Cuando Cervantes terminó su primera parte del Quijote utilizando un verso que recordaba otro del Orlando furioso de Ariosto: Forse altri canterà con miglior plettro ‘quizá otro cantará con mejor pluma’, dejó el camino expedito para que otro escritor pudiera continuar su obra. Y justamente eso fue lo que hizo Avellaneda, sólo que no respetó la intención del primer autor, ni el carácter de los personajes fundamentales. Avellaneda hizo la continuación para desprestigiar el estilo y la concepción que del mundo tenía Cervantes. Pero es que la pugna venía dada, como comprobamos en el prólogo que Cervantes le puso a su Quijote inicial.
Cervantes dice en él que «no he podido yo contravenir al orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante». Esta frase habrá que referirla a la que más adelante dirá sobre Vega, «monstruo de naturaleza», para entenderla como nada encomiástica. Vega tildó las obras de Cervantes como trasnochadas. Por eso éste, en una falsa actitud humilde, dice: «¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo?». Pero advierte que su historia «se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido tiene su habitación»; mientras que otros han disfrutado del «sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu […] para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento». Y añade una acusación velada sobre la prepotencia oficialista de Vega, cuando le dice al lector que de su hijo o hijastro ‑metáfora de su Quijote‑ «perdones o disimules las faltas» porque «ni eres su pariente ni su amigo»; para concluir con un refrán muy significativo: «debajo de mi manto, al rey mato», o sea, la opinión verdadera se esconde. Dicho lo cual, añade con toda frescura «puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calunien por el mal ni te premien por el bien que dijeres de ella».
Cervantes continúa su crítica cuando dice que «ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos», porque pocos años antes Vega había publicado La hermosura de Angélica (1602), con doce poesías encomiásticas, firmadas por un príncipe, un marqués, dos condes y dos damas, entre otros. En su actitud de falsa humildad, prosigue Cervantes: «aunque si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo sé que me los darían, y tales que no les igualasen los de aquellos que tienen más nombre en nuestra España».
Y digo lo de falsa modestia, porque en el párrafo siguiente utiliza a un amigo para autoalabarse por su boca: «siempre os he tenido por discreto y prudente en todas vuestras acciones […] ¿Cómo es posible que cosas de tan poco momento y tan fáciles de remediar puedan tener fuerzas de suspender y absortar un ingenio tan maduro como el vuestro?».
Vuelve Cervantes, ahora por boca de su amigo, a descubrir el manejo de Vega, cuando dice que la falta de «los sonetos, epigramas o elogios […] se puede remediar en que vos mesmo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda». Aprovecha para criticar las costumbres de falsa erudición que se usan en su época y termina con una enorme declaración cínica sobre la citación de autores: «no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote todos, desde la A hasta la Z […] que no habrá quien se ponga a averiguar si los seguistes o no los seguistes».
21-02-05.
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