Corazón de payaso

Obediente y por gozarme en los recuerdos, reseñé a colegas de mis años en Úbeda.
Pensar en una galería de alumnos me tienta como clasificar estrellas… que sólo maravillas podría consignar. Pero tantos… y tan premioso el tiempo. Dejadme que hoy, por justa compensación, os hable de otros pastoreos.
No; no sólo los de Úbeda. Tengo otras ovejas que también llenan el redil de mi vida. Y hoy también me abruman en gozo y consuelos.

A mi gente de Úbeda ‑“pussillus grex”[1]‑, cuatro años les tenía a mano y a mano les labraba. Miralar ‑Formación Profesional‑ me desbordaba con doscientos, y a veces más. Sólo dos cursos estaban conmigo. Poco tiempo era para marcarles y quererles. Mucho sabían estos castellanos de la Segunda y de mis “divinos”, que a mí me rezumaban del corazón en cada charla.
Hoy os presento a Carlos Valentín. Que también por acá me brotaron corazones de oro. Admira vuestras trayectorias y es un descolocado nostálgico de la Segunda División.
Me cayó en los primeros lotes de Miralar. Alto, de muy buen ver, flexible. Portero fue del Club Cristo Rey. Ciclista condecorado. No era un mozo corriente.
Estrenaba Miralar y andaba yo como chalán en ferias desojándome por dar con potros de fina sangre. Este muchacho siempre había gente y algazara en torno. Voz grave y buen decir. Le seleccioné in mente para mi cuadro artístico. Etiqueta de payaso le puse y como tal le exploté con regocijo de todos. Que me despelotaba el cotarro.
Acudir a su boda, para mí fue honor y halago. Fascinado contemplé a aquella celestial pareja escapada de una película romántica.
Siempre en Navidad, Carlos me escribía. Y me recordaba que era mi amigo. Y que seguía queriéndome. Yo, complacido, no siempre le respondía.
Los pioneros de Miraiar, allá por el año 2000, celebran el veinticinco aniversario de promoción. Suplo mi ausencia con un discursito. Recordando su voz, presencia y el arte que su padre le enseñó en el bordado de la lectura, a Carlos se lo encomiendo. Avivó el interés de los oyentes con la sal que introdujo el tema:
“Queridos amigos: Me siento privilegiado por ser portavoz de una de las personas que más quiero y admiro en este mundo. Leído y releído el texto, me he emocionado hasta las lágrimas. Soy un sentimental. Y cualquier recuerdo de aquellos años maravillosos me conmueve. Este es el mensaje de aquel que fue un padre para todos nosotros”.
(Ojalá fuera así) Prolongado y denso fue e¡ aplauso. ¿A quién tanto aplaudían?
Solía dejarme sus escritos. Mucho se escoraba hacia el humor. Yo, que sabía de su noble generosidad con los compañeros y percibía las ternuras y fervor que le echaba al hablar de su familia, me confirmé en la profundidad de su alma. Y le insté a que cavase dentro de sí hasta dar con manantiales de leche y miel. Y me trajo un cancionero de nanas que había escrito para sus niños, cuando pequeños. Y un himno a su madre compuesto a golpes de corazón.
Este buen hombre lee y relee mis memorias. Le guía el corazón y le lleva a desbarrar. En suertes de amistad me deja en toda la cruz flores y banderillas. No me cita a Delibes, Quevedo ni la Institución Libre de Enseñanza. Pero ahonda hasta tocarme fondos de orgullo y emoción.
“‑El curso se acaba muchachos…”. ¡Chapean! Precioso párrafo. “No me los echéis a perder”. La vida en un columpio, p. 208.
«Siempre sentiste lo nuestro como tuyo. Pienso que si tuviera dieciocho años y leyera este libro, hubiera intentado hacer una labor como la tuya. ¡Qué bella profesión!
¿Sabes? Estoy empezando a sentir tu influencia… Seguro que tu recuerdo me ayuda a ser buen padre, buen esposo, buen hijo y mejor persona.
Apurando como estás los últimos posos de la vida, déjame participar en los últimos momentos de tu lucidez y sabiduría. Déjame que en esta etapa final sea tu lazarillo obediente e inseparable. Tu discreto confidente. La presencia amable que te aligere las horas turbias de tu mal. Si caminar no puedes, yo seré tu bastón, tus piernas. Mis manos escribirán cuanto tú les dictes. Mi coche será la Petra que al Amoroso te llevaba. Y si lo deseas seré la cigarra y el grillo que amenizaron tu infancia en el Moral de tus amores. Cuéntame, cuéntame cosas, vivencias, que no me canso de escucharte…».
Todo esto me conmueve y conturba. Ya, tan disminuido yo, iba perdiendo las artes de ubicar volcanes y apuntar acuíferos. Pero esos escritos me devolvían a tiempos remotos. Cuando tantos, como hoy Carlos, recibían mi decir como simiente viva. E, inseguro yo, volvía a mi eterna tarea de inquietar a quienes me escucharen. Y él, tan devoto lo hacía que hube de rogarle.
‑Carlos, hijo, no me tomes en serio. Que ya soy demasiado viejo y tanto escucharme puede quitarte la paz… Y cuida de no hablarle mucho a María de mí. No vaya a sentirse aminorada en tu aprecio…
Y por toda respuesta, Carlos me arrastró a su casa. No me lavaron los pies. Me perfumaron con los encantos de toda la familia. La perfecta casada, María, acogedora y bella. En luz y castellanía cordial me bañaron los patriarcas don Carlos y doña Ángeles. Y el encanto más fino estuvo en los hijos.

Y yo que, por la ruina que llevo encima ando con dengues en el comer, no sé si por el condimento de las buenas caras… o, porque, mientras niña Isabel me regala cercanía en sus preguntas, Álvaro me abastece el plato, me puse las botas. Y no me canso. Y no cierro el pico. ¿Qué así me retiene y trasforma en casa de aquel mocete que yo seleccioné como payaso…?


 

[1] pussillus grex, ‘pequeño rebaño’.

 

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Publicado en: 2005-07-21 (65 Lecturas).

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