Diego Rodríguez, durante estas vacaciones, nos ha obsequiado con tres artículos como tres soles, con sabor a saeta, a cera y a sacristía: nada más lógico en el tiempo en que estamos. Y es que Diego es una persona bondadosa, venerable y beatífica. Su rostro redondo y sonrosado le otorga cierto aire de canónigo arciprestal, de pastor de almas, de persona de total y absoluta confianza. Sus escritos respiran profundidad, honestidad, sinceridad y buena fe. Es inteligente, educado y exquisito en las formas. Así lo creo, lisa y llanamente. Que el hecho de que no coincidamos en lo ideológico no le resta ni un ápice al cariño y a la admiración que le profeso.