Sorpresas te da la vida

28-03-08.
Habiendo pasado ya los tiempos de expiación de Semana Santa, me atrevo a escribir este pequeño artículo con la más sana intención moralizadora. No moralizante. Moralizadora, porque pretendo encauzar hacia lo razonable y justo las conductas; no, porque me emplee en prédicas que no pretendo cumplir.
 

Es esto lo que viene siendo común en cierta clase de gentes, animadas por la obsesión de la moralina y de las llamadas buenas costumbres, de la tenaza religiosa en el ámbito de la vida civil, de la gran importancia que tiene la apariencia sobre la realidad fatal de los deseos y de los hechos, que suelen ser nefandos y vergonzantes.
Hemos conocido, en semanas anteriores, el caso del gobernador americano del Estado de Nueva York, azote de los demás, adalid de la limpieza y de la honestidad inmisericorde que, fíjense, se gastaba una pasta en los servicios de una joven prostituta de lujo. Otro caso se daba a conocimiento público en nuestra patria: el del concejal y alto cargo en la administración que, aparentemente, había sido un dechado de virtudes, hombre de procesiones, manifiestos anti‑gay, corredor de fondo de la más cerrada intransigencia, amigo de los jerarcas conservadores y eclesiásticos que ‑¡vaya, hombre, otra vez las debilidades humanas!‑ era asiduo de salas de masajes (no de rehabilitación precisamente): casas de prostitución homosexual. Y parece ser que, también, amigo de estimularse con productos perseguidos. Un desastre, porque se gastaba el dinero público además.
Los dos casos tienen la coincidencia en que además aparentaban ser dos padres de familia modelos.
Yo no escribiría de estas dos personas, ni de ninguna, si se tratase meramente de sus gustos o vicios privados; no me meto, ni quiero meterme en las vidas privadas, tan necesarias de respeto. Pero son personajes públicos que, públicamente, dijeron luchar contra lo que en secreto practicaban. O sea: manifestaban y aparentaban defender lo que hipócritamente y en secreto deseaban; y perseguían, manifiestamente, lo que en su interior favorecían… No me salgan con aquello de las debilidades humanas, como forma de quitarle importancia y de perdonarle las culpas, faltas y posibles delitos, no me vale. Me serviría con quienes, siendo unos pobres desgraciados y no alardeando de lo contrario, caen una y otra vez en el fango y más merecen compasión que castigo; me valdría incluso con quienes dan la cara y se nos muestran tal como son, sin pretender nuestra compasión ni nuestro respeto, pues viven al margen de nuestras convenciones y nuestra moral les trae sin cuidado. Pero estos sujetos (no solo ellos, que son la punta del iceberg, sino tantos otros de igual calaña) no me merecen más que repulsa y asco.
Abundamos y abundaremos en esta fauna de deshonestos, hipócritas, desaprensivos y, en realidad, incrédulos personajes miserables, que se ríen de los demás cuando fornican, roban, contaminan, estafan, se drogan o drogan a otros, abusan de menores y de indefensos. Son escoria, sepulcros blanqueados a los que, sin embargo, nadie de la sociedad establecida, de la gente bien, les vuelve la espalda, los repudia, los delata: no, antes bien, los protegen, si se conocieron algunas de sus faltas; los justifican con ese hipócrita gesto de perdón comprensivo. Al fin y al cabo, a otros muchos les gustaría hacer lo mismo… En estas sociedades pacatas, beatas, retorcidas, intransigentes, fundamentalistas de los signos que sean, solo interesa lo de puertas afuera, las señales, las consignas, las manifestaciones, los odios y, si puede ser también de vez en cuando, algún juicio contra algún infeliz como forma de demostrar que no se van a consentir ciertas cosas. Inquisiciones.
Reitero: no me interesan las vidas ajenas ni sus virtudes/vicios o cosas particulares. Libres son y desde ese punto de vista las contemplo. Respeto, que se extiende a respetar y ser respetado. Pero no aguanto a los adalides de la moralina, la decencia, por cuanto no se contentan con aconsejar o dar ciertos criterios de actuaciones privadas, sino que los pretenden transferir a todo lo público. Y, mientras, debajo de la alfombra…
Como no temo que nadie me encuentre alguna sorpresa y escándalo en mi privada vida, ni lo he tenido en mi apenas pública existencia, no creo que se me llame al orden y a la retirada tras esto que ahora escribo. Sería el colmo que a ello me arriesgase, como le pasó al eminente escritor alemán, enfrascado en su cruzada de puritanismo ético, que dejó o intentó dejar a cubierto sus iniciales afiliaciones con la ideología nazi. No, no se puede ir por la vida, no se debe ir por la vida de esa guisa: que siempre existirá alguien que te pueda recordar lo que tan celosamente ya guardaste en el baúl (y no lo escribo metafóricamente, que algunos tendrán en sus baúles los uniformes de la tropilla del yugo y las flechas). Y es que casi es lo mismo, aunque no del todo igual, vivir en perpetua esquizofrenia, en un desdoble de la personalidad tremendo, entre lo que digo y lo que hago, absolutamente opuesto.
Y una cosa, ya que en ello estamos: ¿Y esas familias afectadas por el terrible engaño, esposas, hijos… no tiene ahora derechos, no deben ser resarcidas de tanto escarnio, no merecen una explicación convincente? ¿Quiénes se la darán? O, simplemente, se les dirá que hay que tener paciencia, perdonar, pasar página…

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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