Poesía recital, 4

No dudé en calificar mi etapa de los primeros 80 con el nombre de Realismo Mágico. Sí, ya sé que suena a «boom» hispanoamericano y que a algunos les parecerá excesivo y solemne. Puede ser, pero yo así lo sentía. Fue mi etapa más breve y ocupó unos dos años.

Cuando di este recital, aún seguía en ella, tal vez por poco tiempo… aunque eso no lo sabía entonces. ¿Quería imitar el experimentalismo de los novísimos, por ejemplo? No. Intentaba ser una síntesis de las dos anteriores. Ya habían desaparecido los rescoldos dictatoriales y, aunque la poesía seguía manteniendo sus dardos, una España nueva amanecía con la esperanza democrática. Además, convencido de que la poesía no tiene por qué redimir al mundo, la postura testimonial retrocedió en mis objetivos. Sabía que, pese a todo, tampoco defendería nunca el «arte por el arte» como fin en sí mismo. Fue, pues, esta época más bellamente formal, más simbólica y enraizada en el realismo del mundo: quería huir de los salpicones del barro. Los temas poéticos seguían siendo los mismos (éstos son eternos): la muerte, Dios, el hombre, la naturaleza… pero ahora aparecía uno con especial pujanza: el amor. Casi todos estaban dedicados. El amor en su variopinta diversidad: el amigo, la mujer, el ideal, los poetas modelo, etc.
En esta poesía se observa el uso de más recursos poéticos; sin olvidar las vivencias personales. Hay tras cada poema un simbolismo de imágenes y metáforas que lo hace más difícil de entender, aunque no excesivamente. Quevedo asomaba en mí cada vez con más insistencia, de la mano de Octavio Paz y Aleixandre. Realidad y magia, fantasía y vida estrechaban sus brazos para intentar hacer una poesía equilibrada en fondo y forma. Dos colecciones, las dos inconclusas, iniciaban la poesía de esta época: «Eros y…» y «Breviario de poemas dedicados». Como todo amor, fueron alargándose con nuevos poemarios: «Sístoles», «Sonetos con cuerpo de mujer» y «Elegías y qasidas del amor desterrado». Totalmente olvidada quedó una colección primera: «Pedregal y huerta».
Una última aclaración: para mí el amor, no sólo es el motor de lo positivo (amor presente), sino el motor de lo negativo (amor ausente, amor ido). En esto soy total y verdaderamente romántico.
Antología personal comentada – 1
Es un poema surrealista, tal vez el más difícil de la colección. Aparentemente sin sentido, tras su análisis, encontramos un profundo mensaje. Garaudy hablaba de una realidad interior mucho más real que la realidad externa y percibida por los sentidos. El mundo del psicoanálisis, el instinto y lo onírico se dan cita en un rompecabezas que es, siempre, la mente humana.
¿No habéis tenido nunca la experiencia de esconder en el cerebro un crucigrama insoluble, en donde nada tiene sentido y todo se nos viene abajo?
Una situación de éstas inspiró el poema. La escritura automática, la falta de nexos, el caligrama, el léxico… todo apunta a un mensaje «de locura», a un monólogo caótico que sólo pretende eso: desnudar el cerebro. No busquen nada lógico ni racional. Se equivocarían.
RR
SU               EAL
ISMO
Puntiagudo es el iris
blanco       de    la           proa abisal           rombo
elcuadrículodelojociclópeo
la efigie de neblina ( )
 
puntiagudas en las  corni   de   la mente
                             sas
S
U
RREA
LISMO
R-E-A-L-I-D-A-D- O-N-I-R-I-C-A
de un subconsciente
a-l-g-a-s-d-e-h-o-j-a-s-a-m-a-r-i-l-l-a-s
Punt
ia
gu
d
o,
es el vértice                                                                              del hongo misterioso
                   tri                an
                                                        gular
célula    h e r                                                cajón de sastre                 vela apagada
            méti
            ca
una vez entre mi les de in ten tos
                                                                  a-m-o-r-t-a-j-a-d-o-s
popa sin mástil
singladura añeja (J) desvaríos puntiagudos
hartos de noches de insomnios
cóncavos en la convexidad flamígera.
¡ESPEJOS!
robados cual música ==== inerte
deshojada por un vendaval de siroco
mustias las horas p-u-n-t-i-a-g-u-d-a-s                     COMO
 un mundo sin brújula
Alidada de pínulas huecas.                               HOMBRE INEXISTENTE
se rompió tu cristal de terciopelo
(Breviario de poemas dedicados). Sin fecha.
10
Este poema es especialmente intimista. Cuando se ha amado mucho es cuando se siente el gran vacío del amor perdido e irreversible. Amor de otoño es un poema preciso y precioso, al menos para mí, que recuerda mucho la poesía amorosa de Neruda, sobre todo, su canción desesperada. El poema es muy fácil de entender. Expresa la pérdida del amor que, encanecido, es llevado por el viento otoñal a una pregunta sin respuesta.
El riquísimo vocabulario con sabor a fruta y a campo no es casual. En su trasfondo flota siempre la cita de Hemingway:
«Todos los que aman/, cuando el amor los deja/ llevan impreso el sello de la muerte/».
No hay rencor en el poema. Un clima de sereno clasicismo rodea la ruptura amorosa.
 
Antología personal comentada -1
Amor de otoño
Hemos visto caer el árbol tibio
con su desnudez de hojas,
con su amarillo color hacerse tronco,
tronco y rama desiertos.
Sólo nuestros dedos, apéndices marchitos, dibujaban la estatua indivisible
de aquel tronco frondoso y siempre altivo.
Tú eras olmo; yo, viento huracanado,
que arrastraba tu canción por la región recóndita.
Yo era el agua y tú la sed fecunda
de la siesta canora en el cortijo,
cuando el sol, ascua viva, derretía
la corteza corpórea de tu raíz telúrica.
Pero hoy el reloj ya se ha parado.
Yace inmóvil aquella flecha verde
que hendió la savia en su primera capa
y aquel cupido que te sangrara un día
fue borrado por lágrimas de nube.
¿Te acuerdas del sol? Eran tus ojos
rompiendo la penumbra de las ramas, mientras yo torneaba el tronco tuyo,
tronco de uvas y espiral de brazo.
Las iniciales «e» «hache» se han borrado
del vestido de cera de aquel olmo,
y el silbido del viento no tirita
los dientes espumosos.
Las lazadas de besos se deslazan
y los grillos de agosto ya no cantan,
ya no hay jugo de uvas
en la parra flamígera del descuidado patio.
Hemos visto nacer la hierba, inermes, sin podarla siquiera,
y la herida recala en nuestros labios. No hay clavel en la rosa de tu boca,
ni piropo en mi lengua,
ni vesubio en el lecho, ni acerolas
que coloren mis dientes despeinados.
Hoy vivimos umbrales de recuerdos
en la bruma marina y subconsciente:
rayo amorfo, limbo y grieta, cicatriz
de nieve, pozo sin huerto.
No hay farol en la esquina de la calle,
ni botijo en la era trigal
de aquel cortijo desprovisto de acerolas.
Solos. Aislados y abatidos,
sin memoria, sin miel, sin primavera:
somos sólo dos puntos suspensivos,
y un paréntesis de otoño
nos circunda de niebla y yedra seca.
Futurible pregunta sin respuesta,
caracola de playa, savia enferma,
eros mustio por el thanatos destructivo.
Otoño… Amor… Y viento.
(«Eros y…», 1981)
11
De nuevo surgió el amor, ahora en presencia. No importa el «te amé llorando», sino el vivir en continuo éxtasis amoroso. Dudé bastante sobre qué poema incluir para cerrar este ciclo. Desde «Ángel de fuego» o «Poema en prosa»; tal vez «Dame tu mano» o «La luna me guiñaba». Todos tenían un denominador común: la musa que los inspiraba en aquella hora verdiblanca, es decir, la hora de la esperanza. Incluí éste por ser el último que había hecho antes del recital.
Siempre me ha gustado leer el poema último. Hacía dos días que, navegando entre mis sábanas desiertas, había soñado este sueño, es decir, lo creé en mi imagen a distancia. El poema recuerda a Machado en su forma, no en su mensaje. Cuando Machado soñaba, Leonor ya estaba muerta. Yo soñé con una mujer que me había recreado de nuevo. Los dos estábamos imantados por la dedicatoria del poema.
Soñé que tu cuerpo un día
Soñé que tu cuerpo un día
cansado yacía en mi cama,
soñé que te estremecías,
soñé que me atosigaba.
Soñé que tus senos malva
puntiagudos se afilaban,
soñé que mi sangre mansa
volcanizaba tu estatua.
Soñé que me reclamabas,
soñé que después dormías,
soñé que me despertabas,
soñé que al instante huías.
Soñé que tu vientre hervía
entre el clavel de mi huerto,
soñé conmigo en tu injerto,
luego soñé que vivía.
Soñé que un sollozo quedo
tus lindos ojos bañaba,
soñé tu impotencia y miedo.
Luego soñé que soñaba.
12
Terminó aquel Recital – 1 con un poema especialmente querido por mí. Compuesto en un momento particularmente tenso, después de «Alcalanainoides», este poema quería confesar públicamente mi más profundo alcalainismo. Acostumbrados muchos a hacer de la tierra su terruño, algunos no entendieron esto. Da lo mismo. Muchos saben que, equivocado o no, pero siempre con valentía, había intentado levantar de la siesta a este pueblo que, entonces ‑como ahora‑, asistía gozoso a esta lectura poética. El poema es un soneto que se convierte en nana de niño y cuna de madre. La golondrina, que es el poeta, planea por la geometría del pueblo, como otro día hiciese lo mismo con la morfología de la arcilla.
Seis años después me despedía de Alcalá, masticando la rabia, y Granada se me presentaba como una aventura desconocida. Recuerdo que dije: «Quiero que sepas, pueblo mío, que he llenado tu vientre de amor y sementera». Sigo en lo dicho. Hay una leve corrección respecto al original, publicado en Coloquios.
Nana de la golondrina
Del alto llano a la alcazaba mora,
como fiel golondrina a tu llamada,
me dispongo a cruzar mi piel alada
por el norte solano que te dora.
Vengo a ti, imantado por la aurora,
que amanece en tu efigie acampanada.
Hoy te abrazo, Alcalá, de madrugada,
como un eros de fuego que enamora.
Colosal tu retrato en mi retina:
campo y cielo entre olivos. Tu paisaje
perfilando de luz tu geometría.
Quiero hacerte mi amante alcalaína.
Y en el último adiós de mi viaje,
arrullarme en tu nana, tierra mía.
(«Coloquios alcalaínos», 1982)

Deja una respuesta