La lluvia de Al Ándalus

Con el deseo de que la Navidad sea un espacio de reflexión hacia el camino de la paz, envío un nuevo “trozito” de mi próximo libro, que actualmente se está traduciendo al árabe. Un abrazo.
Diego.
Moreno, escaso de carnes, prieto de pelo, talante dulce y afectuoso, Errahmani Abdel Alí había sido seleccionado para participar en los cursos de collage y tapices que Dámaso Ruano y Juan José Ponce, respectivamente, impartían en el Ateneo de Málaga durante el mes de mayo.
Unas semanas después fue mi traductor en la presentación de la conferencia espectáculo “Arrímate al flamenco”, celebrada en el salón de actos de la Delegación de Educación Nacional de Nador. Antes de mi intervención, Abdel Alí, acompañado por su guitarra, nos sorprendió, con una prodigiosa voz de tenor, cantando al estilo andalusí .

Su amabilidad, exquisita cortesía, afecto y preocupación por nuestro bienestar en Nador, eran prueba del agradecimiento por el excelente trato recibido durante su breve estancia en Málaga.
—Hay una beca para ti de quince días con todos los gastos pagados, en Málaga —le informó en abril su amigo Hassan, coordinador de Interreg en Nador.
Fue uno de los días más felices de su vida. Abdel Alí no daba crédito a lo que oía. Era como si despertase de un sueño imposible. ¡Conocería Al Ándalus, el paraíso que dibujaba de niño y del que tantas veces había oído hablar!
Antes de preparar su ligero equipaje, con la emoción evidenciada en sus ojos, fue en busca a sus amigos para compartir con ellos la extraordinaria noticia.
El día del embarque, entró en el “Melillero” con la misma solemnidad de quien pisa por primera vez un palacio. El mar estaba tranquilo y el barco comenzó a deslizarse suavemente. Todavía estaba desconcertado, observó cómo el barco comenzaba a deslizarse suavemente en las tranquilas aguas del puerto. Las lágrimas, rayándole los ojos, no impidieron que su imaginación volase hacia el tiempo pasado en la tierra donde nació.
Con 27 años y un futuro lleno de incógnitas, recordaba durante la travesía a su abuela y a su madre, una familia pobre de Nador que se ganaba la vida trabajando en la venta ambulante. La única forma de conseguir ingresos con los que pagar el colegio, la comida y la casa era pasar mercancías en la frontera con Melilla para venderlas en las calles.
Al salir de la guardería, Alí las esperaba jugando en la arena con los trozos de madera que encontraba enla puerta del zoco.
En la escuela de estudios primarios Ibn Jaldun, donde aprendió con siete años a leer, escribir y recitar, era especialmente valorado por su forma de cantar poemas andalusíes. Estudiando bachillerato, perfeccionó sus habilidades con la guitarra, y aprendió a hablar español, alemán, francés, hebreo, inglés y holandés, además del árabe y tamazight, lengua autóctona del Rif.
Los recuerdos se atropellaban mientras miraba el surco que el palacio flotante trazaba sobre las plácidas olas… Pensaba en su abuela, que le había enseñado a luchar por una vida digna y tuvo que dejar de trabajar por una enfermedad. Era la persona que Alí más quería y su fallecimiento lo marcó durante mucho tiempo. Con la mirada fija en el horizonte, soñaba con sus posibilidades artísticas. Había actuado en el Instituto Lope de Vega de Nador, en el Palacio de Congresos de Melilla y ahora… aprovecharía en Málaga la oportunidad de demostrar su calidad como cantante y guitarrista.
—Quiero conocer el mundo, enriquecer mi vida, ser más tolerante… Voy a aprender artes plásticas y… ¿quién sabe…? Mi ilusión está en ganarme la vida con la música.
El cosquilleo interior que sentía, aumentó al ver por primera vez aparecer, en el horizonte, las siluetas de los montes de Málaga, la tierra prometida de Al Ándalus. Sus ojos volvieron a humedecerse al recordar a su abuela. Ahora, solo en el mundo, sin nadie que lo protegiera, empezaba una nueva etapa gracias a la beca que Interreg le concedió para ampliar sus conocimientos artísticos.
La ansiedad se transformó en miedo cuando el barco atracó en el puerto de Málaga. Su amigo Hassan lo despidió en Melilla después de entregarle el pasaje y la documentación, pero ¿quién lo esperaría en Málaga? Sus bolsillos estaban vacíos y no conocía a nadie.
El desasosiego se convirtió en inmensa alegría cuando, al bajar la escalera, un hombre y una mujer lo saludaron con gesto de amabilidad. Eran Juan José Ponce, coordinador de Interreg, y su mujer Casti. Parecían “dos ángeles de encantadora sonrisa y dulces palabras”, según sus propias palabras. Lo acompañaron a la residencia y después a su casa en el campo, donde descubrió un mundo insólito y sorprendente.
Quince días fueron suficientes para satisfacer la curiosidad por conocer la ciudad de sus sueños. Las estrechas calles de la vieja medina malagueña le hicieron sentirse como en Fez o Meknés; el teatro romano y la alcazaba le produjeron una extraña impresión; y en la playa, comprendió que los dibujos de su infancia correspondían a la realidad que ahora tenía ante sus ojos.
En la residencia conoció franceses, alemanes, ingleses, japoneses, turcos, árabes, catalanes… con los que compartió exquisitos platos andaluces. En los paseos callejeros por el centro de la ciudad, lo que más admiraba era el color de los ojos de las mujeres andaluzas: “ojitos de miel, azules, negros, verdes…” —decía en una carta.
Durante un fugaz chubasco de primavera, dejó su pelo mojar, mientras el aire fresco del atardecer le hacía creer que la lluvia de Al Ándalus era un regalo de Alá. Fue el último día de su estancia en Málaga
De vuelta al barco para emprender el regreso a Nador, se llevaba un cúmulo de emociones que difícilmente olvidará. Los recuerdos, ahora, eran de los días vividos en Andalucía. No quería pensar en una despedida definitiva. El deseo de volver era una utopía, ya que la ley exige entrar en España mediante el «contingente», un listado de oferta pública de empleo del gobierno español con grandes restricciones para los países africanos desde 1992, por lo que el Consulado difícilmente concede visados.
El “Melillero” seguía su rumbo. El mar estaba bravío y unas nubes anunciaban tormenta. El azul de las olas se transformaba por momentos en plateado gris marengo.
—Mi madre adoptiva y mi abuela fallecieron. Estoy solo en la vida —me escribe‑. Sé cantar y tocar la guitarra, hablo cinco idiomas… En España podré trabajar…
—No es posible por ahora —le informo.
Si viniese del este europeo o de Iberoamérica, sería más fácil, pero es africano… y el «contingente» lo impide.
oOo
Cuando volví a Nador con motivo del programa de otoño de Interreg, Alí procuró convertir el recibimiento en un entrañable encuentro de viejos amigos.
—Sigo soñando con Al Ándalus, nuestro paraíso —me dijo mientras paseamos al anochecer por el paseo marítimo.
—Es muy difícil, Alí. ¿Tienes trabajo en Nador?
—Voy a empezar a dar clases de música en un colegio. Pero, sin continuidad. Tengo 28 años y mi novia me ha dejado porque no tengo porvenir.
-Pero, ¿y los idiomas?
—No hay turismo, no sirven para nada aquí.
Seguíamos caminando junto al resto de compañeros del Ateneo y del Ayuntamiento de Nador. El panorama de la Marchica era espectacularmente bello al anochecer.
—No me importa ser ilegal en Andalucía —continuó Alí—. Quiero vivir del arte… Cantar en la clandestinidad sería como cantar a la libertad.

Las brumas marinas ocultaban la media luna. Nuestro paseo finalizó en una tetería entre amenas tertulias rifeñas.

 


Presentación de “Arrímate al flamenco” en Nador. Alí, en segundo plano.
 
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Publicado en: 2004-12-19 (92 Lecturas).
 

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