Estos últimos días se ha conocido un informe que puede poner los pelos de punta: el del desastroso estado de nuestra enseñanza. Nos pone a la cola de muchas naciones. Y a mí no me extraña nada y no entiendo que ahora se echen las manos a la cabeza.
Lo que he oído en intervenciones radiofónicas me confirma ciertos puntos a tener en cuenta. Sí; el sistema optó por pasar a los maestros —desde Villar Palasí— la carga de la especialización (para la que algunos no estábamos preparados; es cierto). Pero lo que se olvida es que, a la par, la formación perdió de vista al generalista (yo me formé como generalista), y se ocupó en formar especialistas, que luego eran metidos en el sistema general para impartirlo todo: y de ahí vienen los problemas.
No podemos olvidar que la base formativa y educativa está en esos primeros años de escolarización, y si ya se abordan deficientemente… Los denostados generalistas al menos sabíamos con lo que nos enfrentábamos y cómo enfrentarlo; los especialistas, no. Así que ahora tenemos especialistas en lugares equivocados y licenciados que ya han vuelto a ocupar más niveles, pero que carecen de la más elemental idea de lo que es “enseñar”; sí, pueden dominar su materia, pero no la saben comunicar o enseñar. No escribo gratuitamente: de cerca sigo una experiencia que me afecta, en la que un licenciado —experto, suponemos, en su materia (Matemáticas)— la hace odiosa al alumnado.
El problema no es cuestión, pues, de especialistas, sino de personas que sepan comunicar, enseñar, hacer atractiva la materia que imparten; que tengan, además, recursos personales y académicos para hacerlo, y ganas. Todo esto es sumamente necesario.
Y además, renovar el sistema educativo de tal forma que se contemplen garantías de éxito en los resultados; por un lado, porque la multitud de alumnos que llegan al mismo se adecuen a unas normas establecidas y a unas exigencias necesarias; por otro, en conseguir mentalizar a los padres de sus responsabilidades y obligaciones.
Otra forma de abordar el tema incluye la canalización “positiva” de las capacidades del alumnado, desmasificando clases y opciones y, a la vez, diversificándolas. Es necesaria mucha inversión, perfectamente encauzada para los fines que se buscan, que nunca debe ser el llenar globos de aire teórico en despachos y demás lugares inútiles.
Las manos en la cabeza, ahora, es una actitud hipócrita. Quienes estamos metidos de lleno en la enseñanza, en el día a día y hora a hora, sabíamos perfectamente lo que estaba pasando. Pero a nosotros no se nos hace caso.
11-12-04.
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