Adiós

19-12-07.
«Un tálamo vacío nos espera».
 
Me voy.
Te dejo aquella luna de pan
en donde creíamos mecernos cada noche,
y el olor de la vida que te anima
en cada pentagrama roto,
y ese mar todo tuyo.
Te dejo mi paréntesis de fuego
y el espejo del mundo,
y te dejo la risa que heredaste
de mi espera perenne.
 
Déjame las venas.
 

Te dejo aquel sabor de menta y uvas
que nos supo a escondite y sacrificio,
y a pestañas de humo,
y a pezones descubiertos.
Te dejo mi pistola,
y mi retrato dibujado en el aire,
y tu huella en las sienes
de un fonema constante que persigue
tu grafía de arena en los alientos.
 
Déjame el silencio.
 
Te dejo aquel canasto de acerolas
que comimos un día en cada beso,
y el icono de Auríspice en el tálamo,
y el futuro del cosmos,
y ese proyecto de niña que nos llora.
Te dejo mi sudor,
y un trigo limpio que se hizo rastrojo,
y te dejo la luz que recreamos
en cada orgasmo muerto. En cada hoguera
te dejo un corazón quemado y vivo.
 
Déjame la duda.
 
Te dejo todo el grano de mostaza,
y toda la vendimia que te llevas,
y te dejo tu vientre,
y mi muerte diaria,
y las cuarenta cartas de este juego.
Te dejo el sol ardiendo en cada lluvia,
y un hueco en cada noche del invierno,
y te dejo las alas que se anidan
en este anochecer de mi cabeza.
 
Déjame la rosa.

 

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