04-09-06.
Érase una vez una plaza genuina de un pueblo que aspiraba ‑y aspira‑ a ser Patrimonio de la Humanidad y ejemplo para el mundo de cómo se ha de conservar el patrimonio de un pueblo para uso y disfrute de las generaciones presentes y futuras. Una plaza a la que llamaban “Vieja” por su rancio aspecto y a la que un importante escritor local inmortalizó en varias de sus novelas; una plaza de sabor especial que ninguno de los pueblos de su provincia ni de la ancha España poseía. Era una plaza en plano inclinado hecha con tanto gusto que cuando se paseaba por cualquiera de sus espacios permitía avistarla completa y saludar a vecinos y forasteros en un ambiente de pueblo que aspiraba a ser ciudad.