres. Durante el curso 2002-03 se han realizado en mi centro diferentes programas complementarios que han enriquecido la educación de todo el alumnado: Plan de apertura de centros (Consejería de Educación), Salidas culturales al patrimonio histórico-artístico (Ayuntamiento de Málaga), Reforestación del entorno (Consejería de Medio Ambiente), Descubriendo la forma y el color (Diputación de Málaga), La Alhambra y los niños (Patronato de la Alhambra), Historia de Rubén (Prevención de drogodependencia), Educación para la igualdad (Área de la mujer del Ayuntamiento de Málaga), Rincones de juego para un mundo mejor (Día de la Paz, Ayuntamiento de Málaga), Educación para la salud (Centro de Salud), Teatro escolar, Aula del mar, Proyecto Grimm Averroes (Universidad de Málaga), etc.
A veces me vienen recuerdos de aquella vieja escuela de mi infancia, del colegio de mi adolescencia y juventud, de mi recorrido docente por varias ciudades andaluzas… Han pasado muchos años y sigo entrando en mi aula con la misma ilusión que la primera vez cuando, con dieciocho años, tomé posesión de una escuela en El Puerto de Santa María.
Tuve que adaptarme a diferentes realidades y conocí distintas formas de educar. De todas he aprendido, incluso de las que no comparto.
Estudiando en Úbeda soñaba con ejercer el oficio más noble y apasionante, mientras contemplaba el inmenso paisaje de Mágina. Hoy, el azul de aquel cielo se ha transformado en el azul del mar, el que, desde la ventana de mi clase, me invita cada día a mirar siempre adelante, descubriendo nuevos senderos, mientras intento ser el maestro que imaginé. Aún queda un largo camino por recorrer, hasta que llegue el momento de mi despedida de las aulas, día todavía lejano. Ahora, intentamos construir la escuela del futuro, a la que Bryan se ha incorporado con un entusiasmo que aumenta cada día. Quizás a esta escuela se refería, sin pretenderlo, la letra de aquel himno de mi infancia que prometía un nuevo nacimiento de la primavera mirando siempre al sol.
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