08-12-07.
Vuelvo a casa reflexivo y meditabundo. He visto la película 14 kilómetros. Es como esperaba: tremendamente humana. Porque las historias que cuenta esta magnífica producción española son, sobre todo, humanas. Todo lo demás: el desierto, los paisajes de Níger, Mali, Marruecos… son el hábitat natural de los jóvenes que deciden un día cambiar el destino y arriesgar sus vidas en busca de un paraíso que nunca imaginaron tan lejos.
Total, sólo catorce kilómetros separan la pobreza de la opulencia, África de Europa. Lo que no sospechaban es que, hasta divisar esa corta distancia, tendrían que recorrer otras interminables con obstáculos, miserias y sufrimientos abrumadores.
La película se ha estrenado en Málaga en una pequeña sala, sin posibilidad de éxito comercial. Sin embargo, la recomiendo con insistencia a todos los amantes del buen cine y a quienes buscan en la pantalla algo más que entretenimiento y estridencias espectaculares.
14 kilómetros no molesta a la vista: más bien es un placer contemplar la belleza de las puestas de sol, las caravanas, los tuaregs… Naturaleza en su estado puro, en fin. No molesta –digo-, pero inquieta, sobrecoge e informa a los cómodos occidentales de la aventura de otros hombres y mujeres que atraviesan el desierto y el mar en busca de dignidad.
Cuando vean estos días tan festivos a un subsahariano o a un marroquí con aspecto de inmigrante, hagan algo, aunque sólo sea preguntar de dónde viene y qué necesita. Pero sin provocar. No le digan: «¡Feliz Navidad!».