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La literatura referida al fútbol ha sido muy escasa. La famosa Oda de Rafael Alberti a Platko, portero húngaro del Fútbol Club Barcelona, con ocasión de la final de Copa entre el Barcelona y la Real Sociedad en el lejano 1928, tuvo su contrapunto en la Contraoda de Gabriel Celaya sobre el mismo partido. Pero no dejan de ser poemas épicos en donde apenas cuenta la estética.
En nuestros tiempos, el malogrado Manuel Vázquez Montalbán por el Barça y Javier Marías por el Real Madrid, cruzaban en el diario EL País sus argumentos futbolísticos en apoyo de los colores de su club. La lectura de estos artículos era una auténtica gozada para los amantes del fútbol y de la literatura. Y tengo que reconocer que, con frecuencia, leo espléndidas crónicas que hacen más placentera la información dedicada al deporte rey.
El fútbol se ha convertido en una realidad tan universal y subyugante que desborda todos los intentos de manipulación, aunque estos se hayan intentado continuamente por sucesivos gobernantes. Es un fenómeno mucho más complejo que el llamado panem et circenses de los romanos, con el que a menudo se quiere comparar. Y por ello merece la pena ocuparse de una actividad que es más que un juego, más que un deporte, más que un negocio, más que un espectáculo de masas, y más que todos esos ingredientes juntos.
Por eso quiero desde esta columna, con carácter excepcional, rendir culto al Barça, teniendo en cuenta que no soy forofo de este club. Nadie que tenga el mínimo paladar futbolístico podrá negar que el Barça, este año y el pasado, ha convertido el fútbol en una estética vibrante y seductora. Una estética unida al conjunto más que a las individualidades, por mucho que nos deleitemos con la magia, el virtuosismo y la técnica de Ronaldinho, el vigor y la pujanza de Puyol, la finura y la constancia de Deco, la velocidad de Giuly, la potencia y colocación de Márquez, la oportunidad y la entrega de E’Too, la electrizante intrepidez del joven Messi o la sapiencia y visión de Xabi o Andrés Iniesta.
No puedo por menos que resaltar la inteligencia futbolística, la prudencia, la elegancia y la sabiduría de Rijkaard, un joven entrenador de exquisitas maneras, ya destacado jugador del Milán, que ha hecho del conjunto azulgrana una máquina maravillosa con la que deleitarnos y hacernos vibrar hasta el éxtasis.
Porque, si bien, en el Real Madrid, hemos apreciado la elegancia y calidad de Zidane, más propia de la danza clásica que del fútbol brioso, la potencia y efectividad de Ronaldo, la explosividad de Roberto Carlos y la eficacia e intuición de Casillas, no es menos cierto que es el equipo, el conjunto del Barça, quien ha elevado el rango del fútbol, trasladándolo hacia otra esfera donde anida la belleza y convirtiéndolo así en una especie de sinfonía plástica de difícil ajuste y ejecución. Y eso, por desgracia, sucede muy de tarde en tarde. Disfrutémoslo ahora.
Cartagena, 8 de mayo de 2006.
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