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22-08-07.
Serás tan fuerte como tu fe.
Tan débil como tu duda.
Nunca Cronos fue generoso con Castilla. Pero ese octubre fue dulce como una hermosa vendimia del Amoroso.
Otra vez volvía Burguillos a Rioseco con su madre. Ropa, calzado y un paraguas. Y de allí al noviciado de Salamanca. Traje cruzado, azul marino, corbata azul claro, camisa blanca, los zapatos brillantes. Si no fuera por el paraguas y la maleta parecía un joven novio. ¿Sería su último traje de paisano? Alegrías de novio no le sobraban. Ansias místicas tampoco le rebullían…
Tres novicios le llamaron carísimo, le tomaron la maleta y le condujeron al Paseo de San Antonio. Los carísimos le instalaron.
La casa era muy grande, luminosa y árida. Le faltaba la pátina monacal de San Zoilo. La huerta, inmensa, pero desangelada. No tenía riachuelo que le cantara y encantase. Los árboles, jóvenes, enclenques. No zumbaban abejas ni arrullaban las tórtolas. Le faltaba carácter. Muchos juniores y muchos novicios. Los novicios, sotanas lacias y molleras peladas, andaban con la moderación en el cuerpo. Con gran propensión a inclinar la cabeza. En la capilla, a veces, le parecían higos maduros. Burguillos creía que era cosa del Espíritu Santo… Gente, jóvenes y adolescentes encantadores y encantados. Encantados con su respuesta a la gran llamada. Les envidiaba de verdad. Tan recogidos, le parecía que traspiraban piedad.
Pronto observó Burguillos, en tan inadecuado recogimiento, un violento afán de concentrarse a contrapelo de la misma naturaleza. Pocos recreos. Se suplían con ratos de distendido solaz en las quietes1. Dos ternas cordialmente enfrentadas paseaban los grandes pasillos. Esas ternas, lo mismo que las de paseo por la ciudad, venían confeccionadas por la Dirección. El tiempo de esos descansos solía llenarse con temas píos, beaterías. La mayoría de los que Burguillos trató le pareció gente normal. Algunos, aniñados. Quizá demasiado jóvenes. Le admiraba la capacidad de adaptación, sobre todo de los que habían ingresado ya mayorcitos. Las pruebas, disciplinas, cilicio, comer de pobre o de rodillas y tantas otras, no le disgustaban.
Se solía comentar con encomio la risa fácil de los novicios. Se interpretaba como una floración de su buena conciencia. Risa pronta, contagiosa, que cualquier futileza disparaba. Burguillos se quedó con la idea de que la causa del regocijo, la mayoría de las veces, no era el absurdo o contraste de algún motivo risible. Más bien le pareció que era una expansión vital, originada por la compresión en que vivían aquellos muchachos.
Casi dos meses pasaron entre el primerinado (‘días de adaptación’) y el mes de ejercicios. El ejercitador era el omnímodo fac totum,Padre Maestro de novicios. Todos los novicios menudeaban en elogios del padre Noguerol. Burguillos vivía en zozobra, porque pensaba si no le estaría trasteando el maligno. Porque a él, en público y en privado, el padre Noguerol se le hacía plúmbeo. Cierto es que ya vivía obsesionado entre el sí y el no.
El carismático y santo padre Saúl Noguerol estaba en todo. Hasta, por no sé qué derechos, le correspondía la confesión de los novicios. Pensándolo bien, si a Burguillos no le hubieran echado tan de cara toda la artillería de la legión de Loyola, quizá… Incluso con otro maestro de novicios más cálido, más humano, tal vez… Y es que el padre Noguerol, tan menudico, nervioso, arcangélico y asceta, fue mucho toro para el desamparo de Burguillos. En sus obligadas visitas, más de una vez estuvo a punto de decirle: «Reverendo padre: si vuestra reverencia dejase de quitar motas inexistentes del cristal de la mesa, y me atendiese cordial y efusivo, me sentiría más acogido. Y en mejor disposición para todo. Y si vuestra reverencia se retrepase adecuadamente, mejor. Que me tiene en ascuas pensando si se cae o no se cae del borde de la silla. Y si, además, me mirase a los ojos y le echase a la charla menos Espíritu Santo y más corazón humano, todavía mucho mejor».
Seguramente que a su modo y estilo, es decir, sin fibra ni calor, hizo lo que pudo por arrancarle el motor bloqueado a Burguillos.
—A andar se aprende andando y a decidir, decidiendo.
Y Burguillos, muy humilde:
—Cierto, Reverendo Padre; pero los paralíticos…
Y el padre Noguerol, atufado, le solucionaba el conflicto:
—Si usted cree que debe irse, váyase, que Dios le bendecirá.
—Pero, Vuestra Reverencia sabe, hace años, que yo deseo con toda mi alma ser jesuita… que quiero quedarme y no puedo.
Y entonces el padre Saúl le prometía encomendarle a Dios.
—Váyase usted a Comillas. No será difícil alcanzarle una beca. Presbítero ya, si sigue tan enamorado de la Compañía, todo será mucho más fácil.
Para Burguillos fue una salida. Porque eran ya los finales de noviembre y se veía otra vez a la intemperie… sin camino y sin horizonte.
Recurrió al Rector de Carrión, el padre V. Agüero. Hombre humano y de gran bondad:
—Vente, hijo, ésta es tu casa. Aquí te ayudaremos a encontrar la paz.
Del noviciado se llevó Burguillos una gran pena. Siempre consideró que con aquel episodio había cerrado muchas posibilidades a su realización. La ilusión, por ejemplo, de estudiar con el padre Basabe.
Reinició el curso en Carrión. Fue un año triste. Debió de haberse ido a Comillas. Hubiera tenido como profesor de Literatura al padre Alonso Schökel.
En Carrión, con la primavera ya en la huerta, se sintió reavivar. Y hasta llegó a pensar con cabeza humana. Cada vez más estaba consciente de que su vida empezaba a serpear, sin destino cierto… Porque, pensándolo bien, ¿no podría estar en Moral…? El Amoroso… las vacas, la yegua… Y la hija del señor Anacleto… No es que fuera como Diana… Ni como Olga, la palmera canaria. Ni como Josefina… Pero, a saber Dios dónde andaría Diana. Olga, en Santa Cruz, pero seguro que ya estaba casada.
Josefina, cuando Burguillos se fue a Carrión, ingresó en las Carmelitas de la Caridad. ¡Qué fiestas del Cristo y del Voto pasaron! ¡Qué sensible y qué bonita era! Se empeñó en enseñarle a bailar el tango. ¡Qué delicia…! Fue una noche de luna llena. En la fiesta de su pueblo. La luna, curiosona e indiscreta, les hizo esconderse a la sombra de la iglesia. Y como quien roba una flor, con miedo de ser vistos, se dieron un beso furtivo y efímero. Un ruido… y salieron a platearse, a purificarse a la luz de la luna.
Siempre supo Burguillos que Josefina le enamoró. Lo advirtió, porque vareando los almendros, no dejaba de cantar. Y porque, mirando a hurtadillas sus fotos, recordaba traspuesto los labios de Josefina. Pero él ya estaba resuelto a jugar la baza de los frailes. Y aunque Josefina le atraía con vehemencia, se retorció el corazón. Aunque siempre creyó que más que la llamada de Dios, lo que le apartó de Josefina fue el pánico embozado al compromiso.
Aurelia, la hija del señor Anacleto, era discreta y formal. No era tetuda, como Felipa, ni machona como Evarista. Su madre la tenía bien enseñada en lo tocante al hogar. Era bien plantada y sin gorduras. Fuerte y saludable. Seguro que sería buena paridora…
De sus sueños y cálculos le despertó a Burguillos el padre Díez Lugones. El buenazo del padre Díez era su profesor de Literatura. Se tenían gran afecto. Él, con los padres Cuende, Jiménez y el Padre Rector, le aliviaron mucho la tristeza de ese curso. Pero cuando le animaron a probar de nuevo, Burguillos se negó en redondo. Y declinó la beca de Comillas…
1. Quiete. Hora o tiempo que en algunas comunidades se da para recreación después de comer.