07-08-07.
Querido tito Miguel:
¡¡Cuánto hubiera yo deseado no escribirte estas palabras si no hubieses tenido ese inoportuno accidente el pasado domingo…!! La noticia de tu fatal desenlace nos ha llenado de pena y congoja a toda la familia que andábamos dispersa, veraneando, por toda la geografía nacional… Las lágrimas me anegaron, brotando cual negra tormenta, al saber ‑por mi padre‑ que habías fallecido… En esos, y otros momentos que han seguido a continuación, mi mente se ha llenado de imágenes positivas de tu preclara presencia entre nosotros, antes de que te fueras directamente al cielo de los justos con la inmediatez del rayo.

Siempre te recordaré como el tito más alegre, más campechano, más dadivoso, más tierno que he tenido la suerte de tener y disfrutar. Nuestras marchas por esos campos de Dios, al que ibas en tu desafortunado último viaje, mientras recogíamos la aceituna en amor y compañía, gozando de tus siempre oportunos chistes y chascarrillos; ya que a cualquier cosa sabías sacarle la punta humorística que te delataba. Ninguno podremos olvidar la cantidad de años que has sido vaquero exclusivo, con dedicación total y absoluta; pues los partos de tus vacas y el cuidado de sus ternerillos muchas veces te pedían robar tiempo al sueño y al descanso diarios, que tú no dudabas en sacrificar de buen talante. Cuánto trabajo en el tajo y en la vaquería, ya que siempre has sido un hombre polivalente, que también sabías de albañilería, de labores caseras, de ser buen comprador e intendente en tu casa y en la de tu hija Rosa Mari…
Puedes estar seguro de que te has ido al cielo con los deberes bien cumplidos. Fuiste el hijo menor de mis abuelos ‑Antonio Resa Molina y Josefa Jiménez Sierra‑ que, desde muy pequeño, ayudaste a las tareas agrícolas para, ya adulto, caminar al alimón con tu querido hermano Antonio, fundando esa saga de lecheros sin continuidad ‑Los hermanos Resa‑, que gozaron de una estupenda fama ganada a pulso, día a día, con vuestro esforzado trabajo, con vuestra formalidad en el trato de todos los estamentos sociales ubetenses, con vuestra afabilidad sin límite… Puedes estar seguro de que se han derramado muchas y sinceras lágrimas, y de que se han rezado infinidad de oraciones por el eterno descanso de tu alma; pues has sido un hombre que has impactado nuestras vidas, sabiendo poner al mal tiempo buena cara en todo momento.
Ahora que disfrutabas de esa jubilación dorada en la que ibas cosechando frutos de tu agitada y trabajada vida, te nos has ido para siempre, cuando más te necesitaba tu familia más íntima; pues eras el despensero oficial, el negociante de médicos y recetas, el gustoso conductor que llevaba a cualquier asunto a sus hijos o nietos… ¡¡Va a ser difícil aceptar la ausencia de tu irrepetible huella…!! Solamente con la ayuda de Dios, podremos superar todos este trágico trance que, por desgracia, se repite con pertinaz secuencia todos los fines de semana del año en múltiples hogares españoles.
Tito Miguel: ahora que ya gozas del descanso eterno ‑una vez atravesado el amargo momento de tu agónica despedida‑, quiero decirte, en nombre de toda la familia, que tenemos el honor de seguirte amando siempre, hasta los últimos días de nuestras vidas; y que tu ausencia nada ni nadie va a poder suplantarla, pues has sido un hombre irrepetible, con unas cualidades humanas destacadas y, en especial, por tu sentido del deber y de la familia: por ser un hombre sencillo, trabajador, amante de su pueblo y de su gente… Personas anónimas como tú son las que necesita esta nuestra sociedad del siglo XXI, que anda obcecada en otras conquistas y banalidades, para que en verdad tenga ese cariz humano, íntimo, desprendido, que tanto necesita…
¡¡Hasta siempre querido tito Miguel!! Recibe un fuerte abrazo de tu sobrino, que jamás te olvidará…
Úbeda, 7 de agosto de 2007.