(Un relato de Navidad, que no un cuento navideño)
Tenía que comprarle a mi nieto los juguetes antes de que se echara encima la Navidad. Se han puesto los tiempos de tal modo que, con las prisas de algunos por garantizarse que los Reyes Magos van a traerles el pedido solicitado, antes de que te des cuenta se han agotado todos los juguetes punteros.
Con el fin de conocer las ofertas destacadas de este año, mi nieto y yo disfrutamos como enanos días pasados viendo la publicidad de los juguetes más novedosos de la temporada. Monstruos de diversas y horrorosas formas y colores amenazaban desde la pequeña pantalla despertando en nosotros antiguas emociones vividas en las más espeluznantes películas de terror de los últimos años.
‑Mira qué maravilla, abuelo: “Hombre Invencible”. Dispara un “proyectil nuclear desfragmentador de largo alcance”.
Lo de “Hombre Invencible” lo pongo aquí en castellano, pero en el juguete venía en inglés, como Dios y los beneficios económicos mandan. Que, el año pasado, el mismo juguete se vendió como “Paco el Valiente”, así como suena, y a pesar de que estaba mejor acabado que el de este año y costaba un 50% más barato, por el nombre, porque las instrucciones venían en castellano y porque se veía a leguas lo de “fabricado en España”, los inventores del engendro no se comieron una rosca.
Porque es que hay que ser bruto para poner “fabricado en España” en vez de “made in Spain”, que mola mucho más, aunque uno, ceporro pueblerino, no sabía lo que significaba hasta que mi nieto con su mirada entre inocente y guasona me explicó:
‑“Meidinspein”, abuelo.
Luego, ante mi cara de estúpido monolingüe, me soltó algo así como “imbenseibolmen”, y con una expresión misericordiosa, que sólo se explicaba con la seguridad que tenía el puñetero de que mis ahorros de pensionista quedarían mermados de manera considerable, se limitó a aclarar:
‑“Fabricado en España”, abuelo, este es “Hombre Invencible”. Tú, de inglés, ni papa, ¿verdad?
–My tailor is rich –respondí con una sonrisa triunfal.
‑No te esfuerces abuelo, eso lo aprendiste de un anuncio antes de que el Cid ascendiese a cabo, ¿eh?
Me callé discretamente y seguimos observando las cabriolas que el dichoso “Hombre Invencible” realizaba con la facilidad con que uno se chupa un dedo. Mi nieto y yo nos quedamos sorprendidos por los espectaculares vuelos que, en el anuncio, daba nuestro nuevo héroe. Un gigantesco tiburón saltó fuera del agua intentando atrapar al “Hombre Invencible”. Éste, con unos reflejos propios de un portero internacional, detuvo el gigantesco morro del animal con asombrosa facilidad y de un patadón en la aleta caudal lo devolvió a las profundidades marinas, sin ningún tipo de miramientos. Fue la prueba definitiva.
‑Abuelo. Lo quiero.
Y en esas andaba yo: en la juguetería del Parque Comercial “Universal Market” del barrio. Perdido en un laberinto de colores, muñecos y máquinas de las más variopintas formas y funciones, aquello era una trampa mortal constituida por cientos de callejones sin salida. En una de mis pasadas infructuosas tras la pista del dichoso “Hombre Invencible”, conseguí introducirme en un pasadizo que, después de quince agónicos minutos, me devolvió al punto de partida sin haber conseguido localizar al ínclito personaje acompañado del no menos horrorosamente llamativo “Tiburón Feroz”, ‑que ambos juguetitos deseaba mi nieto‑. Fue entonces cuando me invadió una duda absolutamente metódica: llegué a la conclusión de que ni el mismísimo Einstein hubiese sido capaz de salir de aquella maraña infernal.
Sólo me consolaba la visión de una interminable fila de chicos y mayores recorriendo los mismos y misteriosos senderos. Después de un largo rato perdido en aquel infierno, llegué a pensar que todo era un simple sueño dentro del castigo eterno a que estaba sometido por Lucifer, en castigo por mis múltiples pecados. Aunque ni Dios ni el mismísimo Demonio tenían, a mi parecer, tanta maldad como para infligirme un castigo eterno de tal magnitud. Consolado ante tal posibilidad y convencido, pues, de que aún estaba vivo, miré mi reloj: apenas quedaban veinte minutos para que cerrase el local. Indudablemente, “Hombre Invencible” y “Tiburón Feroz”, conocedores de mi persecución, se habían ocultado en el más recóndito escondrijo de la juguetería, reacios a abandonar a sus fieles amigos y compañeros.
Busqué desesperadamente la clásica tarjeta de plástico que, colgada de un bolsillo, me anunciase al vendedor de turno. Primero, con la pretensión de requerir su impagable ayuda en la detectivesca misión de localizar a mis enemigos, que eso eran ya aquellos apocalípticos muñecos; luego, cuando faltaban cinco minutos para cerrar el local, sólo deseaba su presencia con la vana esperanza de que me indicase el camino de salida. Un auténtico terror escénico se apoderó de mí. Ya me veía solo, rodeado en la oscuridad de la noche por miles de espeluznantes y vengativos “Tiburones Feroces” que me señalarían amenazadores:
‑¡Ese es! ¡Ahí va el asesino! ¡Ese es quien pretendía secuestrarnos y esclavizarnos!
Y mil dedos acusadores, lanzando sus rayos luminosos, se posarían sobre mi cabeza mientras “Hombre Invencible” apuntaba cuidadosamente su arma letal, presto a destrozar mi rostro disparando un “proyectil nuclear desfragmentador de largo alcance”. Fue entonces cuando vi el ojo acusador que, apuntando directamente a mi frente, amenazaba con aplastarme cruelmente. Vi cómo su tamaño aumentaba hasta cubrir todo el techo de la tienda; su iris, negro como la noche más negra, caía sobre mí abriéndose en un insaciable túnel dispuesto a engullirme en sus tenebrosas profundidades.
Y allí, al fondo de aquel iris devorador, brilló tenuemente el objetivo de una cámara de vigilancia. Soñé despierto, señor comisario. Soñé que, al otro lado de la cámara, un agente de seguridad clavaba su mirada en esta miserable ruina humana. Soñé que el guarda agarraba con cruel sonrisa esposas y porra y se levantaba velozmente de la mesa…
Comprenda, señor comisario, mi única salvación estaba allí, en aquella estantería que, frente al objetivo de la cámara, me certificaba que el robo que estaba perpetrando sería observado con todo detalle por el vigilante: mi detención estaba garantizada…
¡Por fin saldría de aquel laberinto infernal!
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Publicado en: 2006-01-03 (47 Lecturas)