28-01-08.
(Crónica de un momento que ya no volverá a ocurrir.
Era la noche de un 24 de octubre de 1984.
Tu inmensidad llenaba de luz aquella estancia
que convertí en escombros).
Pensar que mi reclamo
es siempre un árbol en vegetal latido,
y todas las querencias
me dejan una huella para el próximo después;
con ese afán de amar
siempre la amarga culpabilidad del cerdo,
aunque intente domar mi ahogada sangre;
pensar que quiero hacerme
necesidad de un horno compartido
y siempre el animal me desorienta.
Amaneció el instinto entre tantas rosas blancas
de aquella noche que convertiste en vida,
quizás el logos duerme demasiado a veces
cuando el amor exige un acorde de dos cuerpos,
y noto la navaja afilada entre las piernas,
y suben los fantasmas a devorar mi carne
por todo ese jardín de tu figura.
Sentir que tu mirada
me invita adormecida hacia la paz del sueño,
y no puedo vencer porque un demonio
se clava en mi egoísmo;
quizás ocurre que desmerezco el cielo
y en esta tierra yerma me sobran las quimeras,
y asoma una vergüenza delante de tus ojos;
¿por qué cuando me ofreces
la intimidad de tu regazo limpio,
me asalta ese animal que va conmigo
y aparece el postre convertido en asco…?
Y otra vez el perdón comiéndome las uñas.
Y tú ‑siempre amorosa‑, tendiéndome tu beso.