Del rosa al negro

Me parece entrañable el detalle que los directivos del FC Barcelona dedicaron en la tarde del pasado domingo a los aficionados del Atlético de Bilbao. Antes de empezar el partido, les obsequiaron por megafonía con unas palabras, en euskera, naturalmente. Nadie entendió el significado de lo que se decía; no obstante, a más de uno se le humedecieron los ojos y todos aplaudieron a rabiar. ¡Qué tarde! ¡Qué maravilla! Allí estaban las banderas, ondeando al viento, gallardas y orgullosas con los colores del Barça y Cataluña. El Barcelona líder y el Madrid a trece puntos. Los más viejecitos, con lágrimas como naranjas, recordaban aquellos tiempos en que unos conquistaban Copas de Europa y otros debían conformarse con la del Generalísimo. ¡Qué ironía! ¡Qué cambio!

El partido acababa de comenzar. Todavía se saludaban los vecinos de localidad y se encendían los puros, cuando Yeste, que es un vasco nieto de emigrantes de Villanueva del Arzobispo, centró desde la derecha, de donde proceden casi todos los males de la humanidad. Marcó Llorente el primer gol, entrando por la izquierda, por donde entran siempre el progreso y la modernidad; y una tarde que había empezado de color de rosa, en un momento, se puso como un zapato negro. Con el gol en contra, los aplausos se transformaron en insultos, las lágrimas en gritos de “¡A Segunda! ¡A Segunda!”. Y de las tiernas palabras en euskera se pasó a exquisiteces y sutilezas, en castellano racial, que mi buena educación me impide reproducir. Una nueva llegada de Llorente –esta vez por el centro- puso los corazones en los puños y las turbulencias en los tubos digestivos. A la vista de los hechos, Teixeira Vitienes, que es visitador médico pero se dedica a arbitrar partidos de fútbol los fines de semana, en lugar de sacar del maletín un sedante de amplio espectro, pitó un penalti riguroso, a favor de los locales. Sólo faltaban unos minutos para que finalizara la primera parte y el efecto fue inmediato. Lanzó Ronaldinho por la escuadra y, como por arte de magia, las sonrisas volvieron tímidamente a los sufridos aficionados.
Durante el descanso, se comentaban las lesiones perpetradas por jugadores del Bilbao a futbolistas del Barcelona, como Maradona y Schuster a pies de Andoni Goicoechea; el fichaje de Di Stéfano por el Madrid, cuando ya era del Barça, y otras afrentas históricas parecidas. Volvían las lágrimas a la grada, porque el nacionalismo se enternece con las ofensas pasadas, como lo hacían nuestras abuelas con los seriales de Sautier Casaseca. A pocos minutos del final, Gurpegui ‑¡lo que faltaba!‑ cogió a Deco por la camiseta y éste, en respuesta, a punto estuvo de arrancarle la cabellera. El visitador médico se metió la mano en el bolsillo y, en vez de un específico para el cabello, sacó una tarjeta ¡roja! y mandó al portugués al vestuario. El público, encolerizado, la tomó ahora con el visitador médico sin olvidarse de Gurpegui y los gritos iban del clásico “¡Hijo de no sé qué” al moderno “¡Asesino!”, piropo que no hace mucho dedicaban a un amigo de Bush los partidarios y admiradores de Fidel Castro. Con el respetable al borde del infarto, Samuel Eto’o, un muchacho modélico y diferente, le lanzó un escupitajo a Expósito ‑otro jugador vasco, como se deduce por su apellido‑, que a punto estuvo de saltarle un ojo. El árbitro afortunadamente no lo vio, pero Clemente, que no se pierde una, dijo que “Escupen los que bajan de los árboles”. ¡El colmo! En fin, una tarde que empezó de color rosa acabó negra y triste como un funeral. Clemente se defendió más tarde, diciendo que él sólo manifestaba su opinión sobre las teorías coincidentes de Darwin y Arzallus, sobre los que escupen, bajan de los árboles, los mueven y recogen los frutos. ¡Vaya tío listo! Por mucho menos casi mandan al paro a Luis Aragonés.
Como el Barcelona ganó el partido, la cosa no fue a más y el Estatut seguirá adelante, porque según Zapatero “es el principio de una etapa mejor, para la cohesión de España”. Es decir, rosa. A mí, me cuesta trabajo compartir ese optimismo porque no encuentro voluntad de cohesión por ninguna parte. Es decir, lo veo negro. O sea, que como en el fútbol, en este país, pasamos con enorme facilidad del rosa al negro. Y pienso que, si nuestra juventud, que no ha conocido banderas rosas o negras, las empuña a la hora de manifestar sus desacuerdos, es porque no hemos sido capaces de entusiasmarles con un gran proyecto de futuro. Y eso es grave, especialmente para nosotros que somos educadores. Se recurre al pasado cuando el presente no satisface. El rosa y el negro son errores que pertenecen al pasado y que deberíamos procurar que no volvieran nunca más. Convendría analizar las ofertas que se hacen a nuestra juventud para mejorarlas y enriquecerlas. Sería estupendo -en lugar de rescatar banderas y pasajes del pasado- recuperar la educación y alentar a nuestros jóvenes a estudiar más, a saber más, a ser más generosos, más educados, más amables y más personas. Como lo hacemos con nuestros hijos. ¿O no?
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Publicado en: 2006-01-17 (75 Lecturas)

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