
Nunca los patriarcas se sentaron junto al fuego
sólo por el placer de contemplar
las llamas, su hermosura de volcán doméstico.
Auguraban la fuerza del incendio.
Nunca Arafat ofreció frutas
frescas a Simón Peres,
ni Siria negoció sólo con salmos
los Altos del Golán.
sólo por el placer de contemplar
las llamas, su hermosura de volcán doméstico.
Auguraban la fuerza del incendio.
Nunca Arafat ofreció frutas
frescas a Simón Peres,
ni Siria negoció sólo con salmos
los Altos del Golán.
Historias temerarias
y crónicas confusas.
Hamás mantiene alzada la bandera del luto
y los judíos rusos no entienden tanta furia.
Aquellos patriarcas
leyeron en los cielos y en los mapas
extraños signos
de lenguas ignoradas.
Eran el fuego y la palabra: relámpagos
del reino de la sabiduría. Los patriarcas,
sumidos en su edad y en las cavilaciones,
eran rocas con el pecho de agua; y sus consejos,
semejantes a los lentos
rebaños de Madián
y a los carros de combate
en los montes del Sinaí.
Los días, como nubes, andaban
su camino sin retorno.
Y los ríos, con sus barcos cargados de especias
y apóstoles venidos a menos, exiliados
de otros sueños, de otros mesías,
desembocaban en la muerte.
Aquellos patriarcas
murieron abrumados
por los presentimientos
y las ocultaciones. Algunos eran fuertes
y creían que Dios los enviaba
para anunciar
la lluvia de la misericordia.
Pero la guerra puso
sus garras de metralla.
y crónicas confusas.
Hamás mantiene alzada la bandera del luto
y los judíos rusos no entienden tanta furia.
Aquellos patriarcas
leyeron en los cielos y en los mapas
extraños signos
de lenguas ignoradas.
Eran el fuego y la palabra: relámpagos
del reino de la sabiduría. Los patriarcas,
sumidos en su edad y en las cavilaciones,
eran rocas con el pecho de agua; y sus consejos,
semejantes a los lentos
rebaños de Madián
y a los carros de combate
en los montes del Sinaí.
Los días, como nubes, andaban
su camino sin retorno.
Y los ríos, con sus barcos cargados de especias
y apóstoles venidos a menos, exiliados
de otros sueños, de otros mesías,
desembocaban en la muerte.
Aquellos patriarcas
murieron abrumados
por los presentimientos
y las ocultaciones. Algunos eran fuertes
y creían que Dios los enviaba
para anunciar
la lluvia de la misericordia.
Pero la guerra puso
sus garras de metralla.
«El Canto Quinto va para Jesús María Burgos Giraldo,
por todo lo que puso en mi camino»
por todo lo que puso en mi camino»
CANTO NOVENO
Tanta soberbia como la espada puede tajar
de golpe, tanta como los penachos
de plumas orientales y el aire de los cedros;
tanta como para vestirse de lirios
y calzarse como águilas imperiales. Tanta
mejestad como las nieves de los montes
del Líbano o la soledad nocturna del desierto.
Reyes son que hablan de mesías
y se arrodillan, temerosos, en secreto y más
tarde lanzan sus tropas
contra sus enemigos cereales y se tiñen
de lujuria, de sangre o de ofidios.
Reyes frágiles como niñas
con collares de ámbar
o tallos de rosas;
astutos y remisos en palabras
de misericordia. Tanta soberbia escrita
en testamentos o poemas,
en muros de ciudades
o en libros de oraciones
con ribetes de púrpura.
Reyes familiares de homicidas
y desertores. Tiranos y engreídos.
Reyes a los que Dios impone
la penitencia de gobernar pueblos errantes.
de golpe, tanta como los penachos
de plumas orientales y el aire de los cedros;
tanta como para vestirse de lirios
y calzarse como águilas imperiales. Tanta
mejestad como las nieves de los montes
del Líbano o la soledad nocturna del desierto.
Reyes son que hablan de mesías
y se arrodillan, temerosos, en secreto y más
tarde lanzan sus tropas
contra sus enemigos cereales y se tiñen
de lujuria, de sangre o de ofidios.
Reyes frágiles como niñas
con collares de ámbar
o tallos de rosas;
astutos y remisos en palabras
de misericordia. Tanta soberbia escrita
en testamentos o poemas,
en muros de ciudades
o en libros de oraciones
con ribetes de púrpura.
Reyes familiares de homicidas
y desertores. Tiranos y engreídos.
Reyes a los que Dios impone
la penitencia de gobernar pueblos errantes.
«El Canto Noveno va para mi amigo Antonio Lara»
CANTO DECIMOCUARTO
Hay ciudades pobladas de fantasmas
y profetas, de tahúres, escribas
y adivinos; ciudades
resucitadas al mismo tiempo
que Lázaro dejó, bajo secreto,
el hueco de una muerte densa y fría.
Hay ciudades con cuerpo femenino,
de aroma de manzana y espíritu sepulto.
Ciudades abatidas por el fuego cruzado
donde viven serpientes
que destilan veneno;
ciudades con nombre de mujer,
en los dos bandos, heridas,
trastornadas, como locas que aguardan,
sentadas a la puerta del olvido,
una voz que las llame por sus nombres.
Y hay ciudades con cuerpo masculino,
y nombre masculino, y hechuras masculinas
‑ay, Jericó, Jericó‑,
sin niños, sin árboles, sin música,
lanzada y centurión de Golda Meier,
likut con su trompeta
y una nube de moscas en los belfos
del asno. Y las murallas ceden
a la voz de los rezos
y lenguas de cristal, fulgor y sangre.
Ay, Jericó, Jericó,
desmurallada ciudad prendida
en su derrumbe por disparos
de tanques y ráfagas de lágrimas.
Cruzan aún por sus vaguadas
los cansinos rebaños
su descompuesto hilo de lana nabatea.
Tiemblan sus murallas con las canciones
de las tribus de Israel y las danzas
beduinas hechas de plata y leche.
Cantos suicidas de Hamás,
latines de Oriente y Occidente,
disparos, flor de pólvora,
reductos del deseo;
de rodillas, sus huérfanos sucumben
al son de las trompetas.
Y un paño de pudor cubre su cuerpo.
y profetas, de tahúres, escribas
y adivinos; ciudades
resucitadas al mismo tiempo
que Lázaro dejó, bajo secreto,
el hueco de una muerte densa y fría.
Hay ciudades con cuerpo femenino,
de aroma de manzana y espíritu sepulto.
Ciudades abatidas por el fuego cruzado
donde viven serpientes
que destilan veneno;
ciudades con nombre de mujer,
en los dos bandos, heridas,
trastornadas, como locas que aguardan,
sentadas a la puerta del olvido,
una voz que las llame por sus nombres.
Y hay ciudades con cuerpo masculino,
y nombre masculino, y hechuras masculinas
‑ay, Jericó, Jericó‑,
sin niños, sin árboles, sin música,
lanzada y centurión de Golda Meier,
likut con su trompeta
y una nube de moscas en los belfos
del asno. Y las murallas ceden
a la voz de los rezos
y lenguas de cristal, fulgor y sangre.
Ay, Jericó, Jericó,
desmurallada ciudad prendida
en su derrumbe por disparos
de tanques y ráfagas de lágrimas.
Cruzan aún por sus vaguadas
los cansinos rebaños
su descompuesto hilo de lana nabatea.
Tiemblan sus murallas con las canciones
de las tribus de Israel y las danzas
beduinas hechas de plata y leche.
Cantos suicidas de Hamás,
latines de Oriente y Occidente,
disparos, flor de pólvora,
reductos del deseo;
de rodillas, sus huérfanos sucumben
al son de las trompetas.
Y un paño de pudor cubre su cuerpo.
«El Canto Decimocuarto va para Jesús Mendoza»
31-05-05.
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