La democracia en peligro

02-01-08.
Los obispos tienen mucho poder y lo saben. Conscientes de dominar voluntades y dirigir pensamientos, conciben la homosexualidad y la pederastia como una enfermedad, al mismo tiempo que justifican la dificultad de controlarse ante las provocaciones de niños y adolescentes. Sería injusto acusarlos a todos de pensar igual, pero callan ante las manifestaciones desacertadas de alguno de ellos.

En la concentración a favor de la familia cristiana, organizada estos días en Madrid, hemos oído discursos políticos emitidos por personas cuya misión es puramente espiritual. En el fondo temen perder el control moral de la España nacionalcatólica, que tanto apoyaron en los mejores tiempos de la dictadura franquista. De cualquier forma, en su derecho están de defender el modelo familiar único. También yo creo en él; pero, respeto el ordenamiento jurídico, que de ninguna manera está dando marcha atrás respecto a la Declaración de los Derechos Humanos, como afirma monseñor Rouco Valera. Más bien, es un avance en cuanto al derecho de felicidad que supone vivir en pareja, sea o no heterosexual, incluida la posibilidad de criar y educar niños.
De todas las intervenciones me ha llamado especialmente la atención la del arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco, por considerar las leyes aprobadas por el gobierno socialista como peligro contra la democracia. ¡Qué osadía de quienes históricamente apoyaron dictaduras! Aún recuerdo a Pinochet comulgando en misas solemnes organizadas por la Iglesia chilena, a Franco bajo palio, a los cardenales saludando con la mano extendida en un régimen no muy lejano…
No echen más leña al fuego, eminencias. Sean coherentes. No se puede predicar amor en las iglesias y rencor en la COPE, púlpito del odio y del insulto sistemático. Háblennos del evangelio que enseñó Jesucristo, defensor de los marginados y pobres de la Tierra, contrario al lujo y al poder, el que ustedes tuvieron y tienen al servicio de las ideologías que propugnan las mayores diferencias de clases y el injusto reparto de la riqueza. ¿Cómo ha salido una Iglesia tan rica de un fundador tan pobre? ¿Qué les dirán aquellos humildes apóstoles del primer año de cristianismo a los que van llegando a la eternidad con los báculos de plata, los anillos de oro y las túnicas de púrpura? Estoy seguro de que muchos de los se han alejado de la Iglesia por rechazo a esta forma intolerante de actuar, volverían a ella si la jerarquía estuviese más al lado de los necesitados, defendiendo la olvidada justicia social, que tanto propugnó el Concilio Vaticano II.
Se cuenta que, «entrando en el Cielo, había una fila muy larga. Uno de los que esperaban turno, dijo a San Pedro:
—He visto otra fila por la parte de atrás de las nubes que rodean el Cielo. ¿Quiénes son?
A lo que San Pedro le respondió:
—Son los católicos y entran por una puerta exclusiva para ellos.
—¿Por qué?
—Porque necesitan creer que sólo ellos se salvan».

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