Lo que siento

Cuando, por parte de José María y Mari Carmen, fui invitada a pronunciar unas palabras en este acto, tengo que confesar que sentí verdadero pánico; no estoy acostumbrada a hablar en público, excepto en mi aula, que es donde únicamente me siento segura. Pero de pronto algo surgió de muy dentro de mí, algo que lleva más de treinta años sin haber sido expresado, posiblemente por no haber encontrado el momento y el lugar adecuado, nunca por olvido. Ese algo me ofrece un motivo para estar aquí hoy dirigiéndome a todos vosotros y vosotras.
Mi vinculación con Safa terminó el día en que recogí mi título allá por el año 1972. Mi despedida de la Institución se puede condensar en expresiones coloquiales tales como “adiós muy buenas”, “si te vi no me acuerdo” y otras del mismo estilo. Tuve suerte y empecé a trabajar como interina ese mismo año. Pronto aprobé las oposiciones y desde entonces he recorrido un montón de ciudades, pueblos y aldeas, hasta hoy, desempeñando el oficio que desde muy pequeña era mi sueño y mi juego preferido: ser maestra. Ese oficio precisaba unos estudios que, con el mediocre sueldo de un guardia civil —mi padre—, no hubiera podido probablemente realizar, si hubiera tenido que desplazarme fuera de Úbeda.

Pero ahí estaban ellos; ellos que por segundo año habían dejado que ellas fueran parte discente de su obra. Me cabe el honor de haber sido formada como enseñante por aquellos atrevidos, pero certeros, jesuitas, que apostaron por la mujer y que una vez más estuvieron en vanguardia, como tantas veces han demostrado a lo largo de su historia. Precedida por cuatro mujeres de la promoción anterior a la mía, pertenezco junto con once compañeras más a la segunda de mujeres de la vida docente de esta Escuela de Magisterio.
Es ahora donde enlazo mis palabras y sentimientos con el motivo de haber aceptado estar aquí dirigiéndome a vosotros y vosotras. Ese motivo no puede ser otro que agradecer desde lo más profundo de mi corazón la oportunidad que Safa me brindó para hacer realidad aquel juego de pequeña en el que yo era la maestra de un alumnado imaginario, alumnado que tenía cara, cuerpo y nombre en los cientos de niños y niñas que han entrado por la puerta de mi clase a lo largo de mi, ya larga, vida profesional. Es también por ese mismo motivo, quizás para acallar el sentimiento de ingratitud que me pesa, por el que me pongo a la entera disposición de esta Asociación recién nacida, a la que apoyo y considero necesaria.
Pero no quiero que penséis que la única razón que me impulsa a estar aquí es la del desagravio. Como acabo de decir, esta Asociación la considero necesaria. Permitidme que recuerde ahora un período de mi vida que transcurrió paralelo a los primeros años de ejercicio profesional. Corrían tiempos, aún oscuros, por llamarlos de alguna forma, en los que se estaban gestando las bases de la apertura política, cultural y social, de lo que actualmente hoy disfrutamos. Fuimos un grupo de personas bastante heterogéneo, pero donde predominaba una mayoría de docentes, los que fundamos una asociación pionera en Úbeda que, bajo el nombre de Aznaitín, desarrolló durante muchos años —los que hicieron falta— importantes actividades de tipo social y cultural. En esa asociación puse todo el ardor y la fuerza de los veinte años que entonces tenía, encontrando en ella el cauce para dar salida y posibilidad de realización a mis ideales y anhelos.
Con la fundación de esta Asociación de Antiguos Alumnos y la oportunidad de trabajar en y por ella, se me repite la historia. De nuevo se me ofrece la posibilidad de seguir luchando por los valores en los que, a pesar del paso del tiempo, sigo creyendo.
Ahora no os puedo ofrecer el coraje de aquellos veinte años, pero creo que será suficientemente suplido por todas las experiencias buenas y menos buenas, pero todas enriquecedoras, vividas dentro y fuera de las aulas, experiencias que me han hecho crecer no solo como profesional sino también como persona.
Reitero mi agradecimiento a la Institución Safa, a mi profesorado, compañeros, amigos, amigas, colegas, alumnado, a mi familia, a mi hija, a todas las personas que han formado parte de mi vida y que tanto me han enseñado. Todos me habéis aportado valores que yo he intentado transmitir, al margen de los libros, en mis enseñanzas.
Y para terminar, agradezco la posibilidad que se les brinda a las nuevas promociones de pertenecer a esta Asociación. Ellas nos aportarán la nueva savia que rezuma su juventud que uniremos a nuestra sabia experiencia para lograr el objetivo principal de un enseñante: el perfeccionamiento del proceso educativo.
Gracias.
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Publicado en: 2004-10-02 (54 Lecturas).

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