Las separaciones son para el verano

08-09-07.
Septiembre es un magnífico mes para las zapaterías y las librerías, porque los niños en verano crecen mucho y necesitan zapatos y libros nuevos, para el curso que comienza. También es un buen mes para que los abogados, expertos en separaciones, saquen el estómago de penas, por culpa de los desmadres veraniegos en las playas, las terrazas, los bingos y las discoteques. Según la prensa, en verano se multiplican los divorcios. Las “jais” ibéricas, un día advierten aterrorizadas que el sex appeal de Manolo ya no es lo que era; que la calva que le daba cierto aire distinguido e intelectual, parece la comarca de Los Monegros; que aquellos elásticos y envidiables abdominales, se han transformado en descomunales michelines; y que aquella cintura, graciosa y juncal, ha mutado a bandullo cervecero y a común abdomen de picador.

—Manolo. Que te lo he dicho muchas veces. Que abusas de las tapas y de la cerveza.
—Tú te callas, que yo no me meto en cuántas veces vas tú a la peluquería.
—Que no lo entiendes Manolo; que lo que quiero decir es que ya no siento como antes.
—Pues vas al médico y que te pongan un Sonotone en la oreja, que ahora ni se notan.
—Ay, Manolo, qué difícil me lo estás poniendo. Lo que quiero decir es que he conocido a otro hombre y me he enamorado de él.
—¿A tu edad?
—Sí, a mi edad.
—Pero Matilde, si nosotros ya no estamos para esas cosas.
—No me llames Matilde. Desde ahora soy Matt. Es “como más inglés”, y a él le gusta.
Al final, Manolo se pone serio, se echa a llorar y, en una terraza, en un bingo o en una playa, comienza un nuevo drama de verano, porque la sensatez no suele ser una virtud que adorne a muchos matrimonios en la actualidad.
Antes, una de las primeras causas para que una pareja llegara al divorcio, por la vía rápida, era que el marido hubiera estudiado en colegio de curas y tuviera un carácter crédulo y confiado. El padre Paulino decía que a las muchachas había que mirarlas a los ojos; cuando, a ellas, lo que les gustaba es que les mirasen otras cosas (pongamos, por caso, la pechuga). El padre Paulino decía que a las jovencitas les gustaba que las respetaran, cuando ellas esperaban ciertas audacias y veleidades por parte del pollo enamorado. El padre Paulino decía que las mocitas se emocionaban, o sea, se hacían agua de limón, escuchando un madrigal; y eso no era verdad, en absoluto. Y es que el padre Paulino ‑Dios lo bendiga‑, mucho latín y mucha teología, pero de estas cuestiones ‑dicho sea con el debido respeto‑, ni idea. Y el pollo enamorado, que movido por la credulidad siguiera sus recomendaciones, estaba condenado al fracaso o a algo peor.
Ahora, las cosas han cambiado. Corre serio riesgo de acabar separado todo aquel cuya esposa frecuente un gimnasio, se aficione a seguir cursos de yoga o de tarot, se coma con los ojos las revistas del corazón y vea, más de dos horas al día, los programas de “tele basura” que todos sabemos. Si a pesar de esta advertencia, se les permiten y toleran estas aficiones, que nadie se queje.
No obstante, estos problemas se evitarían si se procediera como antes. Un lío lo puede tener cualquiera y en cualquier momento, pero hay que pensar que más vale loco conocido que genio por conocer; que lo mejor es conformarse con lo de la casa de uno y, en caso de pasión irrefrenable, proceder con absoluta discreción y confesarse cristiana y santamente ‑cuanto antes mejor‑, por haber echado la cana al aire; así, la conciencia se queda como una balsa de aceite, limpia, serena y en gracia de Dios.
Los curas ‑para qué nos vamos a engañar‑, cada día, son más comprensivos con estas cosas y remarán a favor de la pareja; y los abogados no tendrán más remedio que hacer trabajos serios y no chupar la sangre a pobres matrimonios aburridos.

La llama del amor prohibido arde mejor en secreto y en silencio y, si algún día, el secreto se llega a romper, que nadie se preocupe: que el amor todo lo comprende y todo lo perdona.

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