Préstame la voz, que no el corazón

Querido Pepe:
Préstame la voz, que no el corazón. Y sin añadir una letra ni restarle una tilde, lee este mensaje a mi gente. A los que conozco y a los desconocidos. Que por ser fruto maduro de la Safa, todos son míos. Para todos, mi ¡salve! cordial y estremecido.
Ojos incapaces de recrearse en los encantos de sus amigas… Y brazos colgados, entumeciéndose de no abrazar a sus amigos… encogen el alma y achican la vida…

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A don Jesús María Burgos

Finalizaba ya la difícil década de los cincuenta y estábamos cursando Preparatorio. En la Tercera División no ganábamos para sustos. El día menos pensado mandaban a casa a un compañero sin más explicaciones. Aquel año, unos quince o veinte alumnos no volvieron al colegio después de vacaciones de Semana Santa. A los demás, no nos quedaba otra salida que rezar y pedirle a Dios que, si era capaz, nos salvara de la expulsión. Sobrevivir no era agradable ni infundía seguridad. Los que superábamos la criba teníamos un aire de tristeza, soledad y sensación de fracaso semejante al que debían sufrir los expulsados.

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