Veintiuno de abril. Hoy hace un año

Parece mentira pero ya hace un año. Ha vuelto el calor. En los años de internado, por esta época, próximos los exámenes, el colegio se llenaba de luz y de alegría. Por la mañana nos levantábamos y, al ritmo de su silbato, corríamos por los campos de deportes, sudábamos y terminábamos agotados y felices. Luego nos lavábamos, nos mojábamos la cabeza con las dos manos y salíamos de los lavabos más repeinados que Antonio Banderas, con el pelo goteando y hablando del examen de Preceptiva Literaria.

Epigramas, sonetos, quintillas, décimas o espinelas, y planteamiento, nudo y desenlace. Decía don Jesús que sin ellos no había novela y que Dostoievski lo primero que hacía era apuntar en un papel eso del planteamiento, nudo y desenlace. Luego se ponía a escribir, varias horas seguidas, y la novela le salía sola. También nos decía que, de cuando en cuando, la esposa ‑por efectos de la soledad‑ solía interrumpirle:
—Feódor Mijáilovich, ¿cómo llevas el nudo?
Y él, sin levantar la cabeza, le contestaba:
—Bien, María Dimitrievna. Parece que hoy, el nudo me está saliendo bastante bien.
Y nosotros nos reíamos y nos parecía imposible que pudiera saber tantas cosas.
Los jueves por la tarde salíamos al campo. A los pocos días, algún agricultor venía al colegio para quejarse de que los niños de don Jesús habían arrasado el terreno y aniquilado el cultivo. En concreto, las habas. Cuando el rector lo llamaba, para amonestarlo, él iniciaba sus argumentos con la frase: «Sin duda vuestra reverencia comprenderá…», y le hablaba de los peligros a que sin duda estábamos expuestos, debido a las carencias vitamínicas del menú escolar. Seguía con unas filigranas espirituales, aseverando que a nuestra edad las plegarias y las oraciones no eran alimento suficiente y, tras unas flexiones por “naturales” ‑«los chicos a esta edad necesitan un plus energético»‑, remataba diciendo que era Dios mismo quien ponía las habas en nuestro camino, como les puso a los israelitas el maná. Siempre salía por la puerta grande y cargado de trofeos. Aquellos años fueron, seguramente, los mejores de nuestra vida; conocerlo y tenerlo como amigo fue un privilegio inolvidable.
Hoy ‑que lo sabe todo porque desde allá arriba se sabe y se ve todo‑ sabrá también que nunca olvidaremos el caudal de su afecto y de su palabra. Su imaginación, sus anécdotas, su ilusión por vivir, sus consejos, sus enseñanzas y la sonoridad del castellano que él pronunciaba con especial limpieza y elegancia. Fue «espiga de trigo» y «flor de esperanza» ‑como decía el himno del colegio‑ para todos nosotros. Nos convenció de que el mundo era una aventura fascinante en donde nada nos estaría vetado, porque podríamos llegar a conseguirlo todo. Y estábamos absolutamente convencidos de que así sería, porque él nos aseguraba que iba a ser así. Y así ha sido.
Y aún a riesgo de caer en la exageración ‑que somos de donde somos‑ creo que merece la pena reflexionar sobre la abundante cosecha que fue capaz de espigar en tan poco tiempo. Ahora, debería escribir el nombre y los dos apellidos de todos aquellos muchachos de color de aceituna que tuvimos la suerte de conocerle con catorce o quince años. Y así irían apareciendo nombres de buenas personas, de buenos padres, de buenos profesores, de sabios y de pícaros, que de todo había en aquella viña que le encomendaron racimar.
Inolvidables nuestras conversaciones en su piso de Valladolid. Amable y optimista, transmitiendo ilusión por vivir, por hacer cosas, por buscar la felicidad. Siempre tenía a mano una anécdota inteligente, una sonrisa, una palabra de ánimo y confianza. Me alentaba a escribir sólo por el placer de escribir y comunicar sentimientos, sin esperar nada a cambio. Y me contaba que Camilo José Cela, cuando presentó su novela La familia de Pascual Duarte al Premio Nacional de Literatura, en 1943, le devolvieron el sobre ¡sin abrir! También me contó otra anécdota de Cela, hablando de su infancia en un colegio de jesuitas: «Eso que se dice de que la Compañía de Jesús es muy agradecida no es verdad, porque a mí me echaron del colegio, sí; pero a la abuela ‑y yo era su nieto preferido‑ no le devolvieron el retablo de la capilla, que había sido regalo suyo».
Tras breves confidencias de tipo personal, pasábamos a comentar asuntos de rabiosa actualidad… Úbeda y el colegio. Le gustaba escuchar las anécdotas cuyo protagonista era el padre Navarrete. Hacía poco que Diego me la había contado. Debía actuar el coro en Madrid y la responsabilidad de que el colegio brillara a gran altura, una vez más, recayó sobre el padre Prefecto. Pensó que los pequeños, con unas sotanas de color crudo y una crucecita de madera al cuello, quedarían monos y entrañables; pero los alumnos mayores necesitaban unos trajes a medida de color gris marengo. Pudo haber llamado a doña Carmen Polo, accionista mayoritaria ‑según se decía‑ de Galerías Preciados, y solicitarle un crédito blando o condiciones y descuentos especiales por tratarse de una obra social y de la Iglesia.
Pero el singular padre Navarrete optó por una gestión urgente y segura. Llamó al padre de nuestro compañero Diego Rodríguez y le encargó más de veinte trajes a medida, de color gris marengo. Nunca le pagó ni el corte, ni la confección, ni los viajes que necesitó hacer para tomar las medidas, probar los trajes y realizar su trabajo digna y eficazmente. Nunca preguntó cuánto valían, ni dio las gracias. Y es que el padre Navarrete tenía la misma facilidad para hacer amigos que Bush II “El Belicoso” y su amigo Aznar. Finalizaba la anécdota diciendo que el hijo se salvó de la expulsión ‑por ver una película no tolerada‑ de puro milagro. De los trajes, finalizada la actuación, jamás se supo; aunque las crónicas aseguran que, años más tarde, algunos alumnos los lucieron con garbo y apostura extraordinarios, el día de su boda.
Cuando hablábamos del padre Navarrete, se reía; decía que le gustaría darle un abrazo, ahora que los dos eran ya tan mayores, y nombrarle Padre General de “Jesuitas con Encanto”.
La semana próxima os enviaré una de sus cartas. La he elegido por su especial sensibilidad y porque creo que en ella se adivina al maestro y al escritor ingenioso, presumido, alegre, atrevido y entrañable, que siempre fue.
Barcelona, 20 de abril de 2007.

Deja una respuesta