Las horas desaprovechadas

Reflexión personal sobre tanta incompetencia administrativa
 
Por Mariano Valcárcel González
(En la actualidad educador de adultos)
 
Cuando unos profesores de instituto, al producirse una situación extrema de indisciplina de cierto alumnado, se quejaban de la indefensión en que ellos creían estar y de la culpa que de ello podía tener el actual estado propiciado por una interpretación más que laxa de la LOGSE, el delegado del ramo, que por entonces había, respondió con una parida de grandísima papanatería: que si eso les pasaba era porque no querían renovarse con los cursillos pertinentes. Ojo: el tal delegado procedía del despacho de un Centro del Profesorado, supuesto centro de reciclaje y renovación. Ahí le dolía.

Aceptemos que para eso están estos centros concebidos y que funcionan en esa dirección. Nada que objetar, pues deberían ser instrumentos básicos de formación.
Pero es que, aparte de los problemas para que esa función se haga o por unas causas o por otras, existen las que no se cuentan ni se quieren reconocer, ni interesa. Ustedes no se las encontrarán en ninguna de las publicaciones pedagógicas “oficiales” que se editan. Por eso yo, que soy así de bocazas, se las voy a contar, para que de una vez por todas se entiendan las posturas de esos señores y señoras que no quieren renovarse.
Miren, en casi todas las empresas y en muchos órganos administrativos el capítulo de reciclaje, renovación, perfeccionamiento y promoción de sus empleados se realiza dentro de las horas de trabajo reconocidas y presenciales en sus lugares de trabajo y si se realizan fuera se aplican las dietas correspondientes. En todo caso, aparte de los que son obligados a estas actividades, se tiende a premiar o reconocer el esfuerzo que esas personas realizan (y no solo se fijan en que sirven a intereses personales de promoción).
Pues en Educación no, nanai. Se “obliga” al funcionariado a reciclarse (con lo que se justificarían los centros para ello) si quiere cobrar los complementos correspondientes; eso sí, hasta los treinta años de servicio (¡que ya están bien!), no más. Pero se le obliga sin facilitarle ni horarios ni ayudas económicas “de oficio”. En horas de trabajo lectivo (o sea, de clases) en general no se conceden; si lo son de horas sin clases, se pueden realizar sin menoscabo de otras actividades de obligado cumplimiento; y si se utilizan las particulares (casi siempre), no se pueden detraer apenas de las anteriores. O sea, que de su horario particular el profesorado pone tiempo y dinero a veces y no lo puede descontar del horario que tiene oficialmente. Esperar luego si cae el dinero de los traslados o la bolsa de ayuda al curso correspondiente, previas solicitudes, es un ejercicio de paciencia.
¿Cómo no entender a aquéllas y aquéllos que terminan cabreados, quemados, hartos de tanta traba, pega, lastre “oficialista” y, sin embargo, tienen que tragarlo todo para cobrar más cada mes? ¿Cómo no entender a quienes observan y constatan que algunas de las actividades propuestas son meras pantallas, repetidas un año y otro, para justificar a quienes programan cursos o a quienes indefectiblemente casi siempre los dan?. ¿Cómo se puede tener la cara tan dura de acusar a compañeras y compañeros de falta de interés por la actualización (desde luego sí los hay que no quieren saber nada de eso), cuando luego todo son problemas a nivel o de centros, o de burocracia y ninguna facilidad se les brinda?…
Miren, hasta para justificar esas horas de perfeccionamiento hay que irse a la capital, a la Delegación de Educación, con originales y copias, porque en los pueblos nadie los puede compulsar (ya ni siquiera el centro de formación que los dio).
Envidio, como docente, a quienes en otras secciones de la administración o en la empresa privada pueden acceder a perfeccionarse y hasta a ascender, utilizando las propias facilidades que se les dan, porque se supone que comprenden que en esa propia actividad de perfeccionamiento o reciclaje ya va ganando la empresa. Y no puedo entender ni justificar a una Administración cicatera y obsoleta, que siempre ejerce el “piensa mal y acertarás” respecto a sus funcionarios docentes. Pues decide uno “no saber más” por conductos oficiales, y punto.
29-11-04.
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Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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