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04-09-06.
Érase una vez una plaza genuina de un pueblo que aspiraba ‑y aspira‑ a ser Patrimonio de la Humanidad y ejemplo para el mundo de cómo se ha de conservar el patrimonio de un pueblo para uso y disfrute de las generaciones presentes y futuras. Una plaza a la que llamaban “Vieja” por su rancio aspecto y a la que un importante escritor local inmortalizó en varias de sus novelas; una plaza de sabor especial que ninguno de los pueblos de su provincia ni de la ancha España poseía. Era una plaza en plano inclinado hecha con tanto gusto que cuando se paseaba por cualquiera de sus espacios permitía avistarla completa y saludar a vecinos y forasteros en un ambiente de pueblo que aspiraba a ser ciudad.
Pero hete aquí que llegaron falsos aires de modernidad y la ciudadanía, juntamente con los partidos políticos, vieron conveniente su remodelación para tirar por tierra lo que de añejo aquélla tenía, para cuajarse un adefesio que tanto el aborigen como el forastero ni entienden ni comprenden. ¿Cómo una institución, como el propio Ayuntamiento a la cabeza, es la inductora de tan fenomenal desatino? ¿Por qué todos los partidos políticos ‑como suele pasar en otros temas importantes‑ sólo quieren colgarse medallas y no se movilizan para deshacer tan grande entuerto? ¿Cómo es posible que la Corporación Municipal, y su alcalde a la cabeza, haya sido el agresor número uno en el tema de la defensa del patrimonio que tanto se cacarea, pero que paradójicamente se ataca? ¿Va a pasar lo mismo que con la Academia de la Guardia Civil, que se marchó, con todos los honores y plácemes, a la ciudad hermana sin que se moviera un solo dedo? ¿Es que la ciudadanía de este pueblo andaluz‑manchego no se va a movilizar para que se rectifique ‑todo es posible si hay voluntad de hacerlo‑ y se le dé a la plaza su antigua y auténtica fisonomía? ¿No nos duelen las agresiones arquitectónicas, y de gran calado, que se están produciendo continuamente en nuestra ciudad? ¿Tendrá que llegar un sastrecillo valiente que tenga la valentía de decir que nuestra Plaza Vieja va desnuda y maltrecha exhibiéndose y pavoneándose como si tal cosa, sin que nadie se percate de ello? ¿Va a pasar lo mismo que con la desastrosa iluminación ejecutada en el Palacio de las Cadenas que hace deslumbrar al ignorante con esas “cajas de zapatos” colocadas en las cornisas y donde las cariátides y telamones luchan avergonzados entre la excesiva luz y la penumbra, rogándonos ser devueltas al estilo y uso originario en que fueron concebidos? ¿Se va a seguir agrediendo la ciudad con esas construcciones modernas ‑“estilo Costa del Sol” en su época más desaforada de falso desarrollismo‑ que poco a poco van a ir asfixiando la maravillosa vista de la Redonda de Miradores? ¿Van a seguir padeciendo muchas de sus calles el descarnamiento y tapado de empedrado o adoquinado más inhumano…?
Recapacitemos… pues han puesto en el corazón de nuestro amado pueblo una plaza en que “la boca de metro” preside grotescamente todo el espacio, quitándole la fabulosa vista que desde el Rastro tenía no hace mucho tiempo. Y qué pensar de los maceteros con su moderno, diseño en los que Úbeda, machaconamente, se nos repite quizás para provocarnos un aldabonazo en nuestras conciencias por no haber colocado adornos más autóctonos, pues no hacía falta más que bajar a la calle Valencia o llegarse a los entendidos talleres artesanos del hierro, que todavía tenemos en esta ciudad, para conformar un conjunto más armónico y equilibrado… ¿A quién se le ha ocurrido poner una plaza en alto sobre otra plaza de plano inclinado multiplicando los escalones ‑hacia arriba o hacia abajo‑ para que el tropezón sea el premio más justo al que se atreva a pisarla? No es extraño que también a la mencionada plaza se la conozca como Plaza de los Tropezones… o de los Cepazos… ¿Y qué decir del mamotreto metálico ‑al que hay que añadir las verjas y barandillas por doquier que le dan un aspecto tercermundista obnubilado con la más cutre modernidad‑? ¿Para qué tanto pipote y chirimbolo? ¿Será preciso ‑sin perder la calma‑ mirar solamente a la espadaña de la Torre del Reloj y al ancho cielo para no caer en un depresivo estado anímico? Vivimos unos tiempos en que se copia demasiado lo cutre, lo de mal gusto, lo foráneo, pues falta imaginación y profesionalidad para ejecutar un proyecto digno que respete lo que generaciones pretéritas idearon con mucha más lucidez que la nuestra y que nosotros, en un santiamén, continuamente nos estamos cargando. ¿Nadie va a mover un dedo para que esta antigua, preciosa y decimonónica plaza del pueblo y ciudad de Úbeda sea puesta en valor patrimonial auténtico, respetando su antigua estructura y composición? Quizá haya que decir aquí el viejo tópico: “tenemos lo que nos merecemos” pues, nos hagan la agresión que nos hagan, nosotros seguiremos tan frescos, quizás criticando por lo bajini todo lo mal que se hace por aquí y por allá, pero sin que la auténtica y formada ciudadanía ponga el grito en el cielo por el continuo expolio de patrimonio arquitectónico, cultural, paisajístico… que se está produciendo a nuestro alrededor, y nosotros sin querer enterarnos… ¿Habrá que esperar a que se nos instale, en este lugar, la movida permanentemente y nos pinten peldaño a peldaño la palabra “smile” ‑al igual que la Plaza de los Hierros Uno‑; o sufrir, estoicamente, las mil y una pintadas que emborronan nuestras fachadas, paredes y monumentos dando un aspecto de incivismo que espanta? ¿Es ese el objetivo que queremos conseguir para que se nos conozca por todo el mundo como Patrimonio de la Humanidad…?
Quizás sea preciso entonar el himno andaluz, aquí en nuestra tierra, cambiando un poco la letra, que no la melodía:
“Ubetenses levantaos,
pedid cordura y sensatez
para que la Plaza Vieja ‑y el resto de la ciudad‑
vuelva a ser lo que fue…
si queremos que Úbeda (y Baeza)
sean Patrimonio de la Humanidad”.
Úbeda, junio de 2002.