Educación y sociedad plural

21-07-2006.
Antes, la Educación era una
hazaña de la Administración.
Hoy, la Administración del Estado,
no es capaz de
dar la orientación
a la vida pedagógica entera.

(Spranger).

Si hace cincuenta años, poco más o menos, Spranger consideraba impotente al Estado para controlar todos los hilos de la trama educacio­nal, ¿qué diría el filósofo-pedagogo en nuestros días?

Porque la educación es tarea de todos para todos. Y en cierto modo todos nos educamos y educamos; es decir, todos somos o debemos ser, al par, educadores y educandos. Si no se educa sólo con ideas v con voluntad de acción ‑que parece constituía el empeño de Fitche-, si no bastan los principios, porque la gigantesca realidad de una sociedad absorbente exige contar con los condicionamientos ambientales y con los hechos consumados, entonces el Estado encuentra cada vez más mermadas sus facultades de empresario de una Educación cuya direc­ción y sentido es difícil planificar y aún menos centralizar.

Es que vivimos un mundo compuesto de muchos mundos que son limítrofes, pero que aspiran a la independencia. La Sociedad actual es heterogénea y dispar. El drama de la sociedad de ahora radica en que no puede renunciar, en cualquiera de sus enunciados políticos, ideoló­gicos o educacionales, al "bien común", porque el "bien común" es algo a que, casi por definición, debe aspirar todo ente social. Pero el "bien común" es tanto más difícil de conseguir cuanto más pluralidad v di­versidad de intereses existe en el seno de la sociedad. Máxime cuando se sobrevalora -como sucede en nuestro tiempo- el concepto de liber­tad. El drama es que, por amantes de la libertad, todos queremos un mínimo de trabas para el desenvolvimiento personal, es decir, todos somos "personalistas".
Pero, de otra parte, propugnamos un máximo de seguridad v de bienestar constituyentes del patrimonio común; o sea, de cierta mane­ra, también somos "socialistas". Ahora bien; este doble anhelo, ¿qué pide, a qué recurre sino a la cuadratura del círculo? ¿Se puede ser, al par, liberal y socialista, autócrata y demócrata? Es indudable que los "derechos de la persona" son sagrados. Pero somos, en el mundo, tres mil millones de personas. Y cada individuo, por reducido que sea el ámbito en que se mueva, tropieza, al poner en ejercicio sus derechos, con los derechos que las personas que le rodean están continuamente poniendo en marcha.
Los conflictos de frontera son, pues, inevitables. Y para reducir­los no quedan sino dos opciones: o limitar los derechos individuales ‑a más personas con derechos más limitación en los derechos‑ o renunciar al "sentido social", al menos en buena parte. Las dos soluciones son, po­siblemente, inadmisibles; una por antiliberal y otra por antidemócrata. ¿Quién se atreve hoy a arrostrar el riesgo de que le llamen antiliberal o antidemócrata? No obstante, lo estamos viendo, la única manera de poder ser al mismo tiempo liberal y "social" es estrechar los conceptos. Quiero decir, ser nada más un poquito liberal para poder ser también otro poquito social.
La ley de impenetrabilidad de los cuerpos enseña que no pueden ocupar el mismo sillón dos personas si no encogen las piernas y aprie­tan los costados. Hay también una ley de impenetrabilidad de los conceptos y de las ideas. Así es que no se puede ser muy liberal y muy social, muy individualista y muy demócrata. Al contrario, para habitar el mismo espacio los dos conceptos, no hay otro remedio que el de ser medio demócrata y medio liberal. Hay que prescindir de bastantes per­sonalismos en aras de la sociedad y de no pocos anhelos socialistas en aras de la persona.
¿Quién pone orden en esta maraña? ¿Quién señala las fronteras y coloca los mojones? Se responde que la autoridad. ¿La autoridad? Aquí sigue el conflicto y aumenta el drama. El "liberal" contesta enseguida: «¿Quién es la autoridad para cercenarme?». Pero es que el socialista tam­poco cree en la autoridad si la autoridad no la ejerce un socialista. Y así, el cuento de nunca acabar.
Empresa educativa. Gran problema. Si el Estado puede acome­terla con comodidad en una sociedad monolítica, no puede hacerlo en una sociedad pluriforme hasta el máximo. No puede el Estado ‑si es un Estado liberal‑ dar dirección, orientación y principios a la Educación en una sociedad compuesta de hombres que uno a uno ‑si se les pregunta­‑ esgrimen una teoría distinta de la educación. Conviven en la sociedad el cristiano, el socialista, el anarquista, el burgués, el frívolo, el degene­rado v el dogmatista.
Si la educación obedece al ideal liberal, ha de tener en cuenta todas estas actitudes opuestas, e incluso contradictorias. Ser imparcial es, en principio, estar a favor de todos. Pero, al final, el impar­cial ‑la educación imparcial también‑ lucha en contra de todos. Milicia es la vida del hombre sobre la tierra. El "liberal" principia con el candor de conciliar todos los ideales, pero suele terminar en el cadalso.
No sé ‑todavía no lo sé‑ qué puede hacer la Educación que tiene que trabajar sin reglas, porque las reglas coartan la libertad, para aspi­rar a un bien que no se sabe en qué consiste, ya que cada una entiende el bien a su manera y para usted es negro lo que para mí es blanco.
No sé cuál es el cometido de la educación en una sociedad que se declara agnóstica, que no entiende de valores, que está ansiosa de cono­cimientos, pero a la que ni la ética ni la metafísica ni la religión importan. Si la empresa educativa ha de ceñirse a suministrar datos, cifras, hechos… experiencias, entonces sí es posible planificarla, centralizarla, programarla desde la Administración. Y funcionará como una fábrica.
Quedará entonces la Educación en Enseñanza. Pero, ¿esto es líci­to? No: esto sería inmoral. Y entonces, la Educación, a pesar de cual­quier anterior fracaso, ha de volver a apostar por los valores. ¿Por cuáles? Esa es la cuestión. En el instante en que nos ponemos de acuerdo en que la educación ha de establecer un sistema de valores, por cada esqui­na surgirá un Moisés con su tabla. Lo repetimos: he ahí el drama. Al fin, después de mil tanteos, de mil ensayos, de mil fracasos, ¿no habrá que volver a lo de Fitche? ¿No habrá que tornar a pensar que la educación se hace con ideas y que una "voluntad de acción" ha de señalar cuáles son esos principios? Pero esta voluntad de acción es autoritarismo puro. El mundo de hoy no aceptará a Fitche. Claro, Fitche está en las raíces del totalitarismo, del fascismo, del comunismo. ¿Entonces?
Resumen. No basta la enseñanza. Urge la educación. Necesita valores, principios, la educación. Pero no son válidos los "valores" que determina la voluntad de acción de los hombres. Y cada grupo esgrime valores que se hacen la guerra. ¿Árbitro? La autoridad. ¿Qué autori­dad? Autoridad viene de autor. Pero, ¿hay un autor?
¡Bah! Si no hubiese autor, si faltase Dios, todo serían palabras. Todo: derechos, deberes, valores, personas, sociedad, bien, mal, educa­ción. Si faltase Dios, si no hubiese Dios, la Cultura no sería otra cosa que una monumental inflación cuyo juguete es el hombre.
(Diario JAÉN. 13-10-74).

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