01-09-07.
Cuando alguien, con setenta y cuatro años a las costillas, dirige una institución tan importante como la Biblioteca Nacional y va diciendo por ahí que se alegra de que cada vez se vendan menos periódicos; que no lee la prensa, ni ve la tele, ni escucha la radio porque la crispación le inquieta tanto, que le impide trabajar; y cuando uno piensa que, seguramente, por eso le roban documentos de la Biblioteca, en estos casos,

Cuando alguien, al frente de una entidad tan importante, fracasa por incompetencia, falta de fe o simplemente por mala educación, lo que debería hacer es bajar las orejas y marcharse a su casa a descansar dignamente, a reflexionar, a dejar en paz a los demás y a no seguir dando la tabarra a los honestos ciudadanos y a los compañeros de partido que un desafortunado día le otorgaron su confianza. Pero, generalmente, no se obra de esta forma; el fracasado apela al tópico, organiza un montaje, empuña otra bandera –pongamos, por caso, la del feminismo‑ e intenta seguir viviendo en la gloria, como si mereciera por su gestión los más encendidos aplausos y felicitaciones.

Huir hacia adelante, «mantenella y no enmendalla», no reconocer los errores e intentar justificar lo injustificable, es propio de personas sin principios. Para dedicarse a la política, o sea, al servicio de la sociedad y de los ciudadanos, se necesitan grandes dosis de sabiduría, prudencia y humildad; y conviene despojarse del más mínimo indicio de vanidad y de soberbia. Eso lo sabe todo el mundo y también sabe que en las sociedades modernas no se perdonan las imposiciones, las jerarquías ni los modos despóticos y autoritarios.
(Continúa).