¿Por quién doblan las campanas en Cuba?

28-09-06.
A SHIRO KITAJIMA
Editado en La Crónica Meridional de Almería, el 4 de abril de 2000.
Ernest Hemingway, unos días después de recibir el Nobel de Literatura en 1954, dejó el siguiente manuscrito, que se conserva en La Bodeguita del Medio en la calle San Ignacio de La Habana: «My mojito in la bodeguita, my Daiquiri in el Floridita». La guía, sin embargo, nos dice que el novelista redactó a unos metros de allí, en el hotel Entre Mundos, la novela sobre la Guerra Civil española, ¿Por quién doblan las campanas? Fue publicada 14 años antes, en 1940, por este escritor americano que ya triunfara en 1929 con Adiós a las armas. A los 63 años dijo adiós a su vida al dispararse un arma de caza en el Valle del Sol, bajo las Montañas Azules de Idaho, lejos de Pamplona, de Madrid, de Ronda… y de las cacerías que magistralmente noveló en Verdes colinas de África.

Hay dos campanas célebres en la capital cubana: la que recuerda a la antigua Universidad, porque servía para llamar a los alumnos; y la que suena cada noche a las nueve en punto (dicen que es lo único puntual en Cuba) en la Fortaleza de San Carlos, para el cambio de guardia.
Las campanas doblan, llamando a la pluma y a la espada. José Martí, que da nombre al aeropuerto internacional y tiene un gigantesco mausoleo en la Plaza de la Revolución, mirando a la figura del Comandante Che Guevara que rubrica: «Hasta la victoria, siempre». Este verso de José Martí sirvió a Pemán como introducción de sus charlas en Argentina en los años de hambre de la postguerra española, donde declamaba los versos de «Cultivo una rosa blanca» porque llevaba de España para los amigos y enemigos del régimen de Franco rosas blancas, que los románticos argentinos cambiaban por trigo.
«¿Quién es el ignorante que mantiene que la poesía no es indispensable para los pueblos? La poesía, que congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba las almas, que da o quita a los hombres la fe o el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues ésta les proporciona el modo de subsistir, mientras aquella les da el deseo y la fuerza de la vida» (José Martí).
Con éstas y otras ideas se funda el Movimiento 26 de Julio en Sierra Maestra, con Fidel Castro y el argentino Ernesto Guevara, que se hace cubano esos días, y consiguen el 1 de enero de 1959 el derrocamiento del régimen de Batista, que deja la secuela del 25% de analfabetos. La revolución de la que en las carreteras y en las calles cubanas se nos recuerda que cumple 40 años, que no quieren amos, que el cubano cuando tira, tira… Hace escuelas en los cuarteles y logran erradicar la incultura.
Enseñan que el mal está más allá de su malecón y el mal no es ese hermoso mar caribeño, sino el imperialismo americano. Kennedy tolera la invasión de Bahía Cochinos, que fracasa, y se opuso a la instalación de las bases militares de los rusos en 1962. Desde noviembre de 1963, cuando es asesinado en Dallas, su magnicidio es un enigma: si los rusos, si Fidel Castro, si los grandes magnates… 0 quién ayudó a Oswald a matar al creador de una «Nueva Frontera», cuyas máximas eran la integración racial, lucha contra los grandes monopolios y mejores relaciones con Hispanoamérica… Algunas son las mismas de la revolución cubana. Kennedy, que había ido a la capital alemana, dividida con un muro recién levantado, pronunció su antológico y valiente discurso I am berliner, y decía a sus compañeros de la Universidad de Boston que fueran a Berlín a ver lo que era el comunismo. Fidel se lo trajo muy cerca y con él puso en práctica todas las teorías de los filósofos socialistas y comunistas alemanes Friedrich Engle, Karl Marx, y publicó La Sagrada Familia, El Capital…
Pasan los años y los cubanos siguen cantando: «Aprendimos a quererte bajo un sol de primavera y con Fidel te decimos hasta siempre comandante…». En enero del año pasado reciben con emoción y con orgullo al Santo Padre de Roma y Castro, aprovechando las televisiones mundiales, brinda al mundo un discurso soberbio y, de paso, nos da una versión de la historia cubana que deja a los americanos y a los españoles por los suelos.
Los españoles ya no son, como en La Leyenda Negra de los Países Bajos, unos malvados con los que los padres asustan a sus hijos diciéndoles que viene el Duque de Alba, como si fuera el Coco. Aquí eran peores, como el hombre del saco o el sacamantecas de nuestra infancia… Los españoles hicieron más mal tratándolos como esclavos con derecho a pernada que robándoles su plata y su oro. Eso es lo que enseñan en las escuelas, quizás sin lápices, pero con unas ideas claras, como su cerveza y la ciudad de Santa Clara, donde el Comandante ganó su gran batalla.
Recuerdo que en mi escuela del ayer, quizás con no más lápices que ahora en Cuba, se nos enseñaba que en Veracruz (México), el conquistador Hernán Cortés hizo quemar las velas de los barcos para que la tripulación amotinada no volviera a España. «La verdad ‑me dicen‑, es que querían volver, pero sólo a La Habana». La perla del Caribe, que hizo escribir en su diario al descubridor Colón que es «la tierra más hermosa que ojos humanos vieron».
Ahí han estado estos días Lucas y empresarios de Castilla y León. Fidel Castro los ha visitado en el Hotel Cohiba y yo, que he podido grabarlo en vídeo, he comprobado el cariño y la ilusión de todos los empleados y huéspedes del hotel. El Comandante ha hablado con ellos y todos nosotros recordando, con afecto a España, la Madre Patria.
Cuando el tiempo pase y nos parezca como soñado, cuando queramos recordar, tendremos que encender un cigarro puro y su calor nos hará tomar un poco de limón, azúcar, hierbabuena, soda, hielo…, lo batiremos con un agitador en forma de bailarina del Tropicana y con el sabor del mojito, pondremos la canción de ‘Hasta siempre…’. Volveremos otra vez a ese paraíso perdido en el mar de las añoranzas gratas: Cuba.

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