21-01-08.
¿No sería en la montaña santanderina donde Dios pensó para crear el Edén? Es que estos americanos todo se lo atrapan.
A Comillas se llega con gozo. Y de Comillas se sale llorando. Y no sin dejar buenos jirones de vida allá. Comillas fue para Burguillos un mundo. Fue llegar y enamorarse. Y le remordió haber desaprovechado las oportunidades que tuvo de haber completado allí los estudios de Retórica. Y no cursar allá la Filosofía y la Teología… Pesar que arrastraría toda la vida como una cadena.
La Cardosa, en el punto justo. Aislada y con el pueblo y el palacio del Fundador, a mano, a los pies. Y al otro lado, a la vista, la grandiosidad de los Picos de Europa. Durante años, desde su ventana del “Hispano”, los contempló insaciable. Los vio moverse agitados, furiosos, en días con poso de niebla. Y en días de viento sur los admiró recios, estáticos, petrificados y azulones. La certeza tenía de que la batalla aquella de los Titanes, cuando quisieron asaltar los cielos, se desarrolló ahí. Ahí extruere hi montes ad sidera summa parabant1… Y ahí mismo, Júpiter los convirtió en piedra viva. Y ¿desde dónde no se ve y oye el Cantábrico? Más seductor y cambiante que el amor de una diosa casquivana. Toda la Universidad es caracola para el oído y caleidoscopio para los ojos.
Estos y muchos más eran los panorámicos jardines que abrazaban la Universidad. El corazón de todo este mundo latía en la Pontificia. En las alegóricas puertas de bronce. En la entrada, el arco del cascabel audazmente tendido, sin perder la belleza de ser arco. En el ir y venir de los claustros, siempre delirantes de juventud. Puentes del “Tinte” y “Miranda”. Y, sobre todo, en el saber de sus catedráticos y en el encanto ecuménico de sus estudiantes. Dos figuras consustanciales, en Comillas, siguen acompañando los recuerdos de Burguillos: el santo padre Nieto y la fina batuta del padre Prieto.
Que ¿a qué o por qué se fue Burguillos a Comillas? El primer motivo, a golpe de corazón: le consolaba hacer de nuevo hilo con los suyos. Era reavivar rescoldos que nunca se le habían extinguido. Ya con su sacerdocio cerrado, era tocar el ideal con las manos. Fue abrir la boca y abrírsele las puertas… Y Comillas le rejuveneció. Estrenó sotana, gemelos y muchos amigos. Muchos. Él, que siempre tuvo conciencia dolorida de tímido y poco sociable.
Se sorprendía Burguillos, cuando recordaba en qué poco tiempo se hizo con grupos y hasta confidentes… Al parecer, todo contribuyó a que le aflorasen ilusiones y proyectos que en Valladolid había dado por marchitos. Se sentía revalidado, al menos, en posibilidades. Se revolvía airado por aquel septenio estéril. Y sólo colgándole en profundas razones psicológicas lo aceptaba con dolor y humillación.
Era Rector de Comillas el padre Pablo Pardo de la Reguera. Se conocían. Le dejó tiempo para que Burguillos le expusiera su proyecto. Después de pensar y consultar, decidió hacer unos cursos de Pastoral Juvenil. Se los dirigía el padre Eusebio Hernández, sabio, sencillo y segoviano. Muy impuesto en un montón de cosas. Pero especialmente en Ascética y Mística. Le llamaban el padre Hernandón… Nunca se supo si por su volumen, por su saber o por su humanismo. Era el bibliotecario de la Universidad. Le autorizó a entrar directamente en ella para recoger los libros. Como solía frecuentar la sala de estudio, aneja a la biblioteca, Burguillos llegó a tener su mesa reservada. ¡Cómo envidiaba a los doctorandos…! Se enorgullecía de poder charlar con ellos.
La afición a los libros siempre fue para Burguillos un motivo de gozo y orgullo. Pero puede ser engañosa. Porque sus elogios a los libros, a veces, suenan a oda. Ni Burguillos era un intelectual, ni su biblioteca correspondía a dichas necesidades; ni siquiera de un estudioso. Si por sus libros les conoceréis… por los suyos podía afirmarse que era un hombre disperso. Le apasionaban la pedagogía, la psicología, la literatura, el arte, el mundo clásico… Y muchas parcelas más donde mariposear. Por ejemplo, la agricultura, la cría y doma de caballos…
El celoso padre bibliotecario le atiborraba de autores de ascética, que era lo suyo, y pocos de psicobiología, que era lo de Burguillos. Controlaba las fichas de lectores. Y un día le llamó al orden con cierto encanto:
—Burguillos, Burguillos: mucho Freud, mucho Adler, Jung y sus catervas, y poco Santa Teresa…
Decididamente, Burguillos estaba mucho más decantado por las bases científicas de la evolución juvenil que por la labor misteriosa del Espíritu Santo sobre las almas. A ello le inducía también su trato directo con latinos y retóricos.
Burguillos cubría algunos ratos de inspección y con frecuencia llevaba a los chicos de paseo a Ruiloba, El Tejo y, muchas veces, a Oyambre. Contemplaba la fuerza con que explotaba –restallaba‑ la primavera bajo las púdicas sotanas de aquellos teenagers2.
El cercano padre Pardo le auguraba a Burguillos un buen futuro en la Compañía. Y él, que aún arrastraba sus penurias de Valladolid, se sentía en franca recuperación. Su natural, vitalista y expansivo, afloraba con fuerza. No soñaba ni apetecía cumbres. Realista y consciente de sus capacidades, nunca aspiró a ser un intelectual, ni mucho menos un santo. Se conformaba con ser un jesuita bueno en el sentido machadiano del término. Honesto, leal, laborioso y eficiente. Sí le cosquilleaba la posibilidad de llegar a ser un predicador brillante. Que repartiese a Jesús con luz y calor, verbo a verbo…
La euforia de los resultados de Burguillos no era del todo directamente proporcional a la complacencia del padre Hernández. Tampoco al padre Eusebio le agradaba que incluyera en la bibliografía autores de credo dudoso. Al llegar al estudio de la sexualidad, aunque él era hombre abierto y sin pudibundeces, estaba remiso a que Burguillos entrase con Marañón. Uno de sus argumentos era la certeza que él aseguraba tener de que Marañón era miembro de la masonería. A su pesar y con cierto sigilo, Burguillos leyó todos los escritos de Marañón sobre los dichos temas con satisfacción y provecho.
Bordeaba Burguillos cuanto podía el asunto de las órdenes. Y era feliz, en tanto lo conseguía. Se encontraba en forma. El tiempo le cundía. Y aseguraría que nunca había tenido tan bien distribuidas las horas. Hacía vida con un grupo de maestrillos que, ni como personas ni como religiosos, les hubiera escogido mejores en toda la Orden: C. Baciero, Corral Galache, Juan de Dios Antolínez y el sin igual M. Benéitez… Le encantaba pasear con seminaristas que, yendo para sabios, eran la misma sencillez. Aquel templado Somolinos, uno de los seres humanos de personalidad más integrada que había tratado, era muy joven y en los cincuenta tuvo alientos para hacer la tesis sobre Ortega y Gasset. Se le perdió en el tiempo…
Siempre que podía, a cualquier hora, se acercaba al mar. Imposible leer o discurrir sobre cualquier punto. Para el mesetario Burguillos, era demasiada música, demasiadas olas y espumas. No, no le cabían tanta belleza, tanta sublimidad. Cada noche, al acostarse, recordaba que estaba viviendo junto al Cantábrico. Y repasaba qué relación consciente había tenido ese día con el mar. Aquellos valles, altozanos, playas y senderos… Todo se lo conocía al dedillo. ¡Cómo llegó a integrarse en aquella Naturaleza tan distinta a la de su Castilla natal!
Detrás del cementerio había un reguero siempre florido y frondoso. Un fino buqué de florecillas y de hierbas altas bien acompasado en colores. El último toque se lo daba una colonia de saltamontes verde‑pastel. Coexistían en armonía con un puñado de pequeñas mariposas azules. Y entre tanta hermosura, mimetizada y alerta, una preciosa culebra. Llegó a aceptar la respetuosa presencia de Burguillos. Tan simpática se le hizo que, un buen día, la capturó. Y vivió con ella unos meses. No tenía oídos, pero, sin verlo, percibía su llegada, voces y pasos. Al irse de vacaciones, ensotanado y jovial, un cura joven, galán y galante le presentó en Fuente Dorada a dos mozas de porte y belleza turbadoras:
—Lilí y Teresina. Aquí, el padre Burguillos, encantador de serpientes.
—Encantadas —dijeron las dos a una.
—Señoritas, por favor, que todavía no he silbado.
Plácido verano. Lectura, animadas tertulias en casa de Julita, y mucho campo. Petra ya había muerto. También el Kely y el Tul¡. Su padre ya no tenía caballo. Recorría el campo con un borrico joven, negro, muy dócil. De bonita hechura, recogido de tripa, esbelto de cuello y “las orejas tamañas, d’añal borrico”. No aceptó a Burguillos con facilidad. Acaso le repeliese un jinete con sotana y sombrero de paja. A las gentes del pueblo les chocaba verlo de esta pinta en un borrico. Don Silvano, el párroco, no estaba muy conforme. Veía menoscabada la dignidad sacerdotal. Si al menos fuera en una mula bien enjaezada… Todavía en algunas diócesis, los obispos tomaban posesión jineteando mula o caballo.
El borrico terminó seducido, haciendo muchas destrezas, difíciles de conseguir en los de su especie. Seguía a Burguillos sin ramal alguno. Pero no consiguió que fuera a buscarlo a la iglesia, como tantas veces lo hiciera el Kely.
El Kely era hábil en abrir picaportes. Y si al irse a misa no lo dejaba encerrado, se colaba hasta el presbiterio, donde Burguillos ayudaba al celebrante. Si lo sacaba y le indicaba severamente que lo esperase en el atrio, impaciente ladraba con exigencia. Era un escándalo canónico para las viejecitas piadosas, las beatas rancias y hasta para don Geminiano.
Don Geminiano era el penitenciario3 de la Catedral de Valladolid. Era aquel que un día de fiesta, con la iglesia a tope, cuando las misas eran en latín y de culo, al Dominus vobiscum4, viendo que Burguillos estaba atrás entre los hombres, prepotente y claro exclamó:
—Iesu, Enmanuelis fili, ascende ad altare Domini, quia segregatus es a plebe5…
Y Burguillos, con sotana y en zapatillas de verano, rojo como una sandía, por medio de todo el mujerío, respondiendo:
—Introibo ad altare Dei… Ad Deum qui laetificat iuventutem meam6…
(Continúa)
1 extruere hi montes ad sidera summa parabant: éstos (los titanes) se preparaban para arrojar los montes a los más altos espacios.
2 teenagers: adolescentes.
3 penitenciario: (dicho de un presbítero secular o regular) que tiene la obligación de confesar a los penitentes en una iglesia determinada.
4 Dominus vobiscum: el Señor con vosotros.
5 Iesu, Enmanuelis fili, ascende ad altare Domini, quia segregatus es a plebe…: Jesús, hijo de Manuel, sube al altar del Señor, porque estás separado de la plebe…
6 Introibo ad altare Dei… Ad Deum qui laetificat iuventutem meam…: Entraré en el altar de Dios… En el Dios que alegra mi juventud…