¿Qué pensará Bryan de nosotros?

El primer día que entré en este colegio, un cinco de octubre de 1960, sentí la misma sensación de inquietud ante lo desconocido que hoy he tenido al cruzar la puerta principal. He sentido un sobresalto al ver en vuestros rostros lo mayor que me estoy haciendo.
Gracias, Dionisio, por conseguir que recuperemos el tiempo, aquel maravilloso tiempo que nuestro recuerdo ha convertido en los mejores años de nuestra vida. Gracias don Jesús, capitán, nuestro capitán, por ser modelo de ideales en tiempos difíciles. Gracias al padre Jesús Mendoza, hombre de Dios, que nos dio sentido espiritual a nuestras vidas de adolescentes. Gracias don Isaac, filósofo sencillo y ocurrente. Gracias Sebastián López, maestro de maestros, modelo al que siempre quise imitar. Gracias Sr. De Vos por su elegancia y exquisita educación en el breve tiempo que tuve la suerte de conocerlo. Gracias colegio de la Safa de Úbeda, por existir cuando más lo necesitábamos.

Hace unos días, Dionisio me pidió la presentación de mi libro en este acto, y yo, con mucho gusto, acepté, sabiendo el riesgo que suponía mi modesta intervención entre personalidades de la categoría que me acompañan en esta familiar tribuna. Sigo siendo sólo un inquieto maestro formado en esta casa, que no es poco. Y, como tal, os relataré algo del contenido de esta publicación, reflejo de mi visión de la escuela de hoy.
¿Qué pensará Bryan de nosotros? es una recopilación de seis experiencias educativas en el colegio donde trabajo, con un alumnado diverso, procedente de sectores sociales diferentes, desde niveles económicos o culturales altos a medios y marginales, conviviendo con una minoritaria población inmigrante de Argentina, Colombia, Ucrania, Alemania, Ecuador, Marruecos… y más de treinta alumnos y alumnas con algún handicap físico o psíquico.
El primer capítulo del libro que presento, además de ser el relato de mi evolución como docente, está inspirado en mi experiencia personal el año pasado. Tenía un grupo de 5.º curso de Primaria, muy difícil en cuanto a las relaciones personales y el desnivel académico: violencia de palabra, violencia sexista, falta de interés por aprender…
En ese ambiente, en enero, se incorporó Bryan, un niño de Ecuador. El color de su piel mostraba su origen indígena y su nombre, la colonización encubierta de EE UU en Iberoamérica. No fue fácil su incorporación: la puerta de la acogida estaba cerrada.
Un día pedí a Bryan que nos describiese su escuela de Guayaquil y él, con esa forma dulce y sonora propia de su país, nos contó que eran más de cincuenta alumnos y una regla multiusos utilizada para mantener el orden. “¡A reglazos!”, decía Bryan, cuando le pregunté cómo conseguía su maestra hacerse respetar.
Nuestra escuela era muy diferente: pocos alumnos, medios audiovisuales, biblioteca, sala de informática, teatro, gimnasio y… ¡sin regla multiusos! Lo teníamos casi todo, pero faltaba justamente lo que Bryan nos venía a ofrecer: bondad, sencillez, amistad, respeto…
El relato de su experiencia me trasladó a la escuela de mi infancia en la que se nos educaba en la sumisión, en el aprendizaje reproductivo, la memoria incomprensiva, la visión manipulada de la historia, la ley del éxito o el fracaso, el examen como único estímulo para estudiar, individualismo…
Yo, con once años -igual que Bryan-, sólo sabía leer, escribir copiando, dividir y algo de raíz cuadrada. Aprendíamos lo poco que memorizábamos de aquellas tristes enciclopedias mediatizadas por una fuerte carga ideológica y una mitificación casi celestial de cuantos personajes históricos lucharon por la grandeza de España: Viriato, Reyes Católicos, Carlos I, Felipe II, Agustina de Aragón, Franco… el caudillo que nos conducía a los españoles prietas las filas, con gestos marciales, con las banderas al viento, la cara al sol y la camisa nueva hacia no sé cuáles montañas nevadas y a un destino universal que nunca supe cuál era. Canciones de victoria para fomentar el patriotismo nos hacían creer que éramos el mejor país del mundo…, por supuesto después de los Estados Unidos.
Mi familia tenía que decidir mi futuro entre estudiar en un internado o esperar la mayoría de edad para emigrar. Optó por lo primero, con un gran sacrificio que nunca agradeceré lo suficiente.
Úbeda sería mi destino. Internado de jesuitas: frío, mucho frío, clases y más clases, disciplina de cuartel, expulsiones automáticas, sufrimiento por los fracasos propios y ajenos, miedos, inseguridad, muchas horas de estudio para aprobar exámenes que sólo servían para calificar, ineficaz sistema que nunca me despertaba el deseo de aprender, que no es lo mismo que el deseo de aprobar.
Sin embargo, el recuerdo de aquellas magníficas personas que eran los profesores de magisterio, permanece en mi memoria como ejemplo de entrega y compromiso con un determinado modelo educativo en aquella isla de hospitalidad, como definió Michel del Castillo a nuestro entrañable colegio de la Safa de Úbeda. Recibí una formación impregnada de sensibilidad social, con un sentido crítico por las situaciones de marginación y pobreza que nunca han dejado de inquietarme (el padre Mendoza tuvo que ver en esto).
Aquí aprendí las únicas Matemáticas que me enseñaron con nitidez, gracias a Sebastián López. El Latín y la Psicología fueron asignaturas dulces e interesantes gracias a un elegante y sobrio gallego, don Lisardo, al que agradezco su apoyo psicológico en mi insegura y difícil etapa de adolescente. Don Doroteo nos enseñaba Física de la manera más graciosa que se puede imaginar. Tenía la cualidad principal del maestro: bondad. Don Isaac… rigor, vigor, rubor… era como Dios. Lo sabía casi todo: Dogma, Filosofía, Francés, Música, Educación Física… chatear… Don Diego me ponía muy nervioso. Un día me dijo: “¡Tú, a Formación Profesional. No sirves para ser maestro!”. Lloré mucho aquel día. Don Jesús Moraleda me hacía sufrir cazando mariposas… Yo no era capaz de atravesar los “bichos” con un alfiler… Don Fernando Cueto… ¡mejor imposible! Sólo retuve estudiando Historia con él el nombre del general Martínez Anidos. Y eso que me sacaba frente a su mesa más que a ninguno. Su forma de calificar era una puesta en escena original llena de suspense. Padre Navarrete: disciplina, altura de miras…, como el Rey, miedo sólo al sentir cerca su limpia sotana y corte de pelo a lo alemán, hoy tan de moda. Julio Artillo despertó en mí el amor por la Literatura. Y el padre Mendoza, que nos metió a Dios en el cuerpo y en el alma a fuerza de pláticas, misas y meditaciones. Fueron los años más espirituales de mi vida.
Aquellos profesores no sabían de estrategias de construcción del conocimiento, de cultura de la diversidad, de dinámica de grupos, de autonomía moral… pero su sentido de la responsabilidad y la exigencia en la superación, me influyeron profundamente. A todos ellos, a los que se fueron al viaje sin retorno y a los que aún están con nosotros, mi más sincera gratitud.
Mi primera escuela fue en la Safa de El Puerto de Santa María. Después, Écija, Linares, Cádiz y Málaga, donde vivo desde hace treinta años. La escuela privada en Málaga segregaba; contribuía al distanciamiento de las clases sociales. La inexistente gestión democrática en el colegio donde trabajaba provocó mi decisión de abandonarlo y continuar en la escuela pública donde seguí trabajando por un modelo de enseñanza activa, participativa y cooperativa… lugar de encuentro donde disfrutamos cada día descubriendo nuevas formas de aprender.
Durante cinco años coordiné un proyecto de innovación y experimentación de la Junta de Andalucía en la 2.ª etapa de EGB del colegio Jorge Guillén, coincidiendo con la llegada de la integración de alumnos con NEE. Mi incorporación en el Proyecto Roma de la Universidad de Málaga me ayudó a aceptar una realidad humana y social en las que los valores humanos priman ante el academicismo. La cultura de la diversidad es para mí, desde entonces, la verdadera escuela de los valores.
Sentí enormes deseos de formarme, de leer Pedagogía, de recuperar tiempos perdidos… Piaget me aportó reflexiones sobre la afectividad, el aprendizaje por descubrimiento, los ideales… Vigostky me enseñó que es el propio aprendizaje el que ayuda a madurar dependiendo del contexto social y cultural en que se vive. Ángel Pérez consiguió que en mi aula se aprendiese sin calificaciones. López Melero cambió mi actitud hacia los alumnos y las alumnas con dificultades de aprendizaje, considerándolos como un valor en la escuela de la diversidad. Gimeno Sacristán, Maturana, Bruner, Juan Delval, Santos Guerra… han influido en mi actividad docente.
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Las experiencias que se relatan en ¿Qué pensará Bryan de nosotros? están basadas en unos determinados principios pedagógicos y desarrolladas con unas estrategias metodológicas inspiradas en el aprendizaje por descubrimiento, la cooperación, el sentido crítico, la atención a la diversidad, la alternancia del trabajo individual con el de grupo, la flexibilidad en la utilización de los espacios y los tiempos, y la evaluación como diagnóstico.
La desmotivación de un sector del profesorado, sobre todo en secundaria, tiene su origen en el abuso de la transmisión del conocimiento utilizando como único recurso el libro de texto. El mundo avanza, pero nosotros seguimos copiando los modelos de enseñanza en que nos educaron.
Las experiencias que se relatan sólo pretenden ser una muestra de los variados recursos que los docentes podemos utilizar para convertir la educación en una actividad interesante y apasionante.
  1. “Descubrir Iberoamérica” describe cómo los niños y las niñas de 6.º de Primaria investigan las civilizaciones precolombinas a partir de la construcción en barro de una maqueta de una ciudad maya. Más de catorce personas de diferentes países iberoamericanos pasaron por el aula para ser entrevistados, aportando información sobre la situación actual de los descendientes de esas civilizaciones. El análisis de las causas de la marginación actual, mediante un juego de simulación (juicio a los colonizadores) y la valoración del trabajo realizado, supuso un nuevo enfoque al estudio de nuestro “glorioso” pasado.
  2. “¿Dónde está el bosque?” es un trabajo de investigación sobre el entorno a partir de las inundaciones de 1989, que destruyeron parte de nuestro colegio. Investigamos las causas de la desaparición del bosque mediterráneo que existió en la cabecera del arroyo Gálica y las consecuencias de arrastre de tierra que se produce cuando llueve torren-cialmente. El olivo, fuente de salud, fue el árbol más estudiado por su influencia social y económica en Andalucía. También, el parque de Málaga -joya botánica- fue parte de nuestros descubrimientos. Aprendimos a clasificar hojas, a extraer clorofila en el laboratorio y participamos en un programa de reforestación de los montes de Málaga, con el que fomentamos una conciencia ecológica y crítica hacia los problemas medioambientales.
  3. “Descubrimos la biodiversidad” fue un experimento científico con trigo y garbanzos a los que se asocia otro ser vivo (Rhizobium) para mejorar la cosecha. El principio de Koch y la manipulación de la experimentación científica en la escuela fueron asimilados fácilmente gracias a un entrañable compañero de estudios: José del Moral de la Vega, autor del experimento y, hoy, compañero de ponencia en este encuentro.
  4. “Lo mejor que hay en ti”. El mundo de los ideales y los valores a través del Quijote y como soporte, el teatro musical El hombre de La Mancha. La nobleza, el amor verdadero, la amistad, la dignidad, la sinceridad, la humildad, luchar por un mundo mejor… estuvieron presentes en ensayos y representaciones por distintos escenarios de Málaga.
  5. “Yo viví la Revolución Francesa”. El cuadro de Delacroix La libertad conduciendo al pueblo nos introduce en la Revolución Francesa a través del periodismo y la escenificación de Los Miserables. La alternancia del play back con los textos en directo, explicando cada personaje su papel en la revolución, fue una innovación muy atractiva que despertó pasión por el teatro, y consiguió que conceptos como margina-ción, explotación, revolución, libertad, igualdad, fraternidad… fuesen comprendidos con facilidad.
  6. “Una cosa te quiero decir” es una estrategia teatral en la integración de Iris y Bryan, al mismo tiempo que una terapia colectiva de las complicadas relaciones personales del grupo. Se trataba de escenificar sus conflictos para hacerles reflexionar sobre ellos mismos.
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Con estas y otras experiencias he procurado que mi escuela sea: lugar de encuentro en el que el aprendizaje se construya en cooperación con los demás; donde aprender no sólo suponga esfuerzo, sino placer; que la evaluación ayude a valorar el proceso, para mejorarlo.
A veces me vienen recuerdos de aquella vieja escuela de mi infancia, del colegio de mi adolescencia y juventud, de mi recorrido docente por varias ciudades andaluzas… Han pasado muchos años y sigo entrando en mi aula con la misma ilusión que la primera vez cuando, con dieciocho años, tomé posesión de una escuela en El Puerto de Santa María. Tuve que adaptarme a diferentes realidades y conocí distintas formas de educar. De todas he aprendido, incluso de las que no comparto.
Estudiando en Úbeda, soñaba con ejercer el oficio más noble y apasionante, mientras contemplaba el inmenso paisaje de Mágina. Hoy, aquel azul del Jinete polaco de Muñoz Molina se ha transformado en el azul del mar; el que, desde la ventana de mi clase, me invita cada día a mirar siempre adelante descubriendo nuevos senderos mientras intento ser el maestro que imaginé.
En esa maravillosa obra de El mundo de Sofía, un escultor picaba la piedra informe y un día recibió la visita de un niño. “¿Qué estás buscando?”, preguntó el niño. “Espera y verás”, dijo el escultor. Al cabo de unos días el niño volvió y encontró un hermoso caballo donde antes había un bloque de granito. El niño lo miró asombrado; luego se volvió al escultor y dijo: “¿Cómo podías saber que el caballo estaba ahí dentro?”.
En las décadas de los años cincuenta y sesenta, un grupo de abnegados profesores trabajaban para esculpir maestros comprometidos con ellos mismos y con los demás. Ahora, intentamos construir la escuela del futuro, a la que Bryan se ha incorporado, gracias a las inquietudes que sembraron. Él nos enseñó que dentro de cada niño y cada niña hay una hermosa persona que debemos descubrir. Enseñar en la diversidad es más difícil que en la homogeneidad, pero es más humano y es la única fórmula para que los valores no sólo se enseñen sino se practiquen cada día.               
El azul de Mágina sigue siendo azul como su cielo, como el mar, como un río limpio, como el sueño de libertad de tantas tardes de primavera, de tantos amaneceres de mayo… Allí estoy ahora, sin necesidad de andar los caminos del tiempo y la distancia, terminando la meditación después de un tenso día de clases, o despertando a las siete en punto de la mañana al oír las vigorosas palabras de don Isaac, viejo filósofo, fumador sin fronteras, enérgico y exigente, ocurrente y sencillo: “¡En el nombre del Padre, del Hijo…!”.
Muchas gracias.
22-10-03.
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