Malika Abgani, llegó a Málaga procedente de Fez en 1990 para trabajar en labores domésticas. Una compatriota pagó su billete de avión y gestionó la documentación que le permitía permanecer en España como emigrante.
Educada, bondadosa, inteligente, trabajadora y limpia como una media luna, encontró así la esperanza de abandonar la difícil vida que suponía sobrevivir sin futuro en su ciudad de origen.
Viviendo en Málaga, quedó embarazada de un inmigrante marroquí y dio a luz a Omar, un vivaz niño moreno con síndrome de Down, lo que provocó el rechazo inmediato de su padre, que volvió a su país, dejándola en la más absoluta soledad. Malika ya no podía mirar atrás. En Marruecos, las madres solteras están mal vistas y son rechazadas por una sociedad demasiado anclada en el peso de la tradición.
No fue fácil su legalización. Después de cuatro años de interminables gestiones, pasó de ser apátrida a ciudadana española de pleno derecho. Ya podía viajar a su país sin necesidad de dejar a su hijo en un centro titular de menores, como ocurría cuando se ausentaba para visitar a la familia en el mes de Ramadán.
Malika siempre tuvo las ideas muy claras respecto a su vida, anteponiendo la educación y el futuro de Omar a cualquier otra cuestión. Sabe que en Marruecos su destino sería la mendicidad. Por eso, el regreso a su tierra lo ha descartado.
Un día, se presentaron los dos en mi colegio solicitando plaza en Primer Curso de Primaria.
‑Mi país es maravilloso ‑me dijo con ojos de nostalgia‑, pero la vida es muy difícil allí. Fez es una ciudad encantadora, como Granada.
‑Omar crecerá feliz entre nosotros ‑le dije.
‑Prefiero que mi hijo no se diferencie de los demás, aunque para ello tenga que renunciar a determinados preceptos religiosos. La religión es una forma de vida y lo primero es aprender a vivir con los demás.
‑No se preocupe. El niño no estudiará religión católica. En su lugar asistirá a la actividad alternativa que su tutora ha programado.
‑Lo importante es creer en Dios, que es el mismo para cristianos y musulmanes. Por eso quiero que Omar asista a clase de religión católica ‑concluyó.
Intenté convencerla de que otros niños no asistían a clase de religión y no por eso se sentían diferentes. Sus padres les hacían ver que los diferentes eran los otros. Omar podía ser uno de ellos sin ningún problema. No lo conseguí. Omar haría lo mismo que la mayoría. Bastante diferencia tenía con su síndrome de Down.
Todos los días me cruzo con Malika al finalizar la jornada escolar. En el saludo me transmite algo más que cortesía. Sus ojos delatan el sufrimiento que la vida le ha deparado, teniendo que emigrar lejos de su tierra en una situación de soledad y desarraigo. Cuando le preguntamos qué desea para Omar, responde:
‑El colegio en España es como la casa de uno; pero cuando sea mayor quiero que aprenda a vivir por sí mismo, con un trabajo digno.
Omar cursa, ahora, 6.º de Primaria. Es simpático, comunicativo, servicial, cariñoso…, aceptado y querido por sus compañeros. A los maestros nos clasifica en buenos o malos según un sexto sentido capaz de captar el afecto que le transmitimos.
Hace varios meses que no veo a Malika en la puerta del colegio y a Omar le observo una tristeza en su rostro que delata alguna contrariedad. No me costó averiguarlo, pidiendo información a personas de su entorno: su madre está ingresada en un hospital por un tumor cerebral, del que va a ser intervenida. El pronóstico es grave.
‑¿Y ahora qué? ‑me pregunté lleno de rabia y de impotencia.
Las preguntas me atormentaron todo el día. Omar no puede volver a Marruecos, porque es menor y su nacionalidad es española. Omar, si se queda, será un indigente en nuestro país. Imposibilitado para desenvolverse con un mínimo de garantías en esta jungla insolidaria, está perdido sin su madre. Ella, enferma y desesperada, nos pide recurrir a una hermana de Marrakech para que se haga cargo de él. Así de fácil y así de difícil. Las barreras fronterizas y los “papeles” no están de nuestra parte. Y yo no sé qué hacer. Sólo tengo preguntas sin respuestas. ¡Si Alá y Dios se pusieran de acuerdo por una vez…! ¡Si la atención a los más débiles fuese la prioridad de nuestras políticas de bienestar…!
Mientras le doy vueltas a la cabeza, buscando soluciones de toda índole, recuerdo un proverbio árabe que Malika me enseñó: “Si tienes mucho, da tus bienes; si tienes poco, da tu corazón”.

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Publicado en: 2006-03-14 (43 Lecturas).