Versos sembrados, 12

24-09-2008.
83
Poemas de amor y muerte
Foro. Colegio de Doctores. Granada.
1
¡Aquella tarde lenta de aquel lento verano!,

septiembre se escondía por la vereda blanca
al ritmo de tu paso, marcado en mi camino.
Un arco en la mirada y un sueño adolescente
cubrieron tu epidermis de arcilla inviolada.
Amiga esquiva fuiste en la primera hora,
cuando la tarde lenta oscureció el ocaso.
¡Aquella tarde lenta de aquel lento verano!,
en que estampé mi firma junto al espejo azul.
La brisa devolvía el invisible aroma
que a mí, cautivo y triste, me pareció la luz
del símbolo del Eros en la amapola roja,
impreso para siempre quedó en la tarde lenta.
¡Aquella tarde lenta de aquel lento verano!,
el sol mostró el reflejo de su trenza trenzada
y revolvió la fiebre al hielo de mi estatua.
Sonó el latir violento del corazón cansado
que saturó mis venas bebiendo de tu agua.
Aquella tarde lenta de sed y de miradas,
busqué lento el camino de amaneceres plata,
cogido a tu barbecho, que lento caminaba
por entre aquellas lentas retinas de esperanza.
Miré lento tu boca, clavel de herida roja,
dichoso y lento amaba la llama de tu llama.
¡Aquella tarde lenta de aquel lento verano!,
Cantaron dos jilgueros
coquetos en su nido,
la luna en su lorquiano
candor se estremecía
la estrella de las doce
me susurró al oído
recuerdos de gaviotas.
La estela me invitaba
a ver tu caracola.
Septiembre se escondía
por el paisaje lento.
¡Aquella tarde lenta de aquel lento verano!
 
2
              Hoy he visto correr el agua cristalina
             por las roquedas y cantos de las cascadas diminutas,
            y he jugado con la sonrisa de mis manos
           en el cuenco farguiano que me devolvía su espejo cóncavo.
          Hoy he respirado el oxígeno del alba
         por la vereda malva que dibujaban los álamos cantores,
        y he acariciado la espiga coquetona
       que me saludaba huetoreña desde su balcón calizo.
      Hoy he dibujado en mis cansadas retinas
     el erótico paisaje del molinillo y de la mora,
    y he inflado mi nuevo corazón con la inyección de su savia
   al cruzar la agreste epidermis del mosaico acantilado.
 Hoy he subido al pináculo de piedra,
 aquel que se divisa en la orografía lunática,
y he contemplado las labores de labranza
en la era primitiva del diezmado carromato.
 Hoy he descifrado el sabor de los campos humildes,
 entre los cantos del grillo y el olor a tierra calma,
   y me he embriagado con la miel de cabra
    y con el darro ácido del racimo de la parra encinta.
     Hoy he descansado en la venta apuntalada,
      junto a tu tronco enredado en las cerezas de mis yemas,
       y sentí que la yedra trepaba hasta las ramas
        del almendro de nata en ti plantado.
         Hoy he visto a la luna enamorada
          que guiñaba sus besos amarillos,
           y ha brotado del alma en mí un suspiro:
            ¡Ay, mi luna, hecha tronco entre mí yedra!
             ¡Guiña, niña, sin fin; luna, lunera!
 
3
La voz anónima serpenteó la tarde
como si de un delito surgiera nuestro aliento.
Atrás .quedó la noche albaicinera y grana,
con su risa de pescado y gargantas juguetonas,
y su
danza silente arabeando el beso
en la noche de espumas con rumor de olas.
Rabia y termómetro fundieron dos temores,
junto al secano asfalto de la calle quieta.
Atrás quedó radiante tu cara deslabiada
con el punzón extático de mi egoísmo blanco,
y tu perdón sublime al madrugar el alba
entre aquellas colinas de tu mapa hecho piropo.
La hora del luto enredó nuestros fonemas
como si, escondidos, quisieran ver tu luna.
Atrás quedó el paréntesis feliz de nuestra cita
con el sellado beso en todas las estaciones,
y la pintura impresa en el ático de lumbre,
cuando enrosqué mi mirada en tu kiova.
La despedida negra temblar hizo mi mano
como si un adiós eternizo presintiera.
Atrás quedó tu guiño lunático y viajero
con tu problema a cuestas y mi silencio herido.
Y después… el insulto hecho mejilla
cubrió tu vientre de lágrimas zafiro.
Hoy miro a ti, promesa indescifrable,
con el futuro en hierro forjado a tus caderas.
Ríe a tu llanto y en luz tu sombra vuelva,
pajarillo que silbas la salmodia nueva.
Canta siempre la rosa de la aurora
y da la bienvenida al sol del horizonte.
No sufras más, amor. ¿No ves el arco iris?
 
4
Un día de éstos me dormiré entre las hojas
y, rama a rama,
cruzaré los espacios vertebrados
de la longitud abisal del gran camino.
Un día de éstos me sentaré en la niebla algodonada
y, desde el aire,
lanzaré versos largos y sin cadenas
hasta hacerlos digeribles a los cerebros.
Un día de éstos cruzaré la autopista descifrada
y, en la sima,
empezaré a transgredir las direcciones prohibidas
de las miles arterias desmembradas.
Un día de éstos traspasaré mi propia querencia
y, allá en lo hondo,
desnudaré mi epidermis de poros asustados
sin saber que transmito otro lenguaje.
Un día de éstos me cortaré los apéndices alados
y, ¡en el vacío!,
intentaré redimirme entre los escombros
del ciprés verdialto que se asoma
por las rendijas de mi corazón parado.
Un día de éstos oiré una voz desconocida
por las olas de la inmensa superficie de los truenos,
y bajaré con mis manos descosidas
a la cita del reencuentro con el hombre.

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