23-05-2008.
La Casa de España de Tetuán es un edificio de los años cincuenta, muestrario de recuerdos del Protectorado Español, periodo en el que se construyó el maravilloso y ecléctico Ensanche, que provocó el crecimiento de la ciudad al sur y oeste de la avenida Mohamed V (sucesivamente llamada Alfonso XIII, República y Generalísimo Franco), centro vital y huella más relevante de la presencia española en Marruecos.
Cada vez que voy a Tetuán, visito este arcano inmueble, henchido de sueños de patrias imperiales, por el que no pasó el tiempo. Hay algo que me atrae de sus salones, envueltos en atmósfera de viejo casino: mobiliario sobrio, un pequeño escenario en el que no caben más de dos artistas, el sombrío comedor iluminado tenuemente por las lámparas precisas; la barra, más propia de tasca que de distinguido restaurante, preside un salón cuadrado con mesas vacías. Una mujer cincuentona con hiyab en la cabeza y mirada perdida se eterniza sentada en la puerta de los servicios, esperando un ridículo donativo. Dos camareros vestidos de riguroso negro, chaqueta y corbata de implacable luto, dan un aire afligido y solemne a tan misterioso lugar. Los camareros de la Casa de España, amables marroquíes septuagenarios, no se jubilan. En Marruecos, como en la mayoría de países del mundo, no se contempla la jubilación. Se trabaja hasta que el cuerpo aguante. Después, la solidaridad familiar te echa una mano hasta el final.

En la planta superior, primera y única de altura, las habitaciones son fastuosos dormitorios propios de un príncipe de las mil y una noches. Los arcos polilobulados, el repujado de los cabeceros de las camas y del mobiliario enfático contrastan con el mármol y los espejos de los espaciosos cuartos de baño, elegidos para disfrutar del preludio de una noche de ensueño. Es el contraste con la Casa de España, su antagonismo, la cara inversa de una moneda en la que el esplendor y la decadencia se oponen en dos conceptos diferentes de entender la búsqueda de sensaciones. En las dos he recordado momentos relevantes de nuestra historia: El Reducto evoca el modelo de palacio andalusí del mítico Al‑Ándalus, desaparecido en el siglo XV con la expulsión de los musulmanes, moriscos y judíos granadinos que, bajo el mando del Capitán Sidi Mandri, llegaron a Titauin (‘fuente de agua’ en voz bereber), donde construyeron una poderosa fortaleza amurallada circundante a la vieja ciudad. La Casa de España simboliza la nostalgia imperial en el Norte de África, iniciada cuatro siglos después, en 1860, cuando el general O´Donell entró con sus tropas en Tetuán. Después, el Protectorado fue un periodo de bienestar para los ocupantes españoles, gracias a los presupuestos anuales que el gobierno de Franco aprobaba, superiores a los de Andalucía y Extremadura juntas, hasta que en 1956 se declaró la independencia. La falta de inversiones y la actividad económica, reducida a la agricultura, provocó un estancamiento que ha persistido hasta hoy.

Somos ya una realidad supranacional. A todos nos une la lucha contra los enemigos comunes: el terrorismo, el hambre y la destrucción del planeta por las agresiones del desarrollo incontrolado de los recursos naturales. La cooperación será el motor de una cultura integradora en la que los derechos humanos y el respeto por las diferencias primen sobre cualquier ideología o creencia religiosa. Es el mejor camino. El único camino.