Desde esta abandonada soledad
voy buscando,
en los surcos plateados de la tarde,
en los flecos oricalcos de la noche,
lunas llenas que regalarte,
perlas vírgenes con que adornarte,
palabras nuevas para cantarte…
Cada luna que sobre tu pelo cuelgo
se hace viento…
Cada perla que sobre tu pecho anida
se hace pájaro…
Cada verso que en tu sonrisa meces
se hace sueño…
Luego,
cuando el mar se despeña en horizontes
hasta hacerse eternidad,
subo hasta una escarpadura,
roqueña e imponente,
grito contra el mar,
y creyéndome ícaro suicida,
me lanzo, lenta, lentamente,
contra el ánfora de bronce
que te tiene seducida.
Llevo, si te encuentro,
tres regalos:
En mis manos,
un racimo de luceros
que del cielo he arrancado…
En mis ojos,
acuarelas amarillas que a la luna
le he robado.
Y en los labios,
un latido florecido, un latido,
hecho beso desbocado.