No sé si estoy en Úbeda o estoy en el cielo

Primera Asamblea de Antiguos Alumnos de Magisterio
Septiembre de 2002
 
No sé si estoy en Úbeda o estoy en el cielo. Se me origina esta duda en esa porción de auditorio que no sé, ciertamente, si son ángeles en forma de damas… o son damas hermosas como los ángeles.

Lo dudo menos cuando percibo la inseguridad que me agarrota. Inseguridad que me provocáis vosotros, que sois demasiado auditorio para mí… Y que me estáis encrespando como turbinas la emoción estancada durante tanto tiempo.
Cuarenta años hace que dejé yo esta casa. Y hace cuarenta años que tengo el corazón hecho un palomar de abrazos reprimidos… Casi me parece mentira que en tan poco tiempo, haya liberado tantos, cargados de bellos augurios y afectos profundos.
Cuando me enteré de esta reunión, traté de segregar algunas ideas. Ideas consistentes, que propiciasen un diálogo. Un diálogo firme y florido como la rama de un almendro. Desde donde soltar a volar iniciativas, recursos, entusiasmos… Futuro. Que para eso somos jóvenes. Y el futuro es de los jóvenes… y a ellos corresponde modelar y hacer florecer el futuro… Imposible ligar dos ideas… Fueron tan ricos aquellos años, que me sentía como perdido en una selva mágica. Y entonces opté por escuchar el corazón… Que en las lides de la amistad, como en las artes del amor, palabra que no dicta el corazón es música celestial. Y con el corazón hecho cascos a vosotros he venido. No vengo, por más que se me escapen a borbotones, a prender suspiros en el viento. Ni mucho menos a rebañar agasajos que no merezco.
Y con el corazón hecho cascos a vosotros he venido. Y vengo sencillamente, y antes que a nada, a deciros a boca llena que, de todos y cada uno de cuantos integrasteis mi Segunda División, sigo perdidamente enamorado. Que si es cierto que sólo los afectos que arraigan y perviven en el corazón, son auténticos, el que yo siento por vosotros es inoxidable, sin fecha de caducidad, porque es oro molido.
Año tras año y día tras día, os grabasteis en el costado de mi vida como un tatuaje indeleble… y nada ni nadie, ni siquiera mis leales castellanos, han conseguido desdibujar vuestra marca. Y por esto, habéis convivido conmigo durante decenios. Y os he recordado con vuestros rostros de entonces, con vuestras picardías y vuestros encantos…
El gozo y la emoción me conmovieron, cuando supe que, con aquel brío juvenil, habíais domeñado la vida. Habíais triunfado…
Y allá, en la paz soledosa de mi casa, junto al Pisuerga, he recitado vuestros nombres con fervor de plegaria. Manuel Ballesta Maqueda… ¿por qué callas? Paco Haro… ¿dónde andas? José Lorite, mi lauro y delfín amado… ¿por qué no me pones dos letras, para que pueda yo presumir de discípulo y amigo? Y tú, mi Juanito Márquez Morales, el más celestial de todos los pícaros celestiales, no redondees los precios al alza… que te vas a condenar.
Y tantos y tantos a los que yo contemplaba talmente como a los hijos que hubiera deseado…
Descalzo y a pie hubiera venido yo hoy, a renovaros mis últimos votos de lealtad. A esto he venido. Y a daros las gracias por todo lo que me disteis. Y a suplicaros perdón por todo lo que no pude daros…
Perdón, porque yo entonces de educador… ¡nada! Tocaba de oído… Y era sordo. Cuatro conceptos de la Paideia Griega. Mal hilvanados y peor servidos… Eso sí, chorros de cariño y voluntad infinita de acertar…
Pero bien sabéis vosotros, virtuosos de la educación, que para formar un hombre a través de un niño, de un adolescente, no bastan montañas de buena voluntad ni todo el cariño del mundo. Y eso era lo único que yo podía ofreceros. Desconocía los principios elementales de todas las pedagogías. Intuía yo que no erais alumnos corrientes. Entusiasta por naturaleza, di pronto con la fuente de vuestro entusiasmo. Pero no lograba fijar vuestra identidad personal, psicológica… No tenía criterios objetivos para rastrear y diagnosticar vuestros talentos, vuestras aficiones. Y así, mal podía yo ayudaros a desarrollar vuestro esquema vital y orientar vuestra educación. Si sois lo que sois, a otros se lo debéis. Y, sobre todo, a Dios que imprimió en la célula inicial de vuestra personalidad el ansia, la necesidad imperiosa de crecer, de ser en plenitud.
Yo pasé por la Safa como un rayo de sol perdido… a través de un cristal. Sudé todos los días… Sudé todas las horas ¿qué rosales florecieron con mi sudor y mi sangre? Por razones personales, durante años, hube de compaginar la educación con otros menesteres. He sido agricultor. No lo necesitaba para comprobar que ni los soles más espléndidos ni las lluvias de abril y de mayo, con el tempero más a punto de las tierras más ricas, son capaces, si no tienen semilla, de producir el milagro de la planta… Y yo no tenía semilla. Y lo que es peor. Adivinaba yo que cada uno llevabais un tesoro escondido en la isla del corazón… Pero desconocía los mapas y las artes para ayudaros a echarlo arriba.
En definitiva, ¿qué os aporté yo? Aire para soñar. Ritmo. Deporte, actividades artísticas, acampadas… Jaleíllo para entretener aquel internado árido y aburrido. ¡Ah!, y consejos, muchos consejos. Quizás recordéis que, en mi machadiano vestir, los bolsos de mis americanas siempre estaban abombados, deformes… No era de las manzanas y naranjas que me llovían de la divina Providencia. Es que los llevaba siempre atestados de consejos… Inocuos, triviales, que yo repartía como caramelos. Pero nada de eso es educar… Eso son farolillos de verbena… para que no decaiga la fiesta.
Educar es buscar y activar en la raíz de los humanos la necesidad de mejorarse. De mejorarlo todo, la especie y el cosmos. Educar, educar, es la ocupación de dioses.
Persuadido estoy que de que mi actuación educativa, entre vosotros, fue un cúmulo de errores, por carencia y por voluntarismo. No me faltaron buena voluntad ni trabajo entusiasta. Verbo claro y hasta calidez para entusiasmaros… Pero llegó un momento en que tanta influencia por mi parte y tanto seguidismo entusiasta e incondicional por la vuestra, me acobardaron. Mis bisuterías pedagógicas se iban destiñendo. Y yo no tenía caminos, una finalidad clara adonde dirigiros. Y sentía angustia de no saber qué hacer con vuestro espléndido potencial. Por más que rebuscaba no tenía a mano un catalizador que agilizase vuestro entendimiento… No conseguí daros un andamiaje para el desarrollo de vuestra personalidad. Y es que yo no tenía programa, ni sistema. No podía tenerlo… Que, en ciencia tan profunda y excelsa como la Educación, no se improvisa un sistema a golpes de corazón ni con diluvios de avemarías.
En mis memorias hallaréis, los que las leáis, análisis de mis desmanes pedagógicos.
Y, a cambio de tan poco, ¡cuánto os debo! Vosotros, vosotros en persona marcasteis rumbo certero a mi vida desnortada.
Hay recuerdos como llagas. Acaso sea la segunda vez que los dejo al aire… Fue allá, en Comillas de Santander. Ya a las gradas del altar, bloqueado por mi indecisión patológica, incurable, desistí de ordenarme sacerdote… Y con treinta y dos años, me puse el mundo por montera, y a buscar la vida me eché a la calle. Caí en Úbeda como pude haber caído en otra parte… Y vosotros me salvasteis de una depresión tal vez irreversible. Y con vuestra acogida trocasteis mi fracaso vital en un ideal irresistible como una adicción. Conseguisteis levantarme el ánimo hasta sentirme orgulloso. Solamente cuatro años pude actuar entre vosotros con alguna libertad. Y entonces, al contemplar el discurrir como la seda de mi Segunda División, me infatúo, atribuyéndome el cambio. Pero bien sabía yo que todo era obra vuestra. Que en todo poníais alma y vida. Recordad el estudio… Nunca tuve que reclamar silencio u orden. En el recreo, aquella liga tensa y apasionante. Las actividades extra. Las marchas. Las acampadas… donde pasábamos el día y la noche sin un bostezo y sin un enfurruñamiento. Y volvíamos al colegio pletóricos. Cargados como acémilas, con las tiendas caladas, y cantando bajo la lluvia. Sin haber extraviado una cuchara y sin haber pillado un catarro… ¡Tiempos aquellos, dioses inmortales…! Yo no os conducía. Me llevabais en volandas. Y de propina me manteabais… hasta el cielo. Os recuerdo receptivos, entusiastas, resplandecientes y encantadores. Me preocupaba vuestra docilidad en la etapa del desplante y la rebeldía.
Yo nunca he sido encantador. Salvo con lagartos, culebras, perros y asnos… Y jugué a encantaros a vosotros. Y el encantado fui yo… que yo fui el educador educado… Y todo era como “el encanto de las rosas que, es que siendo tan hermosas, no conocen que lo son…”. Vosotros desconocíais vuestra valía. No teníais conciencia de vuestra categoría personal…
Alguna vez, con discípulos de aquí o allá, o en mis tertulias, hablo de la influencia que ejercisteis sobre mí. Y os comparo con las conchas perlíferas. Esos moluscos maravillosos que, si al abrir sus valvas para alimentarse, les invade un cuerpo extraño, por tosco que sea, no lo repelen. Cierran sus valvas y con él bien abrazado, descienden a los abismos… Y allá, con tiempo, mimo y misterio, lo transforman en perla preciosa.
Algo así hicisteis vosotros con aquel viejo mesetario, insípido como un gazpacho sin sal… Me acogisteis… Y pusisteis en la solapa de mi vida, —mi vida seria y austera—, una ramita de albahaca. Y en el alma me encendisteis un rayo de sol andaluz… ¡Bendita, bendita la hora en que yo pisé tierras de Andalucía!
Me sedujisteis como Yahwé sedujo a su profeta. Y yo me dejé seducir hasta los tuétanos. Que si yo abandoné Úbeda no fue por propia voluntad.
Yo dejé Úbeda en 1962. Desde entonces habéis sido una constante, un valioso referente en mi vida social y profesional. Y tras cuarenta años seguís siendo la alegría que reverdece mi ancianidad. Nunca, desde entonces, se ha interrumpido la comunicación entre nosotros. Si es cierto que las golondrinas hacen la primavera, yo he vivido una perenne primavera… Porque golondrinas han sido vuestras cartas, llamadas y visitas… Siempre agobiadas de alegría y bienandanza.
Un milagro fuisteis en mi vida. Frustrado yo en mis aspiraciones al altar, cobré conciencia de desertor. Y, queriendo aplacar al cielo, trataba de evangelizaros a vosotros… Y, ¿sabéis lo que encontré en tan pío empeño? Unos hijos a quienes adorar y educar como a príncipes… Y lo hubiera hecho de haber tenido medios y tiempo.
Fue todo algo así como un primer amor… que nunca más volvió a repetirse… Y es que, en la vida, nunca hay un segundo primer amor.
¿Comprendéis ahora por qué nunca he podido desasirme de vosotros?
Os llevo cosidos al forro del alma.
Y con vosotros por aval pienso presentarme al Padre.
24-10-03.
(83 lecturas).

Deja una respuesta