La medina de Tetuán

La primera vez que oí hablar de Tetuán tendría yo alrededor de diez años. Mi padre, poco hablador y gran observador, contaba con frecuencia las experiencias que vivió tres años en los “Regulares” de Tetuán. Fue después de finalizar la Guerra Civil española en la que, por azar del destino, tocó el cornetín del estado mayor del ejército republicano, perdió la guerra en la decisiva batalla del Ebro y fue destinado a África para purgar el grave pecado de haber luchado, por reclutamiento forzoso, en el bando de los vencidos.

En muchas ocasiones, me cautivaba la forma de describir la Medina de Tetuán. Se refería a ella como una ciudad dentro de otra, con calles estrechas, fachadas encaladas, mezquitas, mucha gente vendiendo y comprando en callejuelas tortuosas, con una enigmática variedad de luces y sombras que la convertían en un lugar mágico.
Decía que los marroquíes eran buenos y que sus costumbres se parecían mucho a las nuestras; que el comercio en el zoco era la principal actividad económica donde se vendía de todo: frutas, verduras, frutos secos, miel, carbón, ropa, calzado, artesanía, hierbas, burros, cabras, pollos… En el mercado de perfumes, se podían comprar tanto productos depilatorios, cremas, jabones, alheña para teñir los cabellos, como esencias de azahar, de rosa, de violeta o de limón. Y en la zona de los tejidos, una variada gama de telas a rayas, aterciopeladas o adornadas con flecos completaban una riquísima y colorista oferta.
La gente, muy amable y respetuosa, ofrecía su casa que, por lo general, tenía dos plantas y azotea para las labores de lavado, tendido de ropa, limpieza de alfombras y tertulias con las vecinas. Las terrazas estaban concebidas como espacios fundamentalmente de mujeres.
Cuando moría el marido, la esposa guardaba, al menos, tres meses de luto riguroso durante el cual los familiares invitaban a los pobres y a los vecinos a azúcar, miel, pasteles, té… Al finalizar este periodo de profundo dolor, la viuda podía volver a casarse si no estaba embarazada del fallecido.
Había gran cantidad de oficios artesanales: carpinteros, panaderos, herreros, carboneros, arrieros, pasteleros, tejedores… que se agrupaban en gremios, y estos en calles diferentes que nos recuerdan al sistema gremial que existió en nuestro país durante la Edad Media y épocas posteriores.
En la época del Protectorado, a los cristianos les gustaba ver las romerías y bodas musulmanas en las que se trasladaba a la novia sobre un trono nupcial. Los marroquíes presenciaban con respeto las procesiones católicas por las calles más importantes fuera de la Medina, en especial la del Corpus, en la que los niños y niñas de Primera Comunión desfilaban vestidos de blanco. Los hebreos eran poco dados a las manifestaciones públicas de sus ceremonias.
Fue en el año 1940 cuando mi padre conoció aquella Medina que tan buenas sensaciones le aportó. En la primavera del 2004 tuve la ocasión de visitarla, sentí un placer inmenso al conocer los lugares de los que él se enamoró. Allí se embrujó de hospitalidad, de cortesía, de respeto, de urbanismo en función de las personas… Y nos lo transmitió a su familia con nostálgica pasión.
En mi primera visita como miembro de la comisión cultural del Ateneo de Málaga, en mayo de 2004, el guía, un marroquí de unos cincuenta años, muy cortésmente, nos explicaba mil y una historias de aquellas calles y plazas.
La Medina de Tetuán sigue siendo igual. Calles sinuosas, pardos muros, embrujo, gentes que van y vienen, compran y venden, miran, se detienen al percibir los olores del pan sacado del horno y las pastas recién hechas, se recrean oliendo los aromas de las especias…
En la casa de las hierbas nos obsequiaron con diferentes degustaciones de curativas y aromáticas plantas. Aprendí que el té verde es el de mejores cualidades y, si se toma frío, relaja, mientras que caliente es excitante; que las bolsitas preparadas para las infusiones han perdido la mayoría de las propiedades en el proceso de elaboración, y muchas otras curiosidades de más de cien especies de hierbas. Durante sus explicaciones, disfrutamos descansando del intenso paseo por la Medina.
La voz del almuédano llamando a la oración desde el minarete de una de las mezquitas me hizo sentir, aún más, la realidad del mundo diferente en que me encontraba.
La palabra Tetuán procede del berebere titawin, que significa ‘manantial’. Fue construida en 1484–85 por musulmanes llegados de Granada, convirtiéndose en una proyección de las ciudades andaluzas con sabor nazarí. Desde la Conferencia de Algeciras en 1906, fue capital del Protectorado Español durante cincuenta años.
Amurallada con siete puertas de entrada y varias torretas defensivas, el laberinto de sus calles conduce a las plazas Guersa Quebira, Souk el Hout, Dout el Fouqui y L’Ussa. Y a la sorprendente y antigua mezquita de Lal-la-fariya (Señora de la Alegría), construida en 1170. Urbanismo organizado en tres barrios: residencial, comercial y artesanal, con importante producción de seda, azulejos, carpintería, bordado y forja.
El barrio sefardita el Mellah me hizo recordar la civilización tolerante que el Islam creó en los territorios donde se expansionó. En la calle Travesía de la Suica, vivían muslimes, liehudis, nazaranis, hindúes, gitanos, protestantes, masones y ortodoxos rusos en un clima de respeto mutuo.
La Medina de Tetuán siempre ha sido un referente de sociedad pluricultural. Hoy, conviven descendientes de andalusíes, rifeños de procedendia rural, argelinos expertos en gastronomía y bordados otomanos, hebreos…
La Medina de Tetuán, según los expertos la mejor conservada de Marruecos, fue declarada por la UNESCO, en 1998, Patrimonio de la Humanidad .

 

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Publicado en: 2004-09-19 (80 Lecturas).

 

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