Poesía recital, 6

17-05-2008.
Dualismo amor‑soledad
No tuve reparo alguno en afirmar ‑entonces‑ que esta colección era mi preferida. Y no había en esta confesión ningún juicio de valor preferente por lo que pudiera afectar a su calidad poética. No.

Sencillamente era mi preferida por ese cúmulo de connotaciones que hacen de la literatura un pastiche sociocultural en donde el poeta se mueve viscosamente como aquella gota de mercurio que nos dejara relatado el novelista Gaspar Núñez de Arce.
El parto difícil de algunos poemas, el sudor amargo de algunas experiencias que aquí se poetizan, la lucha entre el binomio amor‑soledad coincidiendo con el éxodo familiar del poeta, las lágrimas que riegan la besana de sus versos, la insalvable duda ante el éxito‑fracaso de un paréntesis vital entre agónico y extático, todo ello, hizo de «Sístole en la oscuridad» una poesía biográfica de 9 meses (octubre 81 ‑ mayo 82) de un realismo existencial evidente.
Con el amor, pantos que todo lo llena y que anima a continuar dando un sentido al absurdo ‑coexistiendo‑, está la soledad, nombre de mujer que invadía al poeta y lo regaba en soledades. Colección desigual como los momentos de este trozo de mi vida, del que intentaba esta colección ser una radiografía.
Nunca poesía y vida se confundieron tanto en mí como en estos poemas, verdaderos ramalazos eléctricos entre el ser y el no ser del hombre, guiñapo a la vez que ángel. Enajenación, fracaso, libertad encarcelada, sed de vida, panteísmo amoroso, eros y ángelus formaban ese abanico vivencial de mi existencia de entonces. Se salvaron algunos (pocos) de la quema. Fenomenal analogía. La semilla original fue secada y un esperma nuevo les devolvió la vida. (5)
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El título «Adoleciendo» tiene varias lecturas. Suena a despertar de primavera y a cansancio de atardecer. El hombre maduro se “prima­veriza” junto a la soledad del campo. Se respira en el poema una catarsis, una inmensa paz, hasta una emoción beatífica. Recuerdo muy bien cuando lo hice; mejor, cuando vino a mí y me mandó darle un lenguaje. Soledad, mujer y metáfora, fueron sembradas y acunadas al mismo tiempo en aquel barranco del Poqueira alpujarreño. El día era espléndido. Un sol rabioso encendía el rocío de aquella hierba de otoño. Parecía primavera, pero era otoño.
Adoleciendo
«Despídeme del sol y de los trigos».
Miguel Hernández.
Aquí. En la soledad del campo
oigo gritos de pájaro y de olivos.
Una inmensidad desierta hace mutis
con el azul amarillo del paisaje.
‑Un mar de aire­‑.
Todo es paz de colores. Nada irrumpe
los cantores ecos de la tarde adolescente.
Mi sístole adormece en tu memoria,
mientras una escalada de nenúfar
embriaga los sabores de cerezas
que comí tantas veces de tus labios.
Aquí. En la soledad del campo
ya no puedo pensar. Tampoco quiero.
Aquí te acuno de nuevo en las pupilas
de este sol aljibado del Poqueira.
Aquí te abono en el tronco de este olivo
que se rompe en abrazos carcomidos.
Aquí te siembro en mis poros. Es la hora
del responso, la gloria y los espejos.
Aquí te entierro, mi vida, para verte
convertir mi otoñal en primavera.
Aquí te sueño y te amo.
Aquí.
Yo solo. En la sola soledad del campo.
Sístole en la oscuridad, 1982.
 
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El poema «Al alba» fue resultado de una bellísima jornada. Destemplado el erotismo nocturno de «dadelos», nace la madrugada. El alba es una síntesis de ese binomio que conforma toda la colección amor­‑soledad.
El poema hace referencia a la unión amorosa, ahora convertida en memoria. Algo muere y algo nace en cada ciclo biológico. Todo es fluir, devenir en pura posibilidad, hacerse. La primera parte es mansa y victoriosa, es cosecha y fruto; la segunda es una continua interrogación al «otro», un sufrimiento provocado por el querer‑poder, parecido a aquel ser‑tener de Sartre o a aquel deber‑ser de Hegel.
«Al alba» destaca por su sencillez formal y se agrieta por la presencia de un reloj que nos avisa de que el tiempo es invencible. Un dato curioso: este poema está hecho a dúo. La musa y el poeta intercambiaron sus papeles… y surgió el verbo cuando la noche se hizo vieja y la soledad lo invadía todo, es decir, «al alba».
Como brindis y homenaje a una mujer que, sin ser poeta, supo establecer un diálogo amoroso que rebosa sensibilidad. Está publicado en Erosístoles.
Al alba
‑I‑ (él)
He visto brotar la mañana
de una mueca de cansancio,
desplomarse, ya olvidadas,
dos realidades contrarias.
Llevo acunado el calor
que desprendieron tus células.
He vivido como el agua
que se cuestiona su cauce,
envidiando, en el silencio,
la sencillez del camino.
Tengo escondida la chispa
que surgió de nuestros brillos.
He escuchado mil llamadas
entre cadenas e impulsos,
desgranándose uno a uno
cada fluir de mi aliento.
Llevo en el fondo esa sístole
que nació entre tantas sombras.
Intuyo cómo la ausencia
difuminará tu imagen
y advierto ya derramarse
alfileres y espejismos.
Tengo el sabor a victoria
que respiré en tu sonrisa.
Imposible detener el reloj.
No hay llanto. Es el alba.
‑II‑ (ella)
Por qué no aprietan tus lazos,
por qué no presionas en mi interior
hasta crear en mí la llama,
por qué no te acerco hacia mí,
hasta el rincón en donde está mi verdad.
Por qué no me ofuscas, me cubres de ti,
por qué no me entiendes, me alientas,
por qué no me llevas contigo o te traigo,
por qué no intuyes la claves de mis compases.
Puedo alargar mis dedos y arañarte,
puedo apretar mis brazos y abrazarte,
puedo desplegar mis alas y envolverte,
y diluirme en la noche contigo,
y aprender junto a ti la razón de su belleza,
puedo equivocarme, regocijarme, enamorarme
y aceptar un mañana, y vivir ese instante.
Quiero que se velen mis ojos,
que se apaguen mis luces,
quiero saberte en mí, y conocerte,
desligarme de ti y recobrar mi camino.
Quiero avanzar entre el día y la nada,
con mi angustia, mi euforia… y mi nombre.
De Sístole en la oscuridad.
18
Un impresionante poema va a cerrar el realismo mágico del amor solitario. El título del poema, «Sístole», es el centro de Qasidas y elegías del amor desterrado. Este poema sangra la fe del matrimonio. Los versos se hacen prosa caótica, monólogo angustioso, lágrima viva. La belleza poética se subordina al mensaje, pero hay un hondo lirismo, casi majes­tuoso. El síndrome de la soledad del poeta se refleja en este poema­‑espejo que hace de la tragedia amorosa un nuevo esfuerzo para seguir siendo la bomba impelente del corazón, preludio de la colección siguiente. La metáfora del eclipse y el volcán exigen que la soledad se haga luz necesaria. El poeta confía en ella y se siente sereno, aunque «Sístole» ya anuncia las elegías finales del oasis. Hay mezclados algunos versos de Pablo del Águila, un poeta suicida granadino; estos versos son bastante más que un préstamo.
Sístole
Algo entre nosotros revela, interminable,
un amor y una noche, perennes hacia el mar,
desde ahora y aquí ya no es probable nada más que la espera
«se ha visto brotar el fuego del viejo volcán que parecía cansado».
Porque no pudo ser, porque lo bello se escondió de prisa,
porque ya no es vivir si acaso el otro muere,
porque nada es igual cuando la herida
se desangra en el agua «los tiempos que vendrán ya son recuerdos».
Yo recuerdo los cuentos infantiles, cada noche ‑recuerda­‑
querido, mai laif, cariño, amor… pamplinas
y recuerdo unos labios sin tus besos, y el susurro aquel que susurraba: «cuando te veo reír surge el silencio».
Ahora sólo me sueña la soledad tremenda, los versos tristes,
tal vez algún eclipse, tal vez quizás, acaso
alguna vieja huella del dolor hecho mar
(«ya sabes que me llegan muy hondo a mí estas cosas»).
Se nos acerca el tiempo, futuro, indemostrable,
de todos los venenos, de todas las metáforas
que ahogamos allí, en aquella sábana de gatos,
se nos acerca una muerte cotidiana y tú lo sabes bien.
Y así me paso el día, echándome los miedos al coleto,
practicando estas rimas, así como mi esquela,
«¡si supieras los datos que conservo de ti y de tu olvido!».
Y así me doy tu cuerpo, con el sueño y la rabia.
He salido a la calle buscando algún cubata, a por tabaco,
y aquí me tienes de nuevo, juncal en las farolas,
y ante la duda perenne que se instaló en mi sexo,
«verdaderamente vivimos un tiempo irremediable».
«Durante un rato después me ocupo de mis cosas»,
me confundo con él, con el vecino de la puerta de al lado,
me disfrazo, me prometo otra liebre, otra denuncia
pero no puede ser, todo se acaba con su rip de metal.
No mientas, lo sabes, yo quería una artesa de mimbres, una gramática
que pudiera decirles a nuestras hijas
que es verdad que estuvimos abrazados, y que se nos fue aquel aire
que nos hacía ‑iay, sí!‑ interminables.
Tú te quedas sin duda en estas yemas,
en las viejas historias que se hicieron memoria,
«y a la vuelta de un año, dos o veinte nos sentiremos extraños»,
como un par de tórtolos en el viejo álbum de unas fotos.
«Difícil tu regreso y mi partida, imposible olvidar»
aquellos nombres arrinconados ahora en la trastienda,
como si tanta soledad no cupiese en tanto sitio,
y está cantando, endiablada, el alma de yon lenon,
y se me caen dos lagrimones, y estoy sólo en el patio.
Sólo queda mirarnos en el ombligo de la cruda intemperie
y velar por si viene ese leve temblor de cada noche,
y llorar la rutina y avinagrarse…
pero quiero dejarlo por escrito:
que no hace mucho te amé y que te he vivido.
Qasidas de un amor desterrado, 1981.

 

 


 

(5) Esta colección sería la semilla del libro Erosístoles (1983).

 

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