13-10-2008.
Una de las más preciadas joyas que tiene Úbeda en sus monumentos es el palacio del Conde de Guadiana, más conocido popularmente como Colegio o Convento de las Carmelitas, por ser ésta la misión que cumplió mientras fue propiedad de la congregación que fundara santa Joaquina de Vedruna.
Precisamente en estos días se cumplen los veinte años de su cierre y venta, pasando seguidamente por más de un propietario. El cariño y la admiración con que se mira a este monumento, ya antiguo colegio, por parte de la población de Úbeda, permanece en el corazón de los ubetenses, ya que puede afirmarse sin miedo a error que más de la mitad de la población femenina de más de veinticinco años ha pasado por sus aulas. Entre estas alumnas, permítanme la incontinencia, quiero mencionar a dos de mis hijas y a mis dos hermanas, una de ellas monja carmelita.
Este monumento renacentista es una auténtica joya del siglo XVI, destacando su torre con profusión de elementos ornamentales con fuerte acento plateresco, de la que no existe parangón incluso más allá de nuestras fronteras y en la que cabe destacar la originalidad, genuinamente ubetense, de los balcones esquinados con bella columna o parteluz de mármol.
Los actuales dueños deciden acometer unas obras para adaptarlo a un hotel de lujo, por lo que la totalidad del monumento es cubierto con un “tupido velo”, como consecuencia del cual se logra un doble efecto:
1) Ocultar de la vista de los transeúntes las supuestas manipulaciones imprescindibles a que tiene que ser sometido el edificio durante las operaciones de reestructuración.
2) Proteger a los viandantes de los efectos de posibles desprendimientos de pequeños materiales de obra.
Hasta aquí el proceso se desarrollaba, aparentemente, de manera impecable; hasta que el pasado 21 de mayo y debido a unos desajustes de las obras con respecto al proyecto presentado, el Ayuntamiento de Úbeda, con muy buen criterio, ordena la paralización de las obras. Por tal motivo, técnicos de Urbanismo del Ayuntamiento y miembros de la Policía Local se personan en el local para hacer efectiva la citada orden, procediendo a la inmediata paralización de las mismas.
El motivo de este artículo no es entrar en todo el entramado legal del cese de las obras, ni exponer los requisitos exigidos para la continuidad de las mismas. Sin duda que deben ser muy interesantes, pero nos llevaría un espacio del que no disponemos.
Los motivos de mi escrito son para denunciar la vergonzosa e impresentable situación en la que ha quedado el monumento; principalmente la torre, que es la que más destaca. El velo, el paño, la tela, o como queramos llamarle, que cubre o que debía cubrir el edificio, no cumple misión alguna, ya que se encuentra hecho jirones, bamboleados por el viento. Jirones que no ocultan nada, pero tampoco dejan ver con claridad; que no protegen de nada y en cambio pueden ser un peligro si llegan a desprenderse. Causa estupor ver una torre de las más bellas de Europa revestida de harapos a merced del viento. Y sorprende comprobar cómo pasan los días y nadie mueve un dedo para quitar esa indecencia. Y resulta increíble que hayamos tenido un diputado provincial de Cultura y director general de Bienes Culturales, Marcelino Sánchez, actualmente alcalde de Úbeda, que tenga ese grado de sensibilidad para permitir esos colgajos en la torre más bella de su ciudad, cuando en sus manos está el poder de solución, ordenando una actuación de oficio.
Es cierto que las obras son necesarias y está bien que se hagan; pero que se hagan bien en todos sus aspectos. Esos viejos trapos andrajosos deben ser suprimidos ya. Parece de simple sentido común que esa cubierta debe estar en las debidas condiciones: ser, o no ser; es decir, o se pone en condiciones que tape todo y proteja, o se quita toda.
Pero no acaba ahí la cosa: la Caja Rural de Jaén, entidad tan ligada a nuestra provincia y a sus valores económicos y culturales, también participa en esa peculiar “exposición cultural” con un horrible cartelón de enormes proporciones, ante la indiferencia del Ayuntamiento (faltaría más). Un cartelón repelente, brillante, de plástico, que daña la vista doblemente y mi sensibilidad de buen ubetense. Un cartelón con sólo el nombre de la entidad, pero que no informa nada de financiación ni de qué es lo que esta institución de ahorro le liga a la obra. El mismo derecho tiene a anunciarse cualquier otra entidad, Coca-Cola, Danone o el zapatero de mi barrio. No sé si esta caja de ahorros tiene algún asesor cultural, que lo debe tener; y si es así sería de desear conocer su opinión.