05-07-2008.
La llamada violencia de género tan eufemísticamente, como se lleva desde hace un tiempo, sigue y prosigue dándonos diariamente sus luctuosas noticias, trágicas noticias que nos llenan de estupor, de incredulidad y de vergüenza.
Nos quedamos todavía sorprendidos que de continuo se produzcan esas muertes o intentos de ello, asesinatos y crímenes muchas veces, como crónicas de muertes anunciadas. O de tanta sorpresa o estupor vamos quedando inmunizados, tanta repetición del drama, que ya nos va resbalando porque nos hemos acorazado la piel de la sensibilidad, de la empatía con los afectados (debería decir aquí y sí que ahora es propio con las afectadas).
Porque el eufemismo utilizado, tan propio de la corrección política, o sea de la tontería institucionalizada, enmascara ni más ni menos que la persecución hasta la muerte de la mujer, cualquier mujer.
Con la utilización de estos recursos lingüísticos creemos que ya somos más feministas que nadie o que luchamos con más efectividad contra el problema; es como esa salida de tono de la ministra por carambola, que cree que su lucha por la igualdad y demás se logra así, con meros recursos de alteración gramatical; como también piensan todas y todos los de su cuerda idealógica (no, no me he equivocado, yo también puedo inventarme términos) que con crear despachitos y comederos oficiales para unas cuantas y cuantos ya se resolvieron los problemas. ¡Qué maravilla llegar a altos cargos sólo y únicamente porque se presume de feminismo…!
Cabe cierta reflexión ante el desastre de esas muertes, tan anunciadas. Cabe que, en casos de ellas, las supuestamente razones para explicarlas se basen en la vejez de los protagonistas y en su educación tradicional, tan machista e intransigente, tan acendrada en los derechos del varón sobre la hembra que incluso lo eran por ley. Cabe pues que esas personas encuentren hasta justificado su proceder criminal. No olvidemos que, parte de las mujeres de este segmento generacional, todavía ven natural esa preeminencia del hombre y hasta dicen aquello de algo habrá hecho ante el suceso luctuoso.
También cabría encontrar explicaciones a estas conductas en creencias religiosas o en pervivencia de culturas muy localizadas o acendradas en zonas geográficas determinadas. Casos se dan demasiado frecuentes entre inmigrantes.
Luchar contra estas ideas y mentalizar a este grupo de personas es difícil, es trabajo del gota a gota: la insistencia tenaz con campañas informativo/educativas genéricas. Aquí sí que puede tener sentido la existencia de ciertos organismos que encaucen y definan estas acciones. Vale, cobren por ello y justifiquen sus cargos.
Pero donde existe un grave error tanto en la apreciación como en la metodología adoptada es ante los sectores jóvenes.
Porque es paradójico: esta lacra asocial también se produce, y mucho, entre los adolescentes y jóvenes. Y algunos y algunas de la cuerda ya dicha no lo quieren ver o no lo quieren abordar como se debiera. No comprenden, porque no quieren: que si el sistema educativo hubiese funcionado como debiera; que si se hubiese desarrollado una sociedad plena en libertades ‑pero también en deberes‑, aprendidos y exigidos por la sociedad; que si se hubiesen evitado tantos inventos pseudopedagógicos, tantas experimentaciones de idioteces sin sentido ni base; si esa llamada Educación para la ciudadanía, bestia negra de la clericalia, se hubiese desarrollado mucho antes y centrada en, eso, la ciudadanía, entonces, tal vez sin dudarlo, se hubiese atajado la proliferación de estos actos criminales entre los adolescentes, jóvenes y adultos.
Al no haber criterio restrictivo, porque lo que manda y se potencia es el deseo, el querer y lograr lo que se quiere, la creencia de que todo está permitido y a todo se debe tener acceso sin que se pueda negar, al no admitirse como existente la negación de lo que se estima como alcanzable o propio, se ha generado la respuesta violenta a ese obstáculo, a ese «NO» posible, ante mi… «LO QUIERO».
Y la propia pareja pasa a ser objeto de deseo en posesión irrefutable e incontestable; y no puede ni debe tener su propia autonomía o libertad de decisión. Se produce literalmente lo de «la maté, porque era mía», cosa vieja que se decía y que en la actualidad no debiera tener ningún sentido. Cosa vieja que utilizan los jóvenes, que no quieren nada de los ancestros, ¡qué paradoja!
¿Cómo es, pues, que los chicos tengan esa conducta tan violenta con sus parejas (chicas desde luego)…? Porque, además de copiar los roles facilitados por la costumbre social, los acentúan ahora con los apremios egoístas de nuestra permisiva sociedad. Y utilizan a la pareja como cosa que poseer sin discusión, y cosa que manejar y que se deje manejar, a gusto incomensurable de su incuestionable y caprichoso dueño. Dueño que nunca admitirá un no por respuesta o ser relegado a un segundo o nulo plano. El príncipe que no quiere princesa, quiere concubina, esclava. ¡Qué poco espíritu democrático, dialogante, comprensivo y hasta humano tienen estos jóvenes violentos de la era de la democracia en nuestra patria!
El tema no se arregla con “buenismos” institucionales, con intenciones propagandísticas franciscanas, ni siquiera con algún criterio punitivo/educativo apenas ejecutado posteriormente y en realidad nunca acatado ni asimilado interior y exteriormente. El tema se arregla desde la mejora del sistema educativo… Pero este es, en realidad, otro tema.