Jesús, ¿dónde estás?, 1

05-04-07.
Cuando nos estudien civilizaciones venideras del lejano e improbable futuro, se preguntarán por qué tanta exaltación de la pasión de Jesús en las calles de cada pueblo o ciudad. ¿Es que no se conocen pasajes de su vida que inspiren el arte en las iglesias y procesiones católicas? Los futuros investigadores no comprenderán cómo se despreció el verdadero mensaje en tantas manifestaciones artísticas, optando por el terrorífico y cruel final del fundador del cristianismo.

Imagino en los tronos (“pasos” los llaman en Sevilla) a Jesús, subido en la barca con sus amigos, dando ejemplo de humildad. O sobre una colina, explicando las bienaventuranzas. O con la prostituta María Magdalena, escandalizando a sus hipócritas seguidores. O cenando con un rico Epulón, rodeado de pobres, mientras advierte lo difícil que es salvarse envuelto de riqueza. O expulsando a mercaderes corruptos del templo…
Pero no es así. A los católicos, contagiados del sempiterno ambiente tridentino de la Inquisición, les gusta recrearse en el dolor, en la tortura, en la muerte… No sé cómo hubieran sido las imágenes si, en vez de crucificado, hubiese muerto ahorcado… o guillotinado.
Cuando estudiaba en Úbeda, el padre Mendoza nos decía que Jesús estaba en la cama de un hospital, en la mesa de una familia humilde, en una misa de gitanos… Hoy nos diría que está en una patera, en la alambrada de una frontera, consolando el llanto de una prostituta o junto a las niñas esclavas de más de medio mundo. Sin embargo, multitud de personas lo buscan en las procesiones. Las he visto rezar, llorar, emocionarse… ante la perfecta sincronía de los hombres de trono en Málaga o en el silencio sepulcral de un vía crucis en Cáceres. En la foto, en los varales del frontal de la Virgen de Zamarrilla y procesión del Cristo de Viñeros, primera cofradía después de la conquista de la ciudad por los Reyes Católicos, en 1487, está inscrito: Vinum laetificat cor hominis (‘El vino alegra el corazón de los hombres’).
¿Qué pensaría Jesús viendo el panorama teatral que se monta en torno al final de su existencia en la Tierra en vez de su peregrinar por ella? En Málaga, el oro, la plata, el incienso, el vestuario ostentoso, el anacoste, los arbotantes… llenan las calles ante el asombro de turistas, ávidos de fotografías que justifiquen su disfrute del esplendor en una semana de aromas, músicas y derroche de arte por todos los rincones del centro de la ciudad.
Esta mañana, en el patio del Colegio de Economistas de Málaga, me encontré por casualidad con Jesús. Estaba situado sobre una peana, invitando a tocarlo, amarrado a la columna, sangrando, de rodillas… esperando autorización para ser procesionado con el nombre de Santísimo Cristo de Llagas y Columna. Nunca estuve tan cerca de su rostro, desfigurado por el sufrimiento de la tortura. Me sobrecogió su mirada perdida, anunciando la muerte que él mismo eligió… Escarnio. Azotes. Espinas. Amargura… ¡Llagas en cada centímetro de la piel!
«Nos quejamos de que, en estos tiempos, a los jóvenes sólo les motivan las emociones fuertes» ‑pensé‑. Pero, desde hace siglos, una religión inventada para enseñar amor, solidaridad, paz, hermanamiento, vida interior… se dedica casi desde su origen a pregonar la pasión de su fundador como plato fuerte del mensaje que pretende transmitir.
En esta tarde de Jueves Santo, mi tía Rufina -noventa y cinco años- recita los romances aprendidos de unos misioneros que sermoneaban desde el púlpito doctrinas terroríficas de mucho infierno y poca gloria, cuando era una niña. Dice mi tía, refiriéndose a la oración del Viernes Santo, que «quien la sabe y no la dice, quien la oye y no la aprende, en el día de su muerte verá lo que le conviene». Una auténtica amenaza para quienes olviden rezar en días tan señalados. Ella, por si acaso, pasa el tiempo ofreciéndonos un recital de salves, penitencias y rosarios, mezclados con algún infiltrado villancico.
Pero yo dejé de creer en confesiones e iglesias terrenales hace algún tiempo. Tan sólo me quedó el mensaje de un Jesús muy diferente al que hoy se nos muestra por nuestras calles. Mensaje contra la pobreza, la ignorancia y la injusticia. Todo lo demás es, en el buen sentido, teatro; y, a veces, arte… buen arte; pero sólo arte, del que yo también disfruto, aunque prefiera otro guión, con todos los respetos por quienes sienten al contemplarlo devoción y compasión.

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