05-02-08.
Convencido de que generalizar es injusto y de que la conducta de una minoría nunca debe aplicarse a todos los que profesan su ideología o creencia religiosa, pretendo con estas líneas expresar mi opinión sobre la entrada en campaña electoral de algunos obispos españoles, quienes piden no votar a los partidos que negocian con ETA, en referencia clara a Zapatero.
Cuando gobernaba Aznar, por sus intentos de acuerdo con el Movimiento Nacional de Liberación Vasco ‑así lo denominaba el Presidente‑ y con el obispo de San Sebastián, Juan M.ª Uriarte ‑de intermediario en Suiza‑, la Conferencia Episcopal no actuó igual.
En su derecho están, ya que la libertad de expresión que, durante cuarenta años de franquismo, nunca defendieron, les permite ahora, por fortuna, manifestar su apoyo al programa político que les conviene. Pero no lo olviden; este catolicismo integrista nos hizo perder tres veces a los españoles el tren de Europa: con la aniquilación, en el Concilio de Trento, del avance que supuso la Reforma en el siglo XVI; con el rechazo de las conquistas democráticas de la Revolución Francesa en el siglo XIX; y con el apoyo a la dictadura del general Franco, causa del aislamiento europeo hasta el advenimiento de la democracia.
Se equivocan los monseñores. Su incoherencia ideológica se distancia cada vez más de los principios evangélicos. No se han dado cuenta de que el país ignorante de la primera mitad del siglo XX se ha modernizado, transformando a sus habitantes, de súbditos a ciudadanos libres.
Con respeto a tantos buenos católicos de diferentes signos políticos, ruego a esta arrogante jerarquía que convenza a sus fieles de que no se divorcien; de que la homosexualidad es una enfermedad contra la que el clero está vacunado; de que no aborten en ningún supuesto, por extremo que sea; de que los sacerdotes no vuelvan a sacramentar uniones de divorciados, aunque el tribunal de La Rota lo permita; de que no usen anticonceptivos, aunque la superpoblación en el tercer mundo conduzca a la miseria extrema de millones de personas…
Hagan campaña a favor del partido que prefieran. Tienen sus eminencias el derecho de hablar. El mismo que el Abad de Monserrate y yo de no callar, convencidos de que «La verdad os hará libres» (Juan: 8,32). Así sea.